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Antes del minuto 20 La Máquina sentenció el duelo; Chaco dio los pases para los tantos

Con dos goles de Villa, Cruz Azul gana el clásico joven en el Azteca

Los Cementeros terminaron con una racha de ocho años sin triunfo en el coloso de Santa Úrsula

Después sobrellevaron las acciones ante los ataques infructuosos de un extraviado América

Foto
El argentino Tito Villa festeja una de sus anotaciones ante las ÁguilasFoto Víctor Camacho
 
Periódico La Jornada
Lunes 14 de marzo de 2011, p. 2

Nada es eterno, ya se sabe; todo tiene una fecha de caducidad al reverso. Ayer, por ejemplo, Cruz Azul consideró que ocho años de no conseguir una victoria en el estadio Azteca era demasiado tiempo y decidió poner fin a esa afrenta. Los Cementeros derrotaron con dos anotaciones al América y demostraron que a esta Máquina le va bien eso de transgredir tradiciones.

Apenas la temporada pasada los celestes terminaron una marca vergonzosa de siete años, 16 partidos, sin vencer a las Águilas, gracias a un tanto del Chaco Giménez. Esta vez rompieron otra estadística por la inspiración de Emanuel Villa y la colaboración del mismo Giménez, un par de argentinos que funcionan en la cancha como si fueran mellizos.

Ambos jugadores se conocen muy bien, se leen con anticipación, se intuyen, funcionan como un solo cuerpo. Apenas Chaco adelanta una línea y Villa ya busca una coordenada en la que seguro entrará en contacto con su compañero. Así organizaron las dos anotaciones.

Chaco se desvanece en un punto de la cancha y aparece en otro, envía un centro como servido con las manos, ahí, frente al arco lo espera Villa, quien pica con la cabeza. El arquero Guillermo Ochoa se lanza sobre su costado izquierdo, la pelota le bota y sólo alcanza a rozar con las manos el caprichoso esférico. Un gol que es un poco acierto y, otro tanto, error.

Tres minutos después, otra vez Chaco, quien exhibe a Miguel Layún en toda su vulnerabilidad, se mete por el carril izquierdo, casi sin ver acomoda el servicio adonde seguramente estará el oportuno Tito Villa, quien se toma el tiempo suficiente para pensar, dar media vuelta y pegarle con la zurda. Lo hace con tal fuerza que parece que el pelotazo se lleva al arquero Ochoa en su trayectoria. Lo que hacen Chaco y Villa se llama telepatía.

Esa proeza de coordinación, en cambio, contrastó con el equipo desdibujado que fue el América, abotagado, lento y descuidado. Si durante días recientes mostraron la preocupación por la falta de jugadores que controlaran la media cancha, tras la ausencia notoria de Pável Pardo y Diego Reyes, ayer descubrieron que su verdadera debilidad se llama Miguel Layún.

Una debilidad notoria cuando la encomienda del jugador era impedir que Chaco hiciera lo que finalmente hizo. Layún estuvo perdido, fue cuerpo presente en el Azteca, pero una mente que divagaba quién sabe dónde. Al jugador siempre le faltó algo, un metro más de cancha o un segundo más en cada jugada, algo que no lo dejara tan expuesto ante las piernas maliciosas de Giménez.

Layún fue el resumen melancólico de lo que aconteció en todo el cuadro azulcrema. Un conjunto que nunca llegó al partido, que apenas tuvo eventuales fogonazos; casi todo el encuentro estuvo titubeante, flácido en la mitad del campo y completamente romo en el ataque.

Ni Rolfi ni Vuoso

En esas condiciones, el regreso de Matías Vuoso al terreno de juego pasó inadvertido; ni Rolfi Montenegro ni Vicente Sánchez se notaron en la zona. Los jugadores que otras veces son sinónimo de voluntad, ayer sólo fueron la cara aburrida de una escuadra muy revolucionada por las dos competencias simultáneas –liga y Copa Libertadores–, los viajes y el exceso de entrenamiento.

Nunca encontraron la manera de salir con la pelota pegada a los pies, de encontrar un compañero en quien apoyarse. Si La Máquina movió el balón con vocación colectiva, confiada en la eficacia de sus atacantes, el América lo hizo con la torpeza de un puñado de ermitaños incapaces de pasar un balón al compañero de adelante. Más que jugar contra Cruz Azul, ayer en el Azteca el América simplemente estorbó.

Al cuadro de Coapa no le queda sino levantar la cara, dijo resignado Rosinei Adolfo, quien estuvo solitario ayer en la contención americanista. La participación del brasileño fue una duda que se despejó de último momento. Fue difícil para mí, vengo de una cirugía y una molestia en el pubis, no es pretexto, pero hemos tenido mucha carga de trabajo, confesó con tristeza.

Otro ánimo, en cambio, trata de expresar el entrenador Carlos Reinoso. Ni perder el llamado clásico joven, ni que Cruz Azul terminara una racha de ocho años sin ganar en el Azteca, nada le hace perder la sonrisa. Pese al semblante, un poco forzado, aceptó que perder ayer le duele especialmente. Duele, dijo, porque los clásicos deben ganarse y porque al final se anuló un gol que le parecía legítimo, pero que el árbitro auxiliar consideró en fuera de lugar. Duele, insistió, pero no dramatiza la derrota; el torneo aún sigue.