Editorial
Ver día anteriorSábado 17 de abril de 2010Ver día siguienteEdiciones anteriores
Servicio Sindicado RSS
Dixio
 
Goldman Sachs: el tamaño de la inmoralidad
L

as acusaciones del gobierno de Washington contra el banco de inversiones estadunidense Goldman Sachs, como responsable de incurrir en fraude millonario por la creación y venta de activos tóxicos entre sus inversionistas –a sabiendas de que perderían su valor en poco tiempo–, exhibe de nuevo la dimensión intrínsecamente irracional, corrupta y depredadora del libertinaje financiero que prevalece en Wall Street, a pesar de la catástrofe económica mundial gestada ahí el año antepasado, y prefigura el riesgo de una debacle similar a consecuencia de la falta de regulación en el sistema financiero estadunidense y mundial.

Son significativas, al respecto, las caídas observadas la jornada de ayer en las bolsas de todo el mundo, luego de que conocerse que la Comisión de Valores de Estados Unidos (SEC, por sus siglas en inglés) presentó una demanda legal contra Goldman Sachs y uno de sus vicepresidentes, Fabrice Tourre.

Con independencia de la trayectoria que siga la denuncia en los tribunales estadunidenses –Goldman Sachs calificó las acusaciones de completamente infundadas en la ley y en los hechos, y anticipó que se defenderá con vigor en el litigio–, el hecho que se comenta es indicativo de una inmoralidad vasta y reconocida en las prácticas de los llamados titanes de Wall Street, consentidos en forma insultante por el anterior gobierno de Washington, no obstante que desempeñaron un papel central como agentes de la crisis de las hipotecas subprime.

El propio Goldman Sachs puede presumir de haber salido prácticamente indemne de la crisis que se desató en 2008 gracias a los beneficios que le significó el plan de rescate operado por el gobierno de George W. Bush, uno de cuyos principales artífices, el ex secretario del Tesoro Henry Paulson, fue empleado de esa firma de inversiones. Los buenos oficios de los ejecutivos del organismo influyeron también, al parecer, en la polémica decisión del gobierno de rescatar la aseguradora AIG, compañía de la que el propio Goldman Sachs recibió unos 13 mil millones de dólares por ser su contraparte en transacciones de derivados, ante el enojo y la impotencia de los contribuyentes estadunidenses.

Como consecuencia de lo anterior, en 2009, mientras miles de familias del vecino país perdían casas, empleos y ahorros y la crisis se extendía en todo el mundo con efectos particularmente devastadores en economías pobres y dependientes, como la nuestra, ese banco de inversiones obtuvo ganancias por 12 mil 200 millones de dólares, e incluso se permitió otorgar bonos millonarios a sus altos mandos, lo que fue percibido por la opinión pública estadunidense e internacional como premio a la irresponsabilidad, a la ambición especulativa y al oportunismo.

Los episodios referidos dejan entrever, en suma, la existencia en Wall Street de las más burdas prácticas del capitalismo de amigos. En la circunstancia descrita, y ante las presiones ejercidas por el gran capital ante los intentos de la administración Obama por sacar adelante una reforma del sistema financiero de su país, el actual ocupante de la Casa Blanca enfrenta dos retos mayúsculos: probar las acusaciones fincadas a Goldman Sachs y sancionar a los responsables, así como operar los cambios necesarios para introducir elementos de racionalidad y control en el sistema financiero de su país y del mundo, a efecto de evitar la redición de los recientes descalabros económicos y de episodios fraudulentos.