Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 22 de mayo de 2011 Num: 846

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Una expresión humana
de Satán

Defensa de la poesía

Cuando ni los perros ladran
Víctor Hugo de Lafuente

Poema
Andreu Vidal

La ficción predetermina
la realidad

Ricardo Yánez entrevista con Dante Medina

El Jilguero del Huascarán, cronista musical de su tiempo
Julio Mendívil

Bob Dylan: un lento tren
se acerca

Antonio Valle

El inclasificable Dylan
Andreas Kurz

Leer

Columnas:
Jornada de Poesía
Juan Domingo Argüelles

Paso a Retirarme
Ana García Bergua

Bemol Sostenido
Alonso Arreola

Cinexcusas
Luis Tovar

La Jornada Virtual
Naief Yehya

A Lápiz
Enrique López Aguilar

Artes Visuales
Germaine Gómez Haro

Cabezalcubo
Jorge Moch


Directorio
Núm. anteriores
[email protected]

 

Naief Yehya
[email protected]

Osama Bin Laden: del mito a la irrelevancia
y de vuelta al mito

Al final de cuentas obl sólo vivía para nosotros en Occidente

Dexter Filkins

Confesión preliminar

Antes que nada debo aceptar que me equivoqué. Durante años tuve la certeza de que Osama Bin Laden (OBL) había muerto años atrás. Su virtual desaparición de los medios, tras su video distribuido cuatro días antes de la reelección de George Bush, me convenció de que había dejado de tener una función útil y su único valor era simbólico, por lo que era importante mantenerlo vivo por cualquier medio, tanto para el jihadismo como para la “guerra contra el terror”.

El enemigo número uno

OBL tuvo relevancia en la guerra contra los soviéticos en Afganistán, en gran medida por sus conexiones con los servicios de inteligencia paquistaníes ISI y la realeza saudita (aparentemente no tenía vínculos directos con la CIA). OBL   luchó en el frente de combate y creó el mito del príncipe guerrero que abandona su fortuna para luchar al lado del pueblo en contra de una potencia invasora. Su imagen de ferviente defensor de los árabes lo hizo una especie de Che musulmán que inspiró a las juventudes desencantadas del mundo árabe y, más importante aún, sirvió a grupos de poder interesados en desestabilizar gobiernos, traficar con armas y narcóticos. OBL fue el rostro feroz del mundo árabe; sin embargo, entre los árabes era sólo una distracción, un terrorista con una ingenua ideología dogmática y religiosa de acción directa que tenía como objetivo eliminar el intervencionismo estadunidense y occidental en la región. Osama era un gurú sobreinflado que, como muchos han mencionado, fue rebasado por la historia cuando millones de árabes salieron a las calles de forma pacífica para exigir democracia, derechos humanos, gobierno justos y representativos. No hubo fotos de Bin Laden en las calles y plazas de Egipto, Bahrein o Siria, ni antes ni después de su muerte. Nadie salió a manifestarse por un califato medieval ni por la ley sharia. Lo que los jóvenes quieren no es jihad, sino “gobiernos normales” (literalmente), con lo que piden la abolición del nepotismo, de las despóticas familias reales, los presidentes vitalicios y sus ejércitos de torturadores y asesinos.

El fin

Este santón mediático explotó sus 15 minutos de fama con habilidad y se volvió un fenómeno viral que fue adoptado por el discurso belicista estadunidense como el villano perfecto: Osama fue el enemigo número uno de EU desde 1998. Su carrera meteórica terminó el 2 de mayo en un ataque anticlimático en el que alrededor de ochenta miembros del batallón de elite, Navy Seals Team 6, allanaron el bunker en Abbotabad donde se había escondido durante seis años y lo asesinaron junto con otras personas y miembros de su familia. Los soldados confiscaron computadoras y saquearon todo aquello que consideraron valioso, y se llevaron el cuerpo de OBL que después sepultaron en altamar (“de acuerdo con la ley musulmana”).

Vivo o muerto, o sólo muerto

Bin Laden, como otros enemigos de los imperios, estaba al margen de cualquier ley, no hubo ni siquiera un intento de aprehenderlo para enviarlo a Guantánamo. Quizás temían las complicaciones legales que implicaba tenerlo preso, tal vez imaginaron represalias o, a lo mejor, lo que deseaban era silenciarlo para siempre. Las tres hipótesis son débiles: eu ha creado una red de cárceles secretas (black sites) al margen de todo marco legal, represalias podría haber tanto matándolo como arrestándolo y, si se trataba de callarlo, Bin Laden llevaba callado muchos años; basta recordar lo que le sucede a los presos de la “guerra contra el terror” para ver que éstos no tienen ninguna posibilidad de comunicarse con el mundo exterior. Por tanto, no es difícil  creer que simplemente lo querían muerto, no preso, ni sometido, ni arrepentido.

Y de vuelta al mito

Comentaristas de izquierda y derecha se precipitan a señalar que OBL mató más musulmanes que cristianos, como si eso diera validez universal a su ejecución sumaria. La realidad es que independientemente de las cifras de muertes, el asesinato de OBL se hace eco de tantos otros crímenes imperiales en contra de líderes y símbolos en las colonias y ex colonias. Por tanto, OBL será elevado al rango de mito. Sus seguidores recordarán que fue asesinado cuando estaba desarmado y no ofrecía resistencia; que las fotos de su cadáver fueron censuradas como si fueran un valioso tesoro (para evitar que fueran usadas como propaganda); que su captura (celebrada como un inmenso triunfo) tardó casi una década; que fue abandonado por sus socios y cómplices, y que el cuerpo del cerebro del 11/s fue tirado al mar desde un barco de guerra como última y definitiva ofensa.