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China-Rusia: ¿fin de la hegemonía de EU?
E

l presidente chino, Xi Jinping, comenzó ayer su visita de tres días a Rusia, la primera desde que obtuvo su tercer mandato consecutivo, así como desde el inicio de la invasión rusa a Ucrania. Aunque las miradas se han centrado en el propósito de Pekín de ejercer de mediador en el conflicto en Europa del Este, la duración de la estadía de Xi y el contexto general en que se realiza permiten ver que habrá mucho más sobre la mesa.

Se trata nada menos que de refrendar un acercamiento que se remonta a más de una década atrás, antecedido por recurrentes declaraciones mutuas de amistad y coincidencia, con Xi calificando a su anfitrión Vladimir Putin como mejor amigo en 2019, y hablando de relaciones a un nivel sin precedente en 2021.

Estos vínculos se basan tanto en la necesidad de unir fuerzas frente a la creciente hostilidad del bloque liderado por Washington, como en unos intercambios económicos cada vez mayores, impulsados en buena medida por la estrategia china de potenciar sus vínculos con todos los países (incluidos los occidentales) mediante el gigantesco plan de desarrollo conjunto denominado Iniciativa de la Franja y la Ruta, más conocido como Nueva Ruta de la Seda. Bajo este rótulo se enmarca un despliegue de inversiones en infraestructura sin punto de comparación, símbolo de la apuesta del dragón asiático por transitar un camino a la preponderancia global distinto al de Estados Unidos y los imperios europeos que le precedieron, es decir, mediante la economía y el beneficio mutuo, en lugar de las armas y el saqueo. Como preparación a los encuentros, ambos mandatarios publicaron artículos en los que destacan la fortaleza del vínculo bilateral y la determinación de avanzar juntos en sus objetivos comunes.

China ratificó su voluntad de mantenerse firmemente al lado de Rusia en aras de un verdadero multilateralismo y de una multipolaridad en el mundo, mientras el Kremlin se mostró dispuesto