Opinión
Ver día anteriorMiércoles 25 de mayo de 2011Ver día siguienteEdiciones anteriores
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El sexo es el culpable
L

eo, sin estupor, la edad y la realidad estropean algunos sentimientos, la siguiente noticia: La Iglesia de Estados Unidos culpa de los abusos a la revolución sexual. Leo, sin sorpresa, la estulticia y la sinrazón aprueban todo, los subtítulos: Un estudio oficial atribuye la ola de pederastia al cambio social que confundió al clero. Los obispos admiten que su lenta reacción agravó el problema. La noticia se publicó hace seis días. Es la respuesta, muy tardía, a los casos de pederastia denunciados dentro del seno de su Iglesia y las del resto del mundo. El problema no radica en la tardanza. El problema radica en la contumacia de ése y otros credos ante sucesos tan siniestros e indefendibles como la pederastia.

Son dos historias. La primera versa sobre el anquilosamiento. La segunda sobre la mentira. Una se nutre de otra.

Algunos estudios de la Biblia sostienen que Dios fue cambiando y modificando algunas ideas y actitudes mientras creaba al ser humano y al mundo. Si los dueños de las principales Iglesias, judíos, católicos o musulmanes estuviesen de acuerdo con esa hipótesis actuarían, supongo, de otra forma. Un ejemplo: permitirían que los padres se casasen. Otro ejemplo: Los representantes del Vaticano no viajarían hasta África, cuya población es víctima del sida –de la ira de Dios, de acuerdo con la Iglesia– para perorar contra el condón. Uno más: escucharían las voces de los religiosos que bien profesan y bien entienden los mensajes de Dios: Alejandro Solalinde y Pere Casaldáliga son, entre otros, admirables religiosos: bien entienden y cumplen lo que profesan.

El problema es que los representantes de las iglesias no han leído acerca de las mutaciones que sufrió Dios mientras escrutaba su propia labor. Si escuchasen disminuiría el anquilosamiento y la primera historia sería menos cruenta. Habría menos sacerdotes pederastas, disminuiría el contagio del sida en la población africana y los feligreses católicos, migrantes –Solalinde–, o indígenas brasileños –Casaldáliga– tendrían la opción de cuestionar los designios de Dios antes de abandonar su Iglesia.

La segunda historia es más ríspida porque versa sobre la mentira, patraña añeja, genética y constitucional de todas las religiones e imprescindible para ejercer el oficio. Culpar a la revolución sexual de los abusos de los religiosos es bajo, absurdo y barato. Dice la noticia: Un estudio oficial encargado por la Conferencia Episcopal estadunidense acusa a la llamada revolución sexual de los años sesenta y setenta, y su efecto entre unos curas poco preparados para ella, de la lacra de abusos y violaciones a niños en parroquias y colegios católicos estadunidenses.

Si fuese cierta la afirmación anterior habría que aceptar: A) que la revolución sexual siguió contagiando a los curas estadunidenses, ya que décadas después los abusadores seguían ejerciendo sus oficios, tanto el religioso como el de violar; B) que en México, Marcial Maciel, y en Europa, incontables innombrables, fueron también víctimas de la revolución sexual; C) que los curas pederastas no eran ni son sicópatas, sino víctimas del deseo carnal; D) que la vieja hipótesis que sostiene que el clero en Estados Unidos fue infiltrado por homosexuales o pederastas probablemente sea cierta; E) que los encargados de las diócesis nada sabían de lo que acontecía en sus recintos, y por eso, no sólo no castigaban a los depredadores de menores sino que los enviaban a otros centros para continuar sus labores; F) que la poca preparación de los curas los inducía a violar, no por ser una práctica común en el seno de la Iglesia, sino porque buscaban, por medio de la violación, combatir su impreparación, y G) que el dinero gastado en el informe actual (1 millón 800 mil dólares) y los 2 mil 100 millones de dólares despilfarrados entre 2004 y 2008 en acuerdos extrajudiciales, servicios siquiátricos para víctimas y gastos de litigación dan cuenta del poder económico de la Iglesia y del mal uso de los donativos. Después de tantos destrozos es inentendible que la Iglesia estadunidense y todas las demás sigan mintiendo.

Ni estupor, ni sorpresa. La Iglesia estadunidense y el resto de las iglesias han concluido: los curas pederastas fueron mártires de la revolución sexual. Ni deseo de progresar ni autocrítica: la Iglesia continuará anquilosada y la mentira seguirá prevaleciendo. Si la revolución sexual es la responsable, y los encargados de diseminar la palabra de Dios siguen siendo víctimas de su propio sexo, el corolario es evidente: resulta imposible revolucionar el seno de la Iglesia.