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De recesiones y cambio climático: la duodécima
E

norme placer recibir de un gran amigo, el artículo que el New York Times publicara este viernes sobre la urgencia –así lo indican y así me he permitido señalarlo continuamente en este generoso espacio de La Jornada– de electrificar al máximo el balance final de energía, y hacerlo de forma creciente si deseamos enfrentar con la mayor robustez y con la tecnología disponible los efectos del cambio climático para arribar al año 2050 con cero emisiones netas de CO₂ equivalente.

Sí, Nadja Popovich y Brad Plumer, en How electrification became a major tool for fighting climate change, del viernes 14 de abril, subrayan esta urgencia. La ratifican expertos. Por lo demás, con generación eléctrica proveniente de fuentes limpias y renovables para acceder a las múltiples formas de energía útil requeridas.

El artículo del New York Times es una ratificación de expertos que aluden a las alternativas de las formas de energía final en transporte. Sin embargo, muestran las dificultades reales de la transición energética propuesta, incluso aluden –obligadamente– a la transformación de hábitos sociales y muy poco –pudieron profundizar más– a las políticas públicas.

Atendamos más al delicado sector transporte, para ello consultemos también al especialista canadiense Jean-Paul Rodrigue. Imprescindible. Véase, si no, la edición más reciente de su libro The Geography of Transport System, Fifth Edition, Jean-Paul Rodrigue (2020), New York: Routledge, 456 pp. ISBN 978-0-367-36463-2 (https://transportgeography.org/). En particular la sección Transporte y Energía. Sus tesis son respaldadas por los expertos consultados por el New York Times y, sin duda, de quien esto suscribe, porque automóviles, camiones, servicios públicos, hogares y fábricas queman combustibles fósiles en miles de millones de motores, hornos, calderas y otros aparatos, y emiten cerca de 38 mil millones de toneladas de CO₂ equivalente. Pues bien, enfrentar esto exige el máximo esfuerzo posible para usar máquinas alimentadas –al máximo posible– con electricidad limpia y renovable. Ya están ahí –aseguran el profesor Rodrigue y los expertos consultados por el New York Times– las versiones eléctricas de automóviles, sistemas de calefacción y de equipos e instrumentos de comercios e industrias y hogares.

No obstante, la electrificación creciente es un reto descomunal, en el transporte ante todo, donde sólo dos o tres casos en el mundo actual superan con electricidad el promedio de 2 por ciento de la energía requerida. Ejemplos: Austria y Suecia (3.2 por ciento), Suiza (4.7), China (3.9),Ucrania (6.2) y Singapur (10.1 por ciento).

Lo más difícil de la electrificación es el transporte, dicen unos. ¿Qué podemos y debemos hacer? Repuesta muy difícil. Por lo demás, hay muchos intereses, el auto individual eléctrico es muestra de ello. Dicen que es preciso sustituir combustión interna con vehículos eléctricos, pero ¡No hay condiciones plenas! y se suman largas distancias, cargas enormes, hábitos individuales, problemas de reabasto y almacenamiento, redes eléctricas no adaptadas, así como riesgos de confiabilidad y seguridad, el profesor Rodrigue lo subraya.

Urge la descarbonización en el movimiento de personas y mercancías, en cortos y largos movimientos, para ello impulsemos –al menos y por lo pronto– tres medidas: mayor eficiencia, más combustibles bajos en carbono y cambios de formas de movilidad. En esta última, sin duda, acelerada y creciente sustitución de movilidad individual con movilidad colectiva, incluso de combustión interna en la transición, pero rumbo a la movilidad colectiva eléctrica. Profundizaremos en ello. De veras.