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Los festejos, a reflexión

Hace falta profundizar en el tema de la monarquía constitucional, dice la historiadora

Miles de desposeídos forjaron la independencia: Gómez Álvarez

La gesta se logró mediante causas, convicciones e ideales que no se reducen al protagonismo de 14 personajes exhumados y exhibidos en el Palacio Nacional, aclara la académica de la UNAM

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Retrato femenino de Winfield Scott, fotógrafo estadunidense que captó a esta joven en Guanajuato, ca. 1906, tomado del libro Luces sobre México: catálogo selectivo de la Fototeca Nacional, de Rosa Casanova y Adriana Konzevik, coeditado por RM-INAH
 
Periódico La Jornada
Martes 14 de septiembre de 2010, p. 4

Debemos evitar reducir la gesta independentista a 14 nombres, pues los verdaderos protagonistas de la revolución de Independencia no fueron sólo el puñado de héroes que se exhumaron del Ángel de la Independencia para ser exhibidos en Palacio Nacional, sino miles de hombres y mujeres anónimos que pertenecían a los sectores más desposeídos de la sociedad, afirma la doctora en historia María Cristina Gómez Álvarez.

La catedrática de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) reconoce que sería imposible que todos los que participaron en la guerra de Independencia tuvieran un nicho en los altares de la Patria, pero no hay que olvidar que fue el pueblo, constituido por los indios y las castas, que hizo posible el movimiento insurgente.

Autora del libro El alto clero poblano y la revolución de independencia: 1808-1821 (UNAM/ BUAP, 1997) e integrante del Sistema Nacional de Investigadores, Gómez Álvarez señala que en los trabajos de difusión en torno a la historia de México en los años recientes “desafortunadamente hay una corriente muy influyente de historiadores que han hecho énfasis incorrectamente en que Hidalgo no quería la ruptura con España.

“Esa idea es un retroceso. En nuestra historiografía es claro que con el llamado a las armas que Hidalgo hizo el 16 de septiembre de 1810 a la población de la región del Bajío, su intención era romper con la dominación española. De eso no nos quedaba la menor duda; nuestros problemas de investigación se dirigían a otros puntos.

Pero ahora tenemos que regresar a ese planteamiento, sobre todo porque los medios de comunicación le han dado validez a esa idea de que Hidalgo no quería la Independencia.

Máscara insurgente

Cristina Gómez Álvarez, quien es maestra titular de las cátedras guerra de Independencia I y II en la carrera de historia en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, es enfática al explicar que algunos de sus colegas suscriben la versión de que Hidalgo no pensaba en un México libre, “porque no consideran a la causa insurgente como una revolución social.

“Esos historiadores no aceptan ese concepto tan importante, que nos permite explicar el proceso revolucionario que se inició en 1810. Si bien dentro de las reivindicaciones que Hidalgo hizo inicialmente se encontraban los vivas a Fernando VII, la historiografía le ha dado respuesta con los documentos en la mano: en ese año Fernando VII pasaba como víctima, porque era prisionero de Napoleón Bonaparte. Ya se había explicado que cuando Hidalgo le grita vivas es una máscara del movimiento insurgente en su primera etapa, como para decirle a la población que también se defendía la lealtad al soberano español prisionero. El historiador Marco Antonio Landavazo (en su libro La máscara de Fernando VII: discur-

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Joven captada por la cámara de Winfield Scott, ca. 1902, en la capital del estado de Guanajuato. Imagen tomada del libro Luces sobre México: catálogo selectivo de la Fototeca Nacional, de Rosa Casanova y Adriana Konzevik, con prólogo de Olivier Debroise, coeditado por RM-Instituto Naciocional de Antropología e Historia

so e imaginario monárquico en una época de crisis, Nueva España, 1808-1822, coeditado por El Colegio de México, la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo y El Colegio de Michoacán, 2001) ha explicado que esto era una máscara, pero también que representaba un imaginario de una población que tenía 300 años bajo la dominación española.

“Hay otra interpretación que no contradice, sino complementa la anterior, y a la que los historiadores no le hemos puesto mucha atención: los insurgentes proponían, una vez obtenida la independencia, una monarquía constitucional, donde el Poder Ejecutivo lo tuviera el rey.

“Ellos también querían la protección de otras naciones frente a los franceses y, obviamente, ¿qué rey iban a escoger? Pues a los Borbones, que dominaban varias casas europeas, no sólo la española. Este tema no lo hemos podido profundizar los historiadores porque hay quienes opinan que ni Hidalgo ni Ignacio López Rayón e incluso ni Morelos querían la independencia.

Pero algo sí es cierto. El 16 de septiembre de 1810 dos cosas hizo Hidalgo: convocó a la gente a luchar en contra de la dominación española y consideró que ahora el soberano era el pueblo. El asunto de la soberanía va junto con el la Independencia. Si Fernando VII estuvo en sus palabras es porque estaba pensando en crear un modelo de monarquía constitucional, cosa que para la época era un avance.

Banalización de personajes

Otra polémica que existe entre los historiadores, añade Cristina Gómez Álvarez, es que unos afirman que el modelo de república adoptado en 1824 fue una copia del de Estados Unidos, cuando en México, en 1813, en el seno de un movimiento insurgente en auge, ellos plantearon la república como la forma de organización del nuevo Estado mexicano.

La especialista considera que “hubo un periodo en nuestra historia en el cual los héroes se volvieron de bronce. El historiador siempre debe luchar contra esa interpretación, porque no aporta nada, y se ha tratado de desmitificar a ciertos personajes, pero rayando en una banalización de ellos.

Lejos de que los traten como líderes de movimientos muy amplios, ahora algunos nos dicen, por ejemplo, que Hidalgo era empresario porque tenía unos ranchos, pero ésa no es su característica. Esos historiadores quieren ser muy novedosos, pero no están aportando nada, sino sumándose a esa historia del país que se basa sólo en personajes, pero no como representantes de causas, convicciones e ideales apoyados por un conjunto grande de la población. Es un gran daño, concluye Gómez Álvarez.