jornada
letraese

Número 153
Jueves 2 de abril
de 2009



Director fundador
CARLOS PAYAN VELVER

Directora general
CARMEN LIRA SAADE

Director:
Alejandro Brito Lemus

pruebate




Música para tus oídos, condones para tu placer


Entusiastas del rock, escépticos de los riesgos, a los adolescentes el sida les suena a excentricidad. Pero el VIH existe y no es precisamente el nombre de un canal de música, aunque una buena rola y un condón pueden hacer la diferencia para mantenerse fuera de peligro. “VIH no es una banda de rock” es un proyecto de prevención del sida que busca que el fervor roquero de los pubertos los incite a cuidarse, como da cuenta esta crónica.

Fernando Mino

Chavos, casi adolescentes, se transforman en ídolos al arrancarle cualquier nota, por medianamente melódica que sea, a una guitarra eléctrica. Levantan los brazos y la multitud se entrega gozosa al rito. El rock es infalible y los pubertos ceceacheros le rinden pleitesía. “¿Saben usar los condones? Si no, qué pendejos, la neta”, reta el vocalista de Los Lolos a los más de 300 estudiantes reunidos en una de las explanadas de las instalaciones naucalpenses del Colegio de Ciencias y Humanidades de la UNAM.

Sonrisas, gritos, ánimo de grupie entre las colegialas que alzan improvisadas pancartas: “Chóforo, hazme un hijo”. Un delgadísimo y andrógino emo carga otro: “Lolos, los amamos”. El aludido —playera polo de franjas horizontales blancas y rojas, cabello corto, rostro descolorido y lentes que agigantan sus ojillos cafés— avienta condones a la multitud. Con certeza el VIH no es una banda de rock, aunque a la mayoría de los jóvenes se les extravíe el significado en el fárrago de las siglas y los acrónimos (El CCH lucha contra el VIH en las ferias organizadas por el PUESEX de la UNAM). “Luego de una encuesta nos dimos cuenta que había muchísimos chavos que pensaban que VIH era un canal de música. Lo confundían con VH1, este canal de televisión por cable”, cuenta Ana Martínez, vocalista de Señora Kong y cabeza del proyecto “VIH no es una banda de rock”, que integra a bandas de todo el país las cuales invitan a sus audiencias a protegerse del sida a través del condón.

La tocada —parte de las actividades de la feria de la sexualidad que el Programa Universitario de Educación en Sexualidad (PUESEX) realiza en los planteles de bachillerato— comienza a mediodía. Para quien conoce los CCH’s el entorno es familiar: un puñado de edificios bajos aventados sobre un amplísimo terreno, en este caso una ladera, comunicados por senderos espaciosos bordeados de prados. El escenario se coloca en lo alto de una escalinata; a un lado están los estands de la feria de la sexualidad, donde activistas reparten volantes, condones e información sobre las formas de cuidarse de una infección de transmisión sexual. La sombra de las jacarandas y los eucaliptos aligeran el peso intermitente del sol.

El rock que une identidades
Gorros, gorras, palestinas, camisetas, tenis Converse, cinturones de lona, mezclilla, estoperoles, lentes de sol y piercings —sobre todo en el labio o en la ceja—, montañas de mochilas apiladas en los rincones. Matas largas —engominadas, afro o zacatudas— flecos de emo, cortes mohicanos, sonrisas de dientes chuecos, rostros redondos e infantiles enmarcados por una barba rala, brazos cubiertos de pulseras plásticas, manos que alzan celulares para atrapar al músico admirado o registrar el video con la rola preferida: “Un día que sí, y al otro ya no tanto/ ¿pues qué pasó?/ ¿A qué estamos jugando, corazón?”.

