Opinión
Ver día anteriorMartes 2 de noviembre de 2010Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Sobre Biutiful
M

i condición de simple cinéfila no me autoriza a abordar esta película, más que como espectadora. Aun apreciando sus virtudes, como obra total me parece mal lograda, inferior a las otras tres que conozco del cineasta Alejandro González Iñárritu.

Aclamada en Cannes y en Morelia, y tan publicitada como lo está, generó muchas expectativas que –no sólo en lo personal– se frustraron con todo y la excelente cámara de Rodrigo Prieto, que ofrece atmósferas espectaculares e insólitas. Pero falla la historia, pergeñada por el propio González Iñárritu, pródiga en complicaciones, con pretensión de abarcar demasiados fenómenos, como el de la inmigración, los subempleos ilegales, la explotación que provoca muertes.

Además se incluyen tintes sobrenaturales, espiritistas o si se quiere surrealistoides. El dicho de Van der Rohe menos es más, viene aquí al caso. El peso específico recae en el principal protagonista: Uxbal, personificado por Javier Bardem, recién laureado en Cannes como mejor actor por este trabajo, que se antoja extenuante.

De no haber contado con el carismático actor, que a mi parecer está excesivamente presente, la recepción sería menor, con todo y el prestigio del que sin duda goza merecidamente González Iñárritu. El guión es de él, compartido con dos co-guionistas: Alejandro Bro y Nicolás Giacobone.

Uxbal resulta ser héroe tamizado de tintes cristológicos, como puede advertirse en la fotogénica captación de su rostro en una de las escenas finales.

Desde el principio se sabe que el atractivo sujeto tiene sus días contados, eso sucede a través de una escena médica, escueta y bien contada. También el téte a téte de Uxbal con su gurú esotérica, una bella catalana más que madura, es muy bueno.

A resultas del autorrescate humanístico, la paternidad responsable, la preocupación por los desheredados, los sentimientos de culpa hacia los explotados y los que sufren persecución por la justicia, como lo enuncia el evangélico sermón de la montaña tiene características de prédica.

Uxbal está casado, aunque medianamente separado, de Maramba, la madre de sus dos hijos, una mujer greñuda de peculiar atractivo, no convencionalmente bella, actuada estupendamente por Maricel Álvarez, quien también hubiera merecido una distinción.

Por si fuera poco en cuanto a complicación, Maramba es bipolar, sufre frecuentes episodios maniacos, desatiende su medicación, maltrata a su pequeño hijo, Mateo, igualmente muy bien actuado por el niño Guillermo Estrella. Dada su condición impredecible, ella ha perdido la tutela de sus dos hijos, pero busca recuperarlos de vez en vez, a lo que su marido accede, obligado por las circunstancias y por su idiosincrática vocación amorosa, que se enuncia al principio y al final en la escena digitalizada de un bosque nevado a través del breve diálogo que sostienen Uxbal y un guapísimo joven de rasgos mulatos, a quien después veremos reaparecer en otra secuencia que se antoja inspirada en un incidente histórico: la momia de Maximiliano de Habsburgo. Como sabemos, el cadáver embalsamado del emperador, viajó de nuestras costas mexicanas a la cripta de los capuchinos en Viena. En la película que comento, también hay sepulcros, criptas y catafalco.

El título deriva de una tarea escolar afectuosa e incompetentemente asesorada por el progenitor de los chicos. Ese detalle es pertinente, habida cuenta de que biutiful es un simulacro fonético de la palabra belleza, aquí referido a una belleza interna muy estorbada y amenazada de pronta extinción. Tambien la película 21 gramos, del propio González Iñárritu, obedece a excelente título.

Hay un momento en el que lo que parece ser una escena soñada, se torna incidente realista. Tiene que ver con el mar y con lo que el mar acarrea a la playa desierta, situación que se aclara a través de una emisión televisiva. Esa vuelta de tuerca es un acierto, como lo es la extraordinaria recreación de un antro tipo cabaret, table dance, etcétera, al que acude Uxbal en aras de encontrarse con su hermano Tito. El espectador recaba la impresión de encontrarse allí y de experimentar lo mismo que experimenta Uxbal. La música es de primera.

Las callejas de Barcelona, no frecuentadas por el turismo, la vista de la ciudad desde lo alto –única que resulta plenamente identificable para quienes sólo conocemos Barcelona de pasada–, los diálogos en idioma al parecer mandarín, acrecientan la sobredimensión de una película que dura unos 200 minutos. Fórmese usted, posible lector, su propia opinión.