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Economía moral

Edward O. Wilson y el debate sobre la naturaleza humana / III

L

a ciencia de la conducta no es para cobardes, dice Steven Pinker (SP) al inicio del capítulo 7 de La tabla rasa. Los investigadores pueden descubrir que son figuras públicas despreciadas debido a alguna área que hayan decidido explorar o a algún dato que hayan encontrado. Hallazgos sobre ciertos temas –cuidado diurno, conducta sexual, recuerdos de la infancia, drogadicción– pueden provocar vilipendio, acoso, intervención de políticos y agresión física. Será, como insinúa SP, que los líderes teóricos del movimiento de la ciencia radical forman parte de una corriente intelectual sistemática: el intento de salvaguardar la tabla rasa, el noble salvaje y el fantasma en la máquina como fuente de significado y moralidad. Niegan creer en una tabla rasa, y es justo que sus posturas se examinen con detenimiento, dice SP. ¿Es posible que los científicos testarudos que viven en un mundo mecanicista de neuronas y genes piensen de verdad que la mente recoge hacia el cerebro de la cultura que le rodea? Lo niegan en abstracto, pero cuando se trata de cuestiones específicas su postura está claramente en la línea de la tradición de la ciencia social de la tabla rasa de principios del siglo XX. Stephen Jay Gould, Richard Lewontin y los otros firmantes del manifiesto Contra la Sociobiología escribieron: No negamos que existan componentes genéticos de la conducta humana. Pero sospechamos que los universales biológicos humanos se han de descubrir más en las generalidades del comer, excretar y dormir que en esos hábitos tan específicos y muy variables como la guerra, la explotación sexual de las mujeres y el uso del dinero como medio de cambio. Obsérvese el encuadramiento tramposo de la cuestión, apunta SP. La idea de que el dinero es un universal codificado genéticamente es tan ridícula (algo que Wilson jamás propuso) que cualquier alternativa tiene que considerarse más verosímil. Pero si consideramos la alternativa en sus propios términos, y no como una parte de una falsa dicotomía, parece que Gould y Lewontin afirman que los componentes genéticos de la conducta humana se descubrirán principalmente en las «generalidades del comer, excretar y dormir». Cabe suponer que el resto de la tabla es rasa. La táctica argumentativa –en primer lugar, negar la tabla rasa, y después hacer que parezca plausible oponiéndola a un hombre de paja– se puede encontrar en otros escritos de los científicos radicales. Así, Gould dice: “Mi crítica a Wilson no invoca un medioambientalismo no biológico; simplemente enfrenta el concepto de ‘potencialidad biológica’ –con un cerebro capaz de toda una diversidad de conductas humanas pero predispuesto a ninguna– a la idea de determinismo biológico, con unos genes específicos para rasgos específicos de conducta. La idea de determinismo biológico –que los genes causan conductas con 100 por ciento de certeza– y la idea de que cada rasgo conductual tiene su propio gene, son obviamente absurdas (y Wilson jamás las cobijó). Así que la dicotomía de Gould parecería dejar la potencialidad biológica como la única opción razonable. Pero ¿qué significa eso? La afirmación de que el cerebro es capaz de toda una diversidad de conductas humanas es casi una tautología: ¿cómo podría el cerebro no ser capaz de toda una diversidad de conductas humanas? Y la afirmación de que el cerebro no está predispuesto a ninguna conducta humana no es más que una versión de la tabla rasa. Predispuesto a ninguna significa literalmente que todas las conductas humanas tienen las mismas probabilidades de ocurrir. De modo que, si una persona de cualquier parte del planeta alguna vez ha realizado algún acto –renunciar a la comida o al sexo, atravesarse con clavos, matar a su hijo–, el cerebro no tiene predisposición para evitar ese acto, comparado con las alternativas, tales como disfrutar de la comida y el sexo, proteger el propio cuerpo o amar al hijo. Lewontin, Rose y Kamin (LRK) también niegan afirmar que los seres humanos sean tablas rasas. Pero sólo hacen dos concesiones a la naturaleza humana. Si fuese verdadera la tabla rasa, no podría haber evolución social. Respaldan este argumento apelando a la autoridad de Marx, a quien citan diciendo: La doctrina materialista de que los hombres son el producto de las circunstancias y de la educación, y que, por consiguiente, los hombres transformados son producto de otras circunstancias y de otra educación, olvida que son los hombres quienes cambian las circunstancias y que el propio educador necesita ser educado. Su propio punto de vista es que la única cosa sensata que se puede señalar de la naturaleza humana es que construye su propia historia. La implicación es que cualquier otra afirmación sobre la estructura sicológica de nuestra especie –sobre nuestra capacidad para el lenguaje, nuestro amor por la familia, nuestras emociones u miedos– no es sensata. LRK sí hacen una concesión a la biología –no a la organización de la mente y el cerebro, sino al tamaño del cuerpo. Si los seres humanos sólo midieran seis pulgadas de alto, no podría haber una cultura humana tal como la entendemos, señalan, porque un liliputiense no podría controlar el fuego, romper las rocas con un hacha filosa, ni albergar un cerebro suficientemente grande para sustentar el lenguaje. Es su único reconocimiento de la posibilidad de que la biología humana afecte a la vida social. Versión actualizada de la afirmación de Watson de que podría convertir a cualquier niño en médico, abogado, artista, comerciante e incluso en pordiosero y ladrón, sin importar sus talentos, inclinaciones, tendencias, habilidades, vocaciones, ni la raza de sus ancestros. Lewontin escribió un libro en el cual el resumen de la solapa señala que nuestra dotación genética confiere una plasticidad del desarrollo síquico y físico, de modo que en el curso de nuestra vida, desde la concepción hasta la muerte, cada uno de nosotros, al margen de raza, clase o sexo, puede desarrollar prácticamente cualquier identidad que esté dentro del ámbito humano. La declaración del libro de Lewontin de que todo individuo puede asumir cualquier identidad es una confesión de fe de pureza poco habitual. Y en un pasaje en que se vuelve a levantar el muro de Durkheim entre lo biológico y lo cultural, Lewontin concluye un libro de 1992 diciendo que los genes han quedado sustituidos por un nivel de causalidad completamente nuevo, el de la interacción social con sus propias leyes y su propia naturaleza, que sólo se puede entender y explorar a través de la acción social. Así pues, mientras Gould, Lewontin y Rose niegan creer en una tabla rasa, sus concesiones a la evolución y la genética los revela como unos empiristas más extremos que el propio Locke, quien al menos reconocía la necesidad de una facultad innata de comprensión.