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Verónica Murguía
La limpieza general
Cada año es lo mismo: acicateada por la idea de la renovación, que aunque ilusoria, llega cada año, en diciembre me da por la limpieza general. En las novelas rusas del siglo XIX los protagonistas acostumbraban hacer dicha limpieza en primavera, cuando podían abrir las ventanas de par en par sin que la nieve y el viento les convirtieran las narices en carámbanos. Entonces hervían la ropa de cama para matar los piojos y alimañas semejantes; colgaban las alfombras y miraban cómo los siervos les daban con palos para desempolvarlas; guardaban los abrigos en arcones llenos de bolas de naftalina y se iban en carruaje al campo a ver cómo despuntaban las flores.
Mis propósitos son infinitamente más modestos. En primer lugar, mi departamento cabe en la despensa de una mansión rusa y, en segundo, ya no es necesario hervir las sábanas para matar nada. Existen la lavadora, la aspiradora y el Pinol. La alfombra está clavada sobre el piso y es de “tráfico pesado”, un eufemismo empleado por los tapiceros para describir el material indestructible que cubre el suelo de mi casa. Todo es más práctico: por eso no entiendo por qué no logro deshacerme de los montones de cachivaches inservibles que atestan los cajones, los clósets y la despensa.
Me temo que pertenezco al grupo de los pesimistas, ésos que intuyen catástrofes a la vuelta de la esquina y que creen que un día infausto les hará falta un frasco de vitamina c que caducó hace tres años o un suéter lila con borlas rosas en los puños. Eso me lleva al tema de la desconfianza del amontonador: si no tiro las muestras de crema para las patas de gallo, ¿será porque no creo que en el futuro tenga el dinero para comprar el frasco?
Mientras, todo se acumula. En el cajón de las medicinas, por ejemplo, hay un gotero en cuya etiqueta se puede leer, aunque está un poco pegajosa y despintada, lo siguiente: paracodina gocce. Flacone conta gocce di 15g. Calmante della tose. Es, claro, italiano y lo traje ha ce años de un viaje durante el cual mi marido y yo caímos en ca ma, malísimos de la garganta. No puedo desecharlo: es un recordatorio más eficaz que cualquier fotografía o postal. Sólo verlo me trae a la mente con claridad cómo, du rante dos días, estuvimos tirados en una cama ex tranjera, febriles y absur damente contentos, mientras afuera Florencia nos esperaba como un espejismo opulento, erizado de agujas me dievales, poblado de estatuas per fectísimas y comida de primera. Ahora mismo lo regresaré a su lugar, aunque ya decidí tirar un montón de pastillas que no sé ni qué enfermedades cu ran.
Con el clóset ocurre algo pa recido: hay minifaldas que no usaría ni en una fiesta de disfraces; suéteres con hoyos, panta lones de cuando pesaba 50 kilos, calcetines propensos a des lizarse dentro del zapato, un saco con hombreras con el que parezco Tin Tán, camisas a las que les falta un botón, etcétera. Con los cajones –mucho me nos amontonados– de mi marido, ocurre lo mismo. Ayer encontré el suéter que le regalé el año pasado en Navidad, todavía con la etiqueta puesta. Dice que se le olvidó que existía. Creo que no le gustó el color, pero eso es algo que no con fesaría ni con una inyección de suero de la verdad. ¿Qué hago con él? Dárselo a mi padre es una posibilidad, pero co mo el autor de mis días pesa mucho menos que mi marido, sospecho que tampoco se lo va a poner, pues le daría un aire a Cocoliso que no va con su carácter.
La alacena es asunto más fácil: si ya pasó la fecha de caducidad, la lata o lo que sea, se va a la basura. Me da mucha tris teza comprobar que las fechas es peciales para las que guardé las latas de paté, el vinagre dulce para postres, el chutney de mango y el puré de castañas, no llega ron. O para ser precisa, pasaron sin que yo me diera cuenta de que los días normales son los días especiales.
Cuando murió mi abuela y nos dimos a la melancólica tarea de vaciar sus cajones, descubrimos frascos de perfu me sin abrir, pañoletas, suéteres, pija mas y monederos, todos nuevos. Teso ros que mi abuela almacenó, esperando la ocasión perfecta, el momento ideal para estrenarlos. La lección que me dio esa tarde fue que no debía guardar nada, porque la mejor manera de preparar se para el futuro es darle todo al presente. Así que este diciembre le entraré con ánimos nuevos a la limpieza anual.
Lo primero que se irá es el suéter lila. Creo que puedo enfrentar lo que la vida me depare sin él.
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