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El fotógrafo presenta en Milán, hasta el 3 de enero, La última ciudad

Pablo Ortiz Monasterio captura un México vital pese a su miseria

De sus imágenes surge la esperanza, afirma Enrica Viganò, curadora

Foto
La muestra fotográfica deriva del libro homónimo, publicado en 1996
Especial para La Jornada
Periódico La Jornada
Domingo 22 de noviembre de 2009, p. 3

Milán, Italia. El arte y la cultura latinoamericanas son una realidad lejana y en parte desconocida para la población italiana; disfrutar de una buena exposición en el país sobre el tema, es una rareza y enterarse de ello es casi una hazaña, pues los canales de difusión continúan siendo limitados, salvo para los interesados, en su mayoría especialistas y estudiosos del sector.

Para el común de los nativos, México es atractivo desde un punto de vista turístico y folclórico; más allá de eso todo se nubla.

La exposición del fotógrafo Pablo Ortiz Monasterio titulada La última ciudad, en el Centro Cultural de Milán (CMC) desde el 29 de octubre hasta el 3 de enero (itinerante en Murcia, España a partir del 11 de enero en el festival internacional Fotoencuentros), es una excepción en dicho confinamiento: la rigurosidad curatorial de Enrica Viganò y la inteligencia del director Camillo Fornasieri, así como la naturaleza de la institución, permitirán el acercamiento de la gente común al artista y al tema.

Con esta muestra concluye una trilogía fotográfica orgánica presentada también en el CMC con curaduría de Viganò; a lo largo de tres años se ha meditado acerca del tema de la metrópoli, centrada no en la arquitectura, sino en sus habitantes, empezando por Nueva York con Walter Rosenblum, siguiendo con la Milán de Ugo Zovetti y terminando con esta edición.

Diez años en la capital

La última ciudad es una publicación de 1996 que consiste en una selección de una cuarentena de fotos dedicadas al Distrito Federal elaboradas a lo largo del decenio anterior pero concebidas para un libro por lo que la exposición es un derivado, como dice el artista en la entrevista, del catálogo.

Al ver las imágenes, la ciudad se reconoce sólo por sus estragos, funge de discreto escenario espectral para recalcar la miserable existencia y marginalidad de sus habitantes: caminos polvorientos, ladrillos amasados, muros carcomidos y cables colgados por todos lados que remarcan una modernidad abortada. Sus habitantes fluctúan como fantasmas de un paraíso perdido del cual han quedado sólo fetiches: los héroes nacionales han abandonado a sus hijos y del Cristo se idolatran los fantoches ensangrentados porque recalcan las penas de sus feligreses; de la herencia azteca, por su parte, parecieran haber quedado sólo disfraces.

El lucido texto introductivo de la edición original, vertido ahora al italiano, es de José Emilio Pacheco, quien hace una crítica impecable, mordaz y terriblemente objetiva de la obra de Pablo, quien “no quiso acumular imágenes de un México bello, ‘moderno’, plástico, pintoresco o ‘desarrollado’. Nos dona en cambio un espejo en donde podemos ver aquellos rasgos que menos nos gustaría haber visto. Quisiéramos decirle que no somos así, que no logró el parecido, que debió de habernos puesto un poco más presentables (…)”

El diálogo con Camillo Fornasieri, director del CMC, y Enrica Viganò curadora, crítica fotográfica y fundadora de Admira (que se ocupa de organizar exposiciones), nos permite entender cómo la obra viene percibida y difundida por el público europeo.

–¿Qué es el Centro Cultural de Milán?

Camilo Fornasieri: Es un centro que interviene en diversos campos de la cultura: literatura, ciencia, economia, arte, con la finalidad de apoyar al hombre en su deseo por descubrir la verdad de las cosas, mediante conferencias, talleres, cine, exposiciones. Es frecuente la colaboración con entes externos, como institutos, editoriales, universidades y en éste caso Admira.

–¿Cómo conoció la obra de Ortiz Monasterio?

EnricaViganò, Camillo Fornasieri: Su obra, a pesar de ser básicamente inédita en Italia, es muy conocida fuera. Consideramos que la trilogía podía alcanzar un reflexión integral sólo si meditábamos sobre la ciudad más grande del mundo que encarna un contexto diferente, además de que se concentra en años más recientes: Rosenblum abarca desde los años 30 hasta los años 70 del siglo pasado, y Zovetti de los años 50 hasta nuestros días.

–¿Que tipo de público se puede interesar por la obra de un artista latinoamericano?

Viganò: Básicamente aquel que busque una fotografía de calidad, así como aquellos que se interesen por un tipo de fotografía humanista o sientan atracción por el país.

–¿Cuál es la imagen que quedará al espectador sobre el Distrito Federal?

Viganò: El de un México con contradicciones, pero al mismo tiempo lleno de vitalidad y de ganas de vivir; es lo que Pablo logra capturar a pesar de la miseria. De éstas imágenes surge la esperanza, la idea que la vida continúa.

Fornasieri: La última ciudad no es la ciudad de los últimos, sino una ciudad en donde hay vida. Nos llena poder trabajar sobre el sentido de la humanidad y del hombre como tal.

–¿Podría clasificar la obra de Pablo como clásica?

Viganò: Sí, si por ésto se entiende la representación de la realidad. En un ámbito internacional corresponde a la escuela de la fotografía documental que a partir de Robert Frank y William Klein se volvió mucho más agresiva. Esta centralidad del hombre presentado en forma menos romántica deriva de la edición The Americans, de Frank, publicado en 1958. Por el lado mexicano en cambio hereda la tradición de Manuel Álvarez Bravo hasta Graciela Iturbide.

–¿Que reconocimiento tiene la obra del artista en el extranjero?

Viganò: Las publicaciones son esenciales en la carrera de un fotógrafo, porque es lo que circula.

“Pablo ha hecho diversas, que además le han valido el reconocimiento internacional. Si pensamos justamente en La última ciudad, en México tuvo una acogida tibia: los volúmenes se vendiendo lentamente, mientras en Francia y Barcelona ganaba premios importantes.”

–¿Hay algún artista italiano que trabaje en su misma dirección?

Viganò: Podría pensar en Paolo Pellegrin, quien trabaja con blanco y negro, y que ahora ha entardo a la agencia Magnum. Pellegrin, sin embargo, muestra una búsqueda más abierta al espacio, mientras en Monasterio hay más atención en la acción.

–¿Qué une a Monasterio, Rosenblum y Zovetti?

Viganò: Además del interés por el ser humano, poseen un enorme sentimiento y un ojo agudo para retomar los momentos, por no hablar de la altísima calidad de la composición: es verdadera arte fotográfica.