“Podemos hablar de heteros, de gays, de trans, o de cualquier identidad juvenil, pero todos tienen un punto en común: la música”, dice Magali Cadena, productora de los eventos de VIH no es una banda de rock. El lema es también el nombre de una asociación civil que busca multiplicar la prevención del sida entre jóvenes a través del rock; las bandas afiliadas —o embajadoras, como las llaman en la organización— reciben capacitación sobre VIH, para que la repliquen en sus tocadas, y condones para repartirlos a la audiencia. “Muchas bandas nos apoyan, como La Lupita, El Gran Silencio, Liran’ Roll, Tex Tex, y apadrinan a otras que inician”, dice Magali. No es poca cosa, para hablarle a los jóvenes nadie tiene mejores credenciales. “Cuando eres chavo las bandas hablan por ti, en cierta forma son tú mismo”, dice Ana.
La organización apenas se acerca a su primer año pero ya suma a cientos de bandas embajadoras y el apoyo de instituciones públicas como el Centro para la Prevención y el Control del VIH/sida (Censida) o la Clínica Condesa, del gobierno del Distrito Federal, que les proporciona los condones que las bandas reparten en sus tocadas.

El látex se deja la mata larga
La música crea el entorno. “Es para usarlo hoy, eh”, bromea una adolescente de pelos enmarañados y brackets a su amiga de camiseta negra y jeans ajustados, abrazada por la cintura por un tipo de cabello engominado y fleco emo que contempla el condón que recién le ha caído a las manos. Mientras toca el turno a Violetta (“Vamos ciegamente/ caminando lentamente/ y hoy, no me dejas meterme en ti”), una pareja cachondea en un prado. Ella se sienta a horcajadas sobre él, recostado en el pasto. Se besan. Ella juega a depilarle las cejas. Un rato después se levantan; camino a la salida de la escuela se detienen a mirar en los estands de la feria.

En la mesa de VIH no es una banda de rock un güey de rastas mantiene la atención de unas veinte chavas con su rollo sobre el condón femenino, cuyo látex se somete a la manipulación de sus dedos. Ricardo Baruch, joven activista de amplia trayectoria en los movimientos de lucha contra el sida e integrante de la organización cuenta que los roqueros o los miembros de sus equipos también le entran a dar la información. Frente al tono a veces solemne del activista ver a un tipo con rastas garantiza altas audiencias, dice Ricardo, que también funge como coach para garantizar la calidad de la información proporcionada. Faje, pene orgasmo, eyaculación, placer... Habla el roquero sin tropiezos y sin levantar rubores o desviar miradas, a lo más sonrisas de quien se sabe cómplice en la práctica del sexo furtivo.

La música sigue sonando. Otra pareja, inmune al estruendo, escucha en los escalones de concreto, sentados a dos pasos de las bocinas. Él, un moreno de mata larga apelmazada, piercing en el labio inferior y sonrisa fácil. Ella, con lentes de pasta y cabello grueso y lacio, sigue con el pie calzado con Converse el ritmo de la rola. Les caen dos condones, ella guarda uno en el bolsillo trasero de su pantalón, él le busca la mirada mientras mete el suyo en la mochila: “para mañana, ¿no?”.

En el ancho muro de las escaleras hay cuatro chavos encaramados, atentos a la música y al desmadre de su grupito, que ya se avienta agua de una botella o se hace señas y gestos de filial insulto. Señora Kong cierra el concierto, la vocalista habla, entre canción y canción, de la diversidad sexual, que no importa si eres gay, hetero o bi, lo importante es que siempre te pongas gorrito. Los pubertos se empujan entre sí, se abrazan, se tocan, se repelen en festiva indignación. Ana les sonríe, los mira provocadora y les dedica un solo de trompeta. “Órale, puto, ahí te hablan”, atina a decir uno de los sonrojados machines.

Agradecimientos, más condones, invitación a que visiten el blog o el myspace, a que si conocen bandas de chavas las inviten, cómo puede ser que casi haya puro cabrón en el rock. El toquín ha terminado, pero el desmadre aún no, que falta el obligado autógrafo. Julián, el vocalista de Majadero oculta sus ojos detrás de sus lentes mosca, pero deja ver sus dientes manchados en una sonrisa que mata a varias de sus espontáneas admiradoras, que también preguntan dónde pueden encontrar sus discos y más condones.

“Este es el poder de las bandas de rock, provocar que los chavos se protejan. No vamos a las clínicas por nuestro propio pie, no le preguntamos sobre sexo a nuestros maestros, menos a nuestros padres, pero sí pasamos horas escuchando música, horas navegando en Internet, horas siguiendo a las bandas que nos gustan. Qué mejor que ellos para darles información y enseñarles cómo se usa un condón”, concluye Ana Martínez.

S U B I R