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El ganador del premio Alfaguara de novela persiste en repoblar el desierto

Siempre abominé de los escritores de domingo; el arte no es un hobbie, sino destino: Rivera Letelier
Corresponsal
Periódico La Jornada
Viernes 28 de mayo de 2010, p. 4

Madrid, 27 de mayo. Hernán Rivera Letelier vive rodeado de cerros pelones y de poblados fantasmales, habitados por muertos e historias fascinantes.

Vive desde niño en el desierto chileno de Atacama, donde experimentó en carne propia la dureza del trabajo en la mina, la soledad mineral del desierto, los habitáculos de la memoria colectiva esparcida en los recuerdos de viejos tuertos y con el rostro de hondos surcos.

El arte de la resurrección es la obra con la que el autor chileno ganó el Premio Alfaguara de Novela 2010 y con ella pretende continuar su labor de repoblar el desierto, contar su historia.

Rivera Letelier nació en Talca, en 1950, pero desde muy niño se fue a vivir a Antofagasta, donde como buen hijo de obrero inició sus primeros trabajos: vender empanadas por las calles, los bares, los prostíbulos o los pocos semáforos de la ciudad.

Cuando su cuerpo ya se lo permitió se fue a la mina, como hacían todos los jóvenes de su edad. Allí estuvo trabajando sin descanso durante 30 años, en el desierto más cabrón del mundo y haciendo uno de los trabajos más cabrones del mundo.

A pesar de la dureza del trabajo, de que el agotamiento en ocasiones le paralizaba por completo el cuerpo, Rivera Letelier también se dedicaba en secreto a leer mucho –sobre todo a los autores del boom latinoamericanoy a escribir poemas.

Esa actividad secreta, que ocultaba ante el temor de que los hombres recios del desierto lo tildaran de maricón, fue creciendo en silencio. Incluso se presentó a muchos concursos literarios de forma anónima.

La mina y la escritura eran los dos motores de su vida: la primera le permitía comer y alimentar a su familia; la segunda, a explayar su imaginación y tranquilizar su alma de poeta.

Diez novelas después, entre ellas la más conocida, La reina Isabel cantaba rancheras, y un sinfín de poemas, Rivera Letelier se ha convertido en un autor consagrado, sobre todo a partir del Premio de Novela Alfaguara.

El arte de la resurrección cuenta una historia mitad real, mitad ficción, de un personaje que existió en el desierto y que él incluso llegó a escuchar durante su infancia: El Cristo de Elqui, especie de misionero andrajoso que vivía convencido de ser la rencarnación de Cristo, de ser un Cristo de Chile.

En un encuentro con corresponsales, el novelista explicó que su formación es autodidacta, mediante la lectura y la perseverancia.

Ninguneado por intelectuales

Cuando los libros de Rivera Letelier empezaron a ser leídos y conocidos en el resto de Chile, las elites intelectuales lo ningunearon, lo intentaron desacreditar e, incluso, hasta se mofaron de su origen y condición. “Creo que ese rechazo fue por clasismo y por mi condición de minero. En mi país hay mucho clasismo, pero creo que habría pasado en cualquier parte del mundo, porque no es muy cómodo para los supuestos grandes autores, que casi todos son de alcurnia, que de pronto aparezca un tipo que ni siquiera pasó por la universidad, que no tiene ningún título y que encima es un obrero que sacó la secundaria en la escuela nocturna.

“Así que al principio dijeron que era una falacia que yo hubiese sido alguna vez minero y obrero, pero cuando vieron las fotos y mi rostro marcado por la mina, entonces empezaron a decir que había otra persona que escribía mis novelas y que yo ponía la cara porque era muy simpático… Pero a mí me importa una pelota ir a sus palacios, yo sigo viviendo en Antofagasta, en el desierto, sigo siendo amigo de mis amigos, me sigo sentando en el mismo café, nos emocionamos y lloramos juntos. Y eso es impagable.”

Por eso sostiene que un escritor sólo es tal si se dedica de tiempo completo: “Siempre abominé de los artistas o los escritores de domingo. Que son aquellos que dicen que cuando tenga un tiempito escribiré o que se reservan una hora de los domingos para hacerlo. El arte no es un hobbie es un destino. Si eres artista lo serás hasta que te mueras tengas o no éxito. Yo escribí durante 25 o 30 años sin que me conociera nadie y si mañana dejo de interesar a las editoriales, pues me busco de nuevo un trabajo en la mina o donde sea, pero sigo escribiendo porque no puedo estar sin hacerlo”.

Uno de los personajes recurrentes de su obra y del desierto son las prostitutas. Al respecto, explica: Mi historia con las prostitutas empezó cuando era un niño de seis años y me mandaban a vender empanadas con una canasta. A la primera parte a la que iba era donde estaban las prostitutas porque había una en especial, rubia de ojos verdes con una cicatriz que le atravesaba la mejilla, que cuando la veía me causaba una sensación extraña, casi obscena. Verle el costurón era como estarle viendo las partes íntimas. Después las conocí mejor y descubrí que la relación entre ellas y los mineros iba más allá del mero comercio sexual, había lealtad, compañerismo, amistad, cariño.

Rivera Letelier considera que su obra, si hay que definirla, sería algo parecido al realismo estético o realismo poético, porque lo que pretende es convertir en mágica una escena común y corriente pero mediante el lenguaje, la forma, el tono, la estructura. Yo no dejé la poesía. Lo que me dejó fue el poema. Y ojo con eso, pues hay muchos que confunden poesía con poema. El poema es un envase de la poesía, pero yo conozco poemas que no tienen ni una gota de poesía. En cambio encuentro cuentos, ensayos y novelas que están llenos de poesía. Y yo lo que pretendo es que mi prosa tenga poesía, pasar el espíritu de la poesía a la prosa.