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Prefiero morir que extinguirme en los lamentos de una vida fallida

Centenario luctuoso de Sarah Bernhardt, el monstruo sagrado

 
Periódico La Jornada
Miércoles 22 de marzo de 2023, p. 4

Una celebridad mundial, un mito viviente, traspasó la memoria del tiempo hace un siglo: Sarah Bernhardt falleció el 26 de marzo de 1923; actriz francesa de teatro y cine, escandalosa e indomable. Con su capacidad actoral, su voz de oro, figura alta y esbelta rompió convenciones y cautivó a cuanto público la presenció y al mundo literario.

Monstruo sagrado, la llamó el poeta Jean Cocteau. La intérprete legendaria triunfó en los teatros del mundo con los mejores papeles de Jean Racine, William Shakespeare, Edmond Rostand y Alejandro Dumas hijo, por ejemplo. Incluso interpretó papeles masculinos. Fue Hamlet, Lorenzaccio y L’Aiglon. Su fulgurante paso abarcó dos siglos, las décadas finales del siglo XIX y las primeras del XX.

Brilló por ser creadora de un estilo naturalista encima de las tablas, sin pomposidad ni pedantería. Hay cinco clases de actrices: las malas, las pasables, las buenas, las grandes y luego Sarah Bernhardt, llegó a decir el escritor Mark Twain.

En palabras de la propia artista: me armé para la lucha, prefiero morir en medio de una pelea que extinguirme en los lamentos de una vida fallida, difunde Helène Tierchant, quien en enero pasado lanzó una segunda biografía con el título Sarah Bernhardt: Scandaleuse et indomptable, debido a que aunque se creía saberlo todo, la apertura de fuentes inaccesibles, archivos y correspondencia inédita hizo posible descubrir aspectos insospechados de esta personalidad ardiente.

Reverenciada por el virtuosismo de su interpretación, su increíble valentía y su atrevimiento, o denigrada por su personalidad incandescente, su inconformismo y sus excesos mediáticos, nunca una estrella desató tantas pasiones como Bernhardt (1844-1923), cuyo único nombre sigue siendo una leyenda, se anuncia en el nuevo libro, que se suma al de 2009: Sarah Bernhardt: Madame ‘quand même.

Helène narra que tenía una presencia delirante y gran técnica vocal, muy cercana al arte lírico. Sus escenas de agonía y muerte causaban furor, la gente acudía para verla morir. Sus ojos daban vueltas, se quedaban en blanco, la gente estaba fascinada.

El Petit Palais, museo de bellas artes de París, preparó la exposición Y la mujer creó la estrella, una gran retrospectiva dedicada a La Divina, con motivo del centenario luctuoso. Este recinto resguarda una colección de obras ligadas a ella, incluido un espectacular retrato que pintó su amigo George Clairin y que fue donado por Maurice, hijo de la artista. A partir del 14 de abril y hasta el 27 de agosto se evocan sus papeles más importantes gracias a vestuarios, fotografías, pinturas, carteles y otros objetos de memorabilia.

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▲ En imagen captada el 2 de enero de 1878, la actriz francesa Sarah Bernhardt, caracterizada como la reina Doña María de Neubourg, en la obra Ruy Blas, del poeta, dramaturgo y novelista Víctor Hugo, quien le puso el sobrenombre de La voz de oro. Foto Afp

La polémica la acompañó desde su nacimiento, se dice en 1844, pero no se puede comprobar la fecha. Sufrió del desamor de su madre y la identidad de su padre es desconocida. Estudió en una escuela católica y después ingresó en el Conservatorio Imperial de Música y Declamación. Fue parte de la venerable Comedia Francesa en París, aunque su carrera no despegó. Cuando se embarazó de su hijo Maurice, fue abandonada por el padre y sobrevivió como cortesana.

Al volver a la actuación su carrera ascendió vertiginosamente en 1869 con Le Passant, de Francois Coppée, y luego con Ruy Blas, de Víctor Hugo. Regresó a la Comedia Francesa con nuevo estatus. Hizo giras mundiales, en su propia carpa gigante y viajaba con varios vagones de trenes para su equipo, de Nueva York a Moscú, de Dakar a Honolulu.

Tuvo un matrimonio tormentoso con Ambroise Aristide Damala, desde 1882 y que culminó con la muerte de él en 1889. Se destaca a sus amantes, incluido Víctor Hugo (quien la apodó La voz de oro), el pintor Gustave Doré y el príncipe de Gales, uno de sus tantos aspectos fascinantes. La aclamada estrella del teatro incursionó en un entonces arte naciente, el cine. Dejó diez títulos en la filmografía; La voyante, de 1923, quedó inconclusa.

Se involucró en diversas causas. En 1870 convirtió el teatro Odeón en un hospital para atender a los heridos de guerra, defendió el caso Dreyfus y luchó con Louise Michel por los derechos civiles y políticos de las mujeres. Ya durante la Primera Guerra Mundial acu-dió a las trincheras para animar a las tropas.

De igual forma es famosa por sus extravagancias, como dormir en un ataúd, donde se retrató y causó gran escándalo; su zoológico en casa con animales exóticos, tigres y aves, y pasear en globo sobre París.

En 1915 , a los 70 años, le amputaron la pierna derecha, acto inevitable después de décadas de sufrir por el dolor de su rodilla. Eso no impidió que siguiera actuando, el escenario la siguió adorando en papeles en los que participó sentada.

La actuación no fue su única vena artística, pues también se dedicó a la pintura y la escultura, además de hacer diseños de vestuario y joyería.

Sus restos se encuentran en el cementerio parísino Pere-Lachaise. Al morir, cientos de miles de franceses acudieron a decir adiós a la celebridad más brillante, quien le dio un rostro a Francia.