Opinión
Ver día anteriorMiércoles 18 de noviembre de 2009Ver día siguienteEdiciones anteriores
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La Muestra

Un hombre serio

Foto
Fotograma de la cinta de los hermanos Coen
¿H

abrá que esperar mucho para que los hermanos Coen nos sorprendan con una adaptación de El lamento de Portnoy, novela satírica de Philip Roth? Mientras llega ese momento, Un hombre serio (A serious man) es la aproximación más delirante a aquella memorable incursión en el humor judío.

En lugar de Alex Portnoy, el judío rebelde y mal hablado cuya queja en contra de las tradiciones judías alcanza proporciones épicas, Ethan y Joel Coen presentan aquí la flagelación pública que padece un hombre que aspira únicamente a ser un judío intachable, buen trabajador, buen padre de familia, buen practicante de la religión de sus padres; un hombre que siempre trata de hacer bien las cosas y ganarse a pulso la reputación de ser un hombre serio.

Este otro lamento, resignado y doliente, es el de Larry Gopkin (Michael Stuhlbarg), profesor de física residente en las afueras de Minneapolis, cuya rutina doméstica se ve bruscamente interrumpida al escuchar la confesión de infidelidad de su esposa (formidable Sari Lennick) y su férrea decisión de compartir el hogar familiar con su nuevo amante, el arrogante Sy Ableman (Fred Melamen) y enviar a su esposo a un motel en espera del trámite final de divorcio.

El año es 1967, época de la pubertad de los propios Coen, que pareciera aquí reflejada en el personaje de Danny (Aaron Wolf), hijo de Larry, un chico que prepara su bar mitzvah y soporta con desgano la desintegración del matrimonio de sus padres.

A la desgracia doméstica se añade un infortunio profesional: el profesor de física padece el chantaje de un alumno oriental que pretende obligarlo a mejorar sus notas con el fin de conservar su beca, y también una avalancha de mensajes anónimos que atentan contra su prestigio académico.

Hay también la animosidad de un vecino racista, llamadas telefónicas que exigen el pago de compras no hechas, y un estado de salud que va de ser aceptable a insinuarse francamente precario.

La descripción del entorno familiar de Larry es abiertamente caricaturesca, como si los realizadores se deleitaran maliciosamente en remachar todos los clichés occidentales en contra de los judíos, tanto en el retrato físico como en la observación de las conductas. La destreza del humor judío consiste justamente en tomar como blanco de sátira las limitaciones propias, y hacerlo mejor que quienes con muy mala fe tienen propósitos similares. El escritor Philip Roth ha sido un maestro en la materia.

En esta cinta, una de las más redondas de los directores de Educando a Arizona, el resultado es impecable, y la intención transparente cuando en los créditos finales se señala: Ningún judío fue lastimado durante la realización de la película.

Una idea estupenda es abrir la película con una parábola ambientada en el pueblo polaco de Lublin y hablada en yiddish. Una pareja recibe en una noche helada la visita de un alma en pena (dybbuk); el marido piensa que es un ser vivo, la esposa lo reconoce como una aparición maligna que debe ser exorcizada. Este prólogo misterioso anticipa el encarnizamiento del destino sobre Larry Gopnik, judío ejemplar que no atina a comprender por qué debe pagar un precio tan alto por ser simplemente un hombre serio. Una comedia formidable.