jornada
letraese

Número 189
Jueves 5 de Abril
de 2012


Director fundador
CARLOS PAYAN VELVER

Directora general
CARMEN LIRA SAADE

Director:
Alejandro Brito Lemus

pruebate



Director fundado
Parteras urbanas:
el regreso al origen

El ritmo de vida actual ha absorbido incluso procesos fisiológicos como el parto. No obstante, hay quienes pugnan por recuperar ese momento en que una vida inicia y otras cambian por completo. Cada vez más mujeres citadinas buscan a las parteras, esas viejas guardianas de la fuerza femenina que comprenden como ningún médico el fascinante funcionamiento del cuerpo humano.

Rocío Sánchez

Paloma dará a luz en su casa. Su amiga Victoria la acompañará. Juntas verifican la lista de cosas que deberán tener preparadas para ese momento: dos juegos de sábanas, ropa cómoda para la mamá y para el bebé, pañales para adulto (unos muy grandes, de forma cuadrada), una tina con agua caliente, mantas, fruta, yoghurt, té.
Paloma quiere fijar algunas cuerdas en el techo sobre su cama por si necesita sostenerse de ellas. Durante el trabajo de parto podrá caminar y adoptar la posición que le sea más cómoda: de pie, en cuclillas, sentada, hincada, en cuatro puntos. No tiene pareja, así que ella y su amiga se han documentado leyendo libros sobre el parto humanizado, una perspectiva que se enfoca en la libertad de las mujeres (o de las parejas) para decidir dónde, cómo y con quién parir. En este caso, ellas contarán con el apoyo de tres parteras.
Paloma no es indígena ni vive en un entorno rural, sino en el corazón de la colonia Portales, en la ciudad de México. A sus 36 años, esta terapeuta corporal tendrá uno de los cuatro o cinco nacimientos que atienden sus parteras cada mes. Ellas, a su vez, están lejos de los estereotipos. Laura Cao Romero se formó como partera tradicional después de obtener una maestría en lingüística y de haber sido instructora de psicoprofilaxis por una década. Leticia Ramírez es partera profesional egresada de la escuela CASA, la única reconocida por la Secretaría de Educación Pública y con sede en San Miguel de Allende, Guanajuato. Yolanda Victoria Illescas es médica cirujana homeópata.
El nacimiento de Luna, la nueva bebé, será, pues, un asunto de mujeres. Las tres parteras dicen que no pueden salir de viaje, pues deben estar al pendiente de la llamada de esta madre primeriza.

Decisión respetada
Es el día de la penúltima consulta domiciliaria y Paloma está un poco preocupada porque en el último ultrasonido le han dicho que el cordón umbilical da dos vueltas alrededor del cuello de Luna. Laura y Leticia la tranquilizan, le dicen que esto no es determinante para una cesárea; todo dependerá de si al momento del parto hay sufrimiento fetal.
Pero Victoria necesita resolver una duda importante: ¿qué harán si algo sale mal? Las parteras están conscientes de que las cosas pueden ser diferentes a lo planeado; le aseguran a Victoria que están capacitadas para detectar una situación de emergencia, en cuyo caso habrá que partir hacia un hospital. Hay un par de opciones cercanas a la casa de Paloma donde ellas ya han trabajado. Podrán entrar al quirófano y los médicos les permitirán hacer su trabajo de acompañamiento.
Por ahora hay que revisar a Paloma. Sobre su cama, ella descubre su vientre perfectamente redondo, pero no demasiado grande para su 1.55 de estatura. La piel se ve sana, sin una sola estría. Leticia saluda a Luna, le habla, palpa todo el vientre buscando la cabeza de la bebé. Pareciera que presiona demasiado fuerte, pero Paloma yace relajada, incluso sonriente, con los ojos cerrados. Es el turno de Laura para tocar y verificar si Luna está en la posición correcta para nacer. Las parteras no pueden ver dentro del vientre, pero leen con las manos, dice Laura.
Concluyen que la cabeza está recargada en el pubis, como debe ser la posición de parto. Nada es definitivo, aún hay tiempo y espacio para que la bebé se mueva. Miden el volumen del vientre y luego se disponen a escuchar el pequeño corazón, que late con un rumor creciente que hace sonreír a cada una cuando toman su turno en el estetoscopio. Todo parece estar listo para el parto vaginal en casa, como Paloma lo desea.

Parto renacido
Laura Cao Romero decidió ir más allá de impartir cursos psicoprofilácticos. "La preparación que yo ofrecía no tenía los resultados que yo esperaba: que fuera un parto tratado más dignamente, respetuoso, en donde la fuerza de la naturaleza fuera tomada por la mujer". Al llegar al hospital, lamenta, las mujeres eran tratadas con autoritarismo, "con un paternalismo que no iba con lo que habíamos visto en los cursos", narra a Letra S. A partir de ahí, todo eran órdenes: este es tu diagnóstico, no puedes moverte, no puedes comer, hay que hacer la episiotomía –el corte del perineo que busca ampliar el canal de parto. "El proceso era vertical, de los profesionales de salud hacia la mujer y ella tenía que ser obediente".
El esposo de Laura trabaja con las Naciones Unidas. Cada año, desde hace varios, visita la sede en Austria. En uno de esos viajes, ella encontró el libro El parto renacido, de Michel Odent, médico francés pionero en la defensa del parto natural y la lactancia en la primera hora de vida. "Durante un viaje lo busqué en París, pero se había ido a Londres, entonces le llamé por teléfono y dijo que podía conectarme con gente de Viena". Al llegar, Laura acudió a la clínica donde las parteras trabajaban y de inmediato fue invitada a un parto en casa. "Entonces me di cuenta de que existía una forma diametralmente opuesta a como yo había vivido mis partos en el hospital y distinta a lo que había visto con las mujeres que acompañé".
Al regreso, Laura quiso inscribirse a una escuela de parteras, pero las últimas habían cerrado en la década de los cincuenta. Era 1988. La oportunidad de aprender llegó con Patricia Kay, una estadounidense casada con un médico mexicano, quienes fundaron una clínica popular y de partería en Tepoztlán, Morelos. Poco tiempo después, Laura se fue adentrando en la partería tradicional mexicana, asistiendo a cursos de capacitación en instituciones como el IMSS y la Secretaría de Salud.

Profesional del nacimiento
En uno de los partos que atendió en una casa de nacimientos que tenía en Coyoacán, Laura conoció a Leticia Rodríguez. La hermana de ella quería tener un parto natural después de que su primera hija había nacido por cesárea. Eligió a su esposo y a Leticia para ser sus acompañantes. Esta última se sintió halagada, pero le preocupaba que algo pudiera complicarse. En silencio se preguntaba por qué no había una ambulancia afuera, por si acaso. "El trabajo de parto fue largo, especial", recuerda. "Ahí estuve, callada, observando, lidiando con mis propios miedos, tratando de darle confianza a mi cuñado". Finalmente el bebé nació y "fue muy especial: verlo calladito, mi hermana en una posición sobre manos y rodillas; ella ya no hacía nada, nosotros tampoco". Luego de un momento que para los todos pareció largo, el niño empezó a llorar "sin nadie que le dijera cómo, sin que lo estuvieran estimulando como lo hacen en el hospital".
Aunque Leticia ya había tenido tres hijos, el primero a los 17 años, un nuevo panorama se abrió para ella y decidió ser partera. Su sobrino nació el 9 de julio de 2005 y para el 13 de septiembre ya estaba inscrita en la escuela CASA (Centro de Atención para los Adolescentes de San Miguel de Allende), que había abierto sus puertas a finales de los años ochenta. Ahí las mujeres estudian durante tres años con parteras y médicos, y practican en la clínica de la institución. Cada seis meses se visitan comunidades remotas y deben vivir dos semanas con una partera, ser su sombra y aprender todo cuanto puedan.
Pero Leticia finalmente iba a regresar al Distrito Federal a atender partos. Su servicio social lo hizo en una clínica de Iztapalapa. "Aunque en la escuela se comparte la práctica con médico y partera, se trabaja muy diferente en un hospital de la ciudad", reconoce. Y con cédula profesional en mano, se ha dedicado a atender nacimientos a domicilio.

Distintas generaciones, el mismo objetivo
Mirna Moreno tiene 24 años y unos ojos expresivos. Estudia la carrera de Salud Intercultural en la Universidad Intercultural del Estado de México, institución que incorpora los saberes tradicionales en la formación de profesionales de diversas áreas.
Mientras toma un descanso en la feria de atención del Primer Encuentro Internacional de Salud Intercultural, realizada en la comunidad de San Felipe del Progreso, Mirna cuenta que hace unos meses comenzó a tener sueños "raros", relacionados con partos y bebés. A las pocas semanas fue nombrada partera de su comunidad. Su abuela fue curandera. Hoy, ella está "encantada" de poder trabajar con mujeres embarazadas, como lo hizo también en el hospital materno-infantil de Atlacomulco, donde dio cursos de psicoprofilaxis y colaboró en la atención de partos.
Dice que el personal médico se muestra cada vez más abierto a incorporar las prácticas de partería en lo cotidiano. "Ahora hasta nos piden que hagamos el masaje con rebozo, que estimulemos la oxitocina (hormona fundamental en el parto) a través de la digitopuntura". Incluso, asegura, ha disminuido el número de episiotomías que se realizan en el hospital.
La joven tuvo un hijo a los 20 años, sufrió pre eclampsia (presión arterial peligrosamente alta en el embarazo) y tuvieron que hacerle cesárea. Por ello quiere ayudar a más mujeres para que no vivan lo mismo que ella. "Si esa va a ser mi misión a través de la partería, yo la acepto con amor", dice sonriente.
Al mismo evento asiste una mujer más experimentada. Marina Rodríguez tiene 60 años de edad y 38 como partera. Originaria de Yautepec, Morelos, ha vivido casi toda su vida en Jiutepec. "Yo llegué a un área totalmente rural pero ahora ya se urbanizó, ya quedé en medio de la ciudad", cuenta esta mujer regordeta, morena y sonriente, que aparenta menos edad de la que tiene. "Yo trabajaba con gente marginada, que hablaba lenguas indígenas, pero ahora ya me ganaron, ya hasta hablan inglés", bromea, y agrega que ha atendido también a parejas extranjeras, como franceses y coreanos.
Marina soñaba con ser doctora, pero conoció a una partera desde su primer embarazo, y de ella quiso aprender el oficio. "A mí me sorprendía cómo sabía, por ejemplo, cuántos centímetros de dilatación tenía una mujer. Me explicó que tenía que ver la cara, si estaba roja, sudando, si estaba caliente, y poner la mano sobre su coronilla: 'si se siente que emite una energía muy fuerte es que ya va a parir, no necesitas estarle metiendo la mano a cada rato', me decía."
Marina reconoce que ha trabajado de maravilla con algunos médicos que comprenden su labor, pero lamenta que otros provoquen que las mujeres teman a las parteras. "Les dicen que somos mujeres incultas, ignorantes, sucias, pero no es así". Lo que ellas buscan, dice, es respetar los tiempos, cosa que parece ya no tener cabida en la vertiginosa modernidad.
Hay otro aspecto en el que todas coinciden: hay que devolver a las mujeres su poder, un poder que van perdiendo conforme el fenómeno del parto se medicaliza. Las parteras dicen ser las guardianas de ese poder, de la fuerza que han tenido las mujeres para parir ha sus hijos a lo largo de toda la historia.

SU B I R


Cesáreas numerosas,
un problema social

La tasa de cesáreas en Puerto Rico es de 47 por ciento, refiere Rita Aparicio, partera desde hace 30 años, quien visitó México para el Primer Encuentro Internacional de Salud Intercultural, realizado en San Felipe del Progreso, estado de México. La cesárea es un problema social, dice, porque las mujeres no están informadas de sus derechos ni saben sobre su fisiología. "Se le enseña a la mujer a tenerle miedo al dolor de parto o que la cesárea es un método para salvar vidas, pero no se le dicen las complicaciones". También es un problema económico pues la infraestructura médica no alcanza para que las mujeres den a luz de forma humanizada, "y hay médicos que nos dicen que las mujeres piden la cesárea, ¡pero claro!, si estás en el hospital, en un ambiente frío, sola, acostada, incómoda, lo que quieres es parir y salir de ahí".
Por su parte, Debbie Díaz, también puertorriqueña comenta que, según estudios, las mujeres que más buscan a las parteras en su país tienen estudios de licenciatura. Lo que ellas buscan es acompañamiento, amor, aceptación, empoderarse.
"Cuando el bebé nace no lo separo de la mamá; siento el corazón en mis manos, se lo doy enseguida y trato de que amamanten dentro de los primeros diez minutos de vida", narra Díaz, cofundadora de la Alianza Latinoamericana de Parteras junto a la mexicana Mirna Amaya y la brasileña Suely Carvalho. "Quien mejor cuida a un bebé es su madre y quien mejor cuida a una mujer posparto es su bebé, porque cuando lacta, no sangra", dice segura del valor que tiene la ayuda de las parteras.