Opinión
Ver día anteriorMiércoles 8 de septiembre de 2010Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Onésimo y sus jaladas
C

on acelerada frecuencia, las declaraciones y pareceres del obispo Onésimo Cepeda se acercan más a ser objeto de alburólogos, conocedores de albures, que de especialistas académicos en la Iglesia católica de nuestro país.

El jerarca católico que tiene a su cargo el obispado de Ecatepec dice en su descargo, para justificar eso de que el Estado laico es una jalada, que él siempre busca comunicarse con el pueblo y por ende usa expresiones coloquiales. Los dicharachos de Onésimo Cepeda pueden ser simpáticos, tal vez arrancar sonrisas o carcajadas en algunos, pero lo que no debe tomarse a chunga es su claro desdén por la muy larga lucha por instaurar la laicidad del Estado mexicano.

Para tratar de comprender la hermenéutica onesimiana en su vertiente cotorrona y de doble sentido, es imprescindible recurrir al principal alburólogo de la nación mexicana: Armando Jiménez, autor de Picardía mexicana. Tal vez estimulados por las joyas verbales del alto clérigo y sus frases que pretenden ser chuscas, algunos estudiantes de filología pudiesen darse a la tarea de compilar las jaladas de Onésimo Cepeda, y explicarnos las profundidades ontológicas de su verdadero sentido. No sería de extrañar que esos estudiosos terminaran por fundar un nuevo campo de estudio: el de la jaladalogía, dedicado a investigar la incidencia de jaladas, modalidades de su expresión, filosofía subyacente y traducibilidad al conjunto de quienes no comparten el código semiótico del emisor, o emisora, de una determinada jalada.

Me declaro incompetente para siquiera intentar, en la anterior vertiente, bordear el tema del personal estilo de declarar del obispo Onésimo Cepeda, Pero de que hay material, sin duda lo hay. Por ejemplo, hace unos días, al asistir el jerarca religioso al quinto Informe del gobernador del estado de México, Enrique Peña Nieto, tuvo lugar la siguiente escena: “La reacción de Onésimo Cepeda fue espontánea. El roce en la parte trasera de su pantalón lo hizo girar rápidamente sobre su cuerpo. ‘No me roben la cartera, cabrones’, soltó, con lenguaje de barriada, el obispo de Ecatepec. Pero una vez que pudo constatar que nadie a su alrededor pretendía violar, en detrimento de su persona, el séptimo mandamiento de la Ley de Dios, quiso justificarse: ‘Es que van dos veces que me sacan la cartera aquí, cuando me rodean los periodistas’...” (crónica de Francisco Garfias, Excélsior, 7/9).

En eso de andar albureando, los entendidos dicen que existe una regla a cumplir escrupulosamente por quienes se adentran en sus terrenos. El que se lleva, se aguanta, es decir, si uno pretende sorprender, zaherir, denostar, ridiculizar, derrotar a otros con expresiones que regularmente tienen un doble sentido, entonces no se vale pretenderse inmune, negarle el derecho a los demás a regresar comentarios similares a los por uno proferidos.

Tal vez amparados en el anterior principio, y/o en el derecho a la libertad de expresión que les concede nuestra Constitución, existen diseminados por la red cibernética, para mi sorpresa, distintos sitios y comentarios en los que tratan al obispo de Ecatepec con singular mordacidad y hasta escarnio. El sitio renegadosensutinta.blogspot.com juega con el nombre del clérigo y lo llama Millonésimo Seempeda. Los autores de ese espacio reproducen noticias y artículos que dan cuenta de las andadas del obispo, como la que se refiere al señalamiento de haber cometido fraude con un pagaré por 130 millones de dólares. A la acusación el insigne Onésimo respondió que a él se la persignaban (La Jornada, nota de Agustín Salgado, 14/9/2008).

Con afanes de matizar que lo declarado por él sobre el Estado laico fue tergiversado, Onésimo Cepeda sostiene en misiva a Carlos Marín, director del diario Milenio, que es un convencido de la necesaria separación Estado-Iglesia(s): Yo creo y le doy gracias a Dios que tenemos un gobierno laico, nada me daría más miedo que tener un gobierno manejado por religiosos de cualquier religión, sería un gobierno fanático y probablemente un gobierno intransigente y dictatorial, cito como ejemplo a Irán en los tiempos del ayatola.

¿Por qué irse tan lejos, a los tiempos del ayatola Jomeini, estando tan cerca el ejemplo de la Nueva España? Cerca de cumplirse ciento cincuenta años de la ley juarista que estableció la libertad de cultos, a la que se opuso empecinadamente la jerarquía católica mexicana y, por supuesto, la cúpula católica en Roma, Onésimo reconoce que el monolitismo religioso es fanatismo y fomenta la intransigencia. O sea que Juárez tuvo razón en confrontar decididamente a la Iglesia católica de su tiempo en sus pretensiones de negar obstinadamente la libertad de conciencia. ¿Le dirán los otros integrantes de la Conferencia del Episcopado Mexicano a Onésimo Cepeda que ahora sí de veras externó una reverenda jalada?

El obispo de Ecatepec, tan predispuesto al lenguaje coloquial, pretendió borrar con su expresión popular una verdad histórica: la extensa lucha por arraigar en el país la laicidad del Estado. Podemos concluir que su intento fue un estiramiento extremo, es decir una jalada. Y alguien avezado (y yo no lo soy) en las expresiones a que con tanto gusto recurre el alto funcionario eclesiástico tal vez se atrevería a exclamar que ahora sí se la estiró, por andársela jalando.