Portada
Presentación
Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega
Regalo
Jaime Caballero
Tocando esta juventud
Nikos Karouzos
Tomas Tranströmer: un compromiso con la luz
Ana Valdés
Un Alfonso Reyes llamado Nicolás Gómez Dávila
Ricardo Bada
El tirano democrático
y la libre servidumbre
Fabrizio Andreella
Cien años de La muerte
en Venecia
Enrique Héctor González
El doble rostro de Doble R
Vilma Fuentes
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Columnas:
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Felipe Garrido
Lágrimas
La niña, sentada en el piso, lo miraba con los ojos arrasados en lágrimas. Sólo lo miraba. Él hubiera querido que dijera algo, que gritara. Pero, ¡era tan pequeña! Le buscaba los ojos, nada más, y él le esquivaba la mirada. No podía hacer otra cosa. Apretaba los dientes mientras guardaba una última camisa, algún calzón en la maleta. La mujer miraba hacia otro lado, como si no estuviera en el cuarto, como si no supiera lo que pasaba –nunca había estado donde debía estar. Eso había sido muchos, muchos años antes, pero era ahora cuando, de pronto, lo había recordado. Y la angustia que sentía, el duelo, la desesperación no remediaban nada, no enderezaban nada, no mitigaban en nada el dolor del rompimiento. No con la mujer, que no tenía ningún valor, sino con la niña, que era carne suya. Por el contrario, lo hacían crecer, lo redoblaban, y ahora era él quien dejaba escurrir las lágrimas, quien se veía borrado en el espejo al tiempo que recordaba. |