Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 27 de marzo de 2011 Num: 838

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Salvador Elizondo:
el último proyecto

Roberto Gutiérrez Alcalá

Nobody
Febronio Zatarain

Arto Paasilinna:
el revire finlandés

Ricardo Guzmán Wolffer

Frutos de la impaciencia
Ricardo Yáñez entrevista
con Ricardo Castillo

La Tierra habla
Norma Ávila Jiménez

La brevedad en el
tiempo postmoderno

Fabrizio Andreella

Metafísica de los palillos
Leandro Arellano

Leer

Columnas:
Jornada de Poesía
Juan Domingo Argüelles

Paso a Retirarme
Ana García Bergua

Bemol Sostenido
Alonso Arreola

Cinexcusas
Luis Tovar

La Jornada Virtual
Naief Yehya

A Lápiz
Enrique López Aguilar

Artes Visuales
Germaine Gómez Haro

Cabezalcubo
Jorge Moch


Directorio
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Alonso Arreola
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Rita, estando aquí no estás

Sí. Allí estabas, con los pantalones rojos pegaditos y una blusa casi transparente, bailando al son de “La garra.” Brincabas, girabas, seducías, rompías la cuarta pared con la punta del dedo índice. Fue hace casi veinte años, cuando los de abajo del tinglado te deseábamos, alelados, enamorados de tu seguridad y movimientos. Algo ocurría en México. Ya no se trataba de caminar la senda urbana ni de hacer bluses mal tocados. Nacían nuevos espacios. La idea del “rock en tu idioma” se transformaba. Había que poner atención a los sonidos del exterior, al experimento de reunir lo que éramos y lo que deseábamos ser. Rama impensada de un árbol que comenzaba a dividirse, mostraste que el teatro y la poesía podían convivir en un licuado sónico, temerario y provocador en el que, además, cabía la vanidad femenina. Y tuviste razón.

Tú y Alfonso Figueroa tuvieron razón. Tú y Poncho, más Pablo Valero, Jacobo Liberman y Patricio Iglesias, cuando estudiando teatro en la UNAM desintegraron su banda, Los Psicotrópicos, para convertirse en Santa Sabina. Tú y Poncho, más quienes llegaron luego: Juan Sebastián Lach, Alex Otaola, Aldo Max y Julio Díaz. Pero siempre tú y Poncho, hoy hermano doliente y solitario. Ponchito, el que jugara a hacer una banda contigo en la película Ciudad de ciegos, el que te completara el guión vital a base de amistad, sumergido como tú en el poder de las historias habladas, de la oralidad que irrumpía de pronto en sus conciertos. El que oscilaba respaldando el dinamismo de tu cuerpo con la fuerza pétrea de su bajo.

Y sí, los dos tuvieron razón porque a principios de los noventa una disquera grande los firmó. Entonces llamaron a uno de sus héroes para producir el segundo álbum del grupo, Símbolos. Así apareció Adrian Belew, el de King Crimson, con su risa y descomunal talento. Luego editaron Babel, bajo la producción de otro genio: Pedro Aznar, el de Serú Girán. Más tarde grabaron el acústico de MTV con su gran pregunta a cuestas: ¿gustarle a la gente o gustarse a ustedes mismos? Punto de quiebre en lo que parecía un ascenso continuo, por supuesto que ganó lo segundo, el ego profundo que se esconde bajo el ego superficial. Ése que te hizo renunciar a la seguridad para buscarle tres pies al gato. Ése al que miles de músicos le deben tanto, pues al verlo nacer en tu semblante pensaron: “podemos”.

Fue cuando la Santa Sabina rompió con la industria y se fue Mar adentro en la sangre, en Espiral. Y no hubo retorno. Paralelamente, Rita, madurabas y nos gustabas más. El negro y el rojo te sentaban bien. Las medias y los encajes se expresaban al son de tu garganta. Así te recordamos, doblando un poco las rodillas, moviendo la cadera, girando los brazos en remolino, agitando el pandero, cantando: “Azul casi morado, el ir y venir de los camellos anaranjados.” O: “Siempre estás ahí, midiendo el peligro, probando la suerte, cambiando el sentido... Incierto destino.” O:  “Lluvia sobre la ciudad moja tristes corazones. Tienen prisa por llegar al centro de su soledad.”

Hoy, pasada tu muerte, quienes nunca te vieron en vivo y quienes se indigestaron rápidamente con la estridencia de tu banda, se preguntan qué fue lo que te hizo especial, por qué hay tanta gente afectada con tu desaparición. Nosotros creemos que lo más valioso fue tu espíritu de flecha. El compromiso con el vuelo más que con la diana. Las ganas de hacer por encima del terminar. Tu estado puro. Además, claro, ese carácter de diva, de eje totalitario que exigía planetas orbitando en derredor. Tu atenta seriedad, las cejas acentuando los ojos potentes y los labios carnosos, el retrato completo de una inteligencia que no descuidaba al animal.

Distinta imagen a la del Claustro de Sor Juana, cuando ya no era una blusa sino un tul casi transparente el que te cubría. Cuando ya no te movías. Cuando cantabas silencio. Ahí, el coro que fundaste, el de tus alumnos, sonó conmovido y te dejó flores antes de una cascada de aplausos que aún resuena en nuestros oídos de tan larga y poderosa. Cirios y rostros llorosos. Amigos, músicos, melómanos, periodistas… todos dándote las gracias; propios, extraños y hasta un presidente ignorante ofreciendo su pésame por Twitter, estúpido termómetro para los que quieren “entender” el agua sin mojarse. Como pasa siempre, tuviste que irte para reorganizar nuestros afectos. Como pocas veces pasa: aunque no estés seguirás estando, y nos seguirás encantando, Rita.