Editorial
Ver día anteriorMartes 2 de noviembre de 2010Ver día siguienteEdiciones anteriores
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EU: el desgaste demócrata
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a ciudadanía estadunidense concurre hoy a las urnas en las primeras elecciones federales desde el triunfo histórico de Barack Obama, hace dos años, y el pronóstico de las encuestas no es bueno para el partido del presidente: los sondeos coinciden en augurar la derrota de los demócratas y la conquista por los republicanos de la mayoría en la Cámara de Representantes, y acaso también en el Senado.

Tal circunstancia refleja la realidad de un electorado descontento y frustrado por el incumplimiento de las expectativas de cambio que generaron la candidatura de Obama y su llegada a la Casa Blanca, así como la pérdida de rumbo experimentada por el actual gobierno, el cual se ha visto atrapado, desde su inicio, en una maraña de intereses políticos y corporativos que han obligado al mandatario a postergar la realización de las transformaciones que el país requiere con urgencia en diversos ámbitos, empezando por el económico: a pesar de los esfuerzos iniciales de Obama por introducir un mínimo de racionalidad en el ámbito financiero y en la conducción de las grandes empresas, el poder político en Washington sigue siendo, en lo general, un gran mecanismo para aceitar negocios privados y, para colmo, la reactivación económica prometida por el primer afroestadunidense que ocupa la Casa Blanca sigue siendo, a grandes rasgos, una aspiración.

En el ámbito social, la presidencia de Obama sigue constituyendo un agravio para los sectores conservadores, pero no se ha traducido en mejoras sustanciales para los núcleos más desprotegidos de la sociedad estadunidense: la propia minoría negra, los latinos, los pueblos originarios, los blancos pobres y las minorías conformadas por la inmigración. Así, el mandatario, sin haberse procurado las simpatías de los votantes reaccionarios, ha perdido, en cambio, buena parte del apoyo inicial del que disfrutó entre los progresistas.

En el ámbito internacional, que no es de los que más preocupen a los ciudadanos de la superpotencia, Obama no ha podido o no ha querido emprender un giro radical con respecto a las líneas de acción colonialistas, imperiales e ilegales de su antecesor en el cargo: ciertamente, la ocupación militar de Irak ha sido redimensionada a la baja, pero no por ello se ha culminado el retiro estadunidense –prometido por el actual presidente durante su campaña electoral– ni ha cesado el agravio a los iraquíes. En cambio, Washington ha incrementado su presencia bélica, tan cruenta como contraproducente, en Afganistán, y se ha embarcado en una escalada de provocaciones hacia la República Islámica de Irán. En América Latina, si bien las instituciones estadunidenses no ofrecen un respaldo abierto y descarado a los sectores más antidemocráticos, han sido incapaces de cortar sus tradicionales vínculos con el golpismo uniformado, como se evidenció el año pasado en Honduras y, hace poco más de un mes, en Ecuador. Por lo demás, la Casa Blanca sigue promoviendo la ejecución de acuerdos belicistas e injerencistas como el Plan Colombia y la Iniciativa Mérida, factores ambos de una indeseable militarización, de violencia y de descomposición social e institucional.

La debilidad del bando demócrata a dos años de haber logrado la proeza de llevar a un negro a la Presidencia constituye un dato por demás preocupante, pues el fortalecimiento de los ultraconservadores del denominado Tea Party auguran una erosión adicional de las posturas presidenciales y un mayor empantanamiento político para Obama. Los resultados que se divulguen esta noche permitirán ponderar la dimensión del retroceso.