Opinión
Ver día anteriorLunes 2 de mayo de 2011Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Foro de la Cineteca

Pez mortal

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Escena de la película del director japonés Shion Sono
E

l director japonés de culto Shion Sono (El club de los suicidas, 2001), quien a su primera formación de poeta añade un gusto pronunciado por el género fantástico en el cine, retoma en Pez mortal, su película más reciente, un suceso de la nota roja –la frenética carrera criminal de una pareja, Gen Senkine y su ex esposa Hiroko Kazama, adiestradores de perros y adictos a destazar con deleite a sus víctimas– para construir un relato que combina violencia gore y erotismo.

El realizador no se limita a reproducir con realismo exacerbado una serie de crímenes gratuitos (se habla de decenas en la historia real), sino a jugar de modo malicioso con los modos refinados que tiene la pareja de inocular el gusto por la crueldad y el sadismo en un personaje ordinario, el señor Shamoto (Mitsuru Fukikoshi), viudo y padre de familia apocado que padece la rivalidad sin tregua entre su hija adolescente y su segunda esposa.

El primer distanciamiento perverso que hace el director con la historia real consiste en transformar al sicópata adiestrador de canes en un hombre de apariencia afable. El señor Murata (Denden) es ahora el elegante dueño de una enorme tienda de peces tropicales, verdadero acuario de coleccionista, y hasta ese lugar atrae a Shamoto, dueño también de una tienda de peces de dimensiones más modestas.

Luego de advertir el pequeño drama doméstico en el que vive atrapado el viudo, Murata se transforma en protector generoso de la familia, para luego revelar su verdadera naturaleza de hombre cruel y chantajista. Lo que sigue es la metódica pulverización de toda noción de valores familiares en una película sanguinolenta y brutal, a medio camino entre una comedia desquiciada y un thriller de absurdos inenarrables: el encuentro del mejor John Waters con el sofisticado cine de horror de Takashi Mike.

Lo interesante en Pez mortal, lo que verdaderamente consigue ser inquietante, es el modo nada complaciente en que el realizador analiza la transformación de un hombre frágil e inofensivo en un personaje deshumanizado capaz de amedrentar y aniquilar a sus seres más queridos. La faena mayor del despiadado Murata no es, a final de cuentas, destruir o humillar al hombre pusilánime que es Shamoto, sino volverlo heredero y continuador de su propia voluntad homicida.

La cinta es sátira social que arrasa con los últimos tabúes de una tradición secular, pero también exploración muy perspicaz y oscura de los límites y posibles desbordamientos de la naturaleza humana. Detrás de la apariencia de una entretenida comedia gore, disfrutable o descartable por sus excesos, Shion Sono ofrece en realidad el desencanto radical de su visión del mundo contemporáneo