Opinión
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64 Festival Internacional de Cannes
Recuperar el pasado con simpatía
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No puedo justificar a Mel, dijo Jodie Foster, directora de El castor. Cada uno es responsable de sus actos. Mel es el actor más querido de Hollywood. Como amigo es encantador y leal. Es un hombre complejo y yo aprecio esa complejidad, subrayó la cineasta, quien supo sortear las todas las preguntas que le hicieron sobre el protagonista de su filme, que se exhibió fuera de concurso en CannesFoto Reuters
C

annes, 17 de mayo. Hay categorías invariables en el mundo del cine y una de ellas es el finlandés Aki Kaurismäki. Lleva 30 años dirigiendo el mismo tipo de películas con suficientes variantes para que a estas alturas su más reciente, Le Havre, parezca familiar y diferente a la vez. Aunque no ha perdido su adhesión a los desposeídos, en esta ocasión se ha permitido un tono de optimismo irónico al contar la historia de un bohemio boleador de zapatos (André Wilms) que decide ayudar a un adolescente africano, recién desembarcado de manera ilegal y fugitivo de la policía.

En una fábula sobre la crisis, Kaurismäki se permite esbozar asomos de esperanza tanto en la situación del joven africano como en la del protagonista, cuya esposa (la incomparable Kati Outinen) padece cáncer. Con su estilo parco, de iluminación teatral y diálogos dichos de la manera más plana posible, el cineasta construye de nuevo ese mundo tan específico, inconfundible, poblado por excéntricos (de buena voluntad, en este caso). Hablada en francés, Le Havre es también un homenaje al cine galo clásico –en pequeños papeles aparecen el cómico Pierre Etaix y Jean-Pierre Léaud–, sobre todo de la corriente del naturalismo poético.

Tan carente ha estado la competencia de películas convincentes que Le Havre se llevó la ovación más sostenida en la función de la mañana, hasta el momento. En una función de recuperación pude ver The Artist (El artista), producción francesa de Michel Hazavinicius, otra película bien recibida por el público y la crítica desde su estreno, el domingo.

Originalmente programada fuera de competencia, The Artist fue promovida quizás para llenar un hueco. Su relativa novedad es la de rendir homenaje al cine mudo con un ejercicio en cine sin diálogos, sólo con música y algunos efectos sonoros. Mel Brooks había ensayado ya algo más ingenioso en Silent Movie (1976), pero Hazavinicius ha hecho una referencia concreta a la transición entre el mudo y el sonoro, mediante la figura de George Valentin (Jean Dujardin), una especie de Douglas Fairbanks cuya carrera se va a pique cuando se niega a entrarle a la nueva tecnología, al tiempo que una figurante (Bérénice Bejo), que él ayudó a descubrir, asciende a estatus de estrella.

The Artist no intenta recrear el estilo de una hollywoodense película muda –más bien está filmada como una de los años 40– y las alusiones son a varios clásicos sonoros, desde El ciudadano Kane hasta Cantando bajo la lluvia (Dujardin guarda un gran parecido físico con Gene Kelly, por cierto). Como ejercicio no pasa de ser un esfuerzo simpático, pero el déficit de calidad en la competencia ha sido tan patente que se ha vuelto el éxito inesperado del festival.

En la encuesta de los críticos franceses, reunidos por la publicación Le Film Français, la preferencia es marcada hacia The Tree of Life, de Terrence Malick (no faltaba más), y The Artist; mientras para la comunidad internacional, representada en la revista Screen, la mejor calificación la sostiene Le gamin au vélo, de los hermanos Dardenne, seguida también por The Artist. En una de ésas, el título que fue programado casi como chiste va a aspirar a uno de los premios importantes.

En cuanto a lo peor, los criterios también se dividen. Los franceses detestaron la israelita Hearat shulayim, de Joseph Cedar, mientras los de nacionalidad diversa no le encontraron virtudes a L’Apollonide (Souvenirs de la mason close), del galo Bertrand Bonello, por ser quizá la más pedante de las competidoras hasta el día de hoy.