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Javier Sicilia
La fuerza
Siempre se piensa que la fuerza es el poder que somete. Su rostro, en los imaginarios colectivos, es el de la violencia: se es fuerte porque se posee un poder más grande para arrasar, someter o generar miedo –otra forma del sometimiento. No es otra cosa lo que tratan de decirnos los criminales cuando secuestran, torturan, decapitan, desmiembran y exhiben su poder; no es otra cosa tampoco lo que nos dice el Estado cuando saca al ejército a las calles, muestra sus armas largas, detiene con ellas a transeúntes y hace alarde de su violencia legítima. Sin embargo, la verdadera fuerza es ajena al poder, es incluso, como uno de los rostros del amor, débil, incapaz de violentar. “El amor –escribe San Pablo en su Carta a los Corintios –es paciente, amable; no conoce la envidia; no presume ni se engríe; no es mal educado ni egoísta; no lleva cuenta del mal; no se alegra con la injusticia sino que goza con la verdad.” La fuerza del amor –como reza el título de uno de los libros de Martin Luther King –es, por lo tanto, una fuerza de resistencia al poder y a la violencia que nos habita, es una fuerza, paradójicamente, débil. Pero en sustancia más profunda, más radical, porque opone a la violencia, que niega la vida o la somete, la vitalidad. No es dureza de muerte, sino fuerza de vida, una fuerza que domestica la condición brutal de la violencia y del poder. Comparemos, por ejemplo, al roble con la caña. El primero es alto, robusto, duro, asombrosamente poderoso. La segunda es frágil, débil, hermosamente delgada. Sin embargo, frente a una terrible tempestad, el roble se quiebra en su dureza, mientras que la caña se pliega y vuelve, después, a enderezarse. Algo semejante sucede con el elefante y la lombriz. En un alud, el poder indomable del elefante queda aplastado, mientras que la flexible debilidad de la lombriz permanece. Es una fuerza débil, una fuerza que supera la dureza y que se basa en el poder.
No es otra cosa lo que Gandhi y los no-violentos enseñan cuando, por ejemplo, el primero enfrentó la dureza de las armas del imperio británico, y Luther King la dureza del poder del racismo estadunidense con la pura resistencia de sus cuerpos y de su verdad moral. La fuerza que desplegaron no se basaba ni en las armas ni en el poder, ni en la rudeza, sino en la débil resistencia del amor, en la radicalidad misma de la vida que es débil, pobre, sencilla como el amor mismo que la creó. Resistir es, por lo tanto, no ceder ante la violencia, es no aceptar el peso del poder y de su aplastamiento, es no responder violencia con violencia, sino con firmeza e inteligencia y, en ciertos casos –como nos lo enseñan, por ejemplo, los pueblos indígenas zapatistas de Chiapas, de Cherán, o la comunidad Le Barón, en Chihuahua–, con cierta violencia defensiva, es decir, con una violencia que, siempre limitada y menor a la agresión, simplemente preserva las relaciones armónicas de una comunidad que la dureza de la fuerza bruta quiere destruir. Podríamos decir, para utilizar una frase del teólogo luterano Dietrich Bonhoeffer, que la fuerza es un juego de resistencia y sumisión: resistir a la violencia sometiendo la violencia que uno lleva consigo y que busca responder la agresión desplegando una agresión mayor. La negación de la violencia en función de la fuerza es la condición previa para mantener la vida y su sentido. Sólo así podemos salvar la vida. Toda violencia –que es una forma torcida de la inteligencia–, todo lo que obstaculiza o somete a la vida y su orden armónico, es una manera de la esclavitud. Toda vida que se funda en la violencia es una vida perdida. Sus victorias son siempre decepcionantes.
Volver a pensar en la fuerza, en estos tiempos donde todo parece exaltar la violencia, es volver a pensar el misterio del amor y abrirnos a la profundidad de las virtudes, sin las cuales la vida humana no podrá sobrevivir. Sin virtudes –una de ellas es la fuerza–, los seres humanos nos entregamos a las pasiones más abyectas, cuya violencia termina en la esclavitud y la muerte.
Además opino que hay que respetar los Acuerdos de San Andrés, liberar a todos los zapatistas presos, derruir el Costco-CM del Casino de la Selva, esclarecer los crímenes de las asesinadas de Juárez, sacar a la Minera San Xavier del Cerro de San Pedro, liberar todos los presos de la APPO, hacerle juicio político a Ulises Ruiz, cambiar la estrategia de seguridad y resarcir a las víctimas de la guerra de Calderón.
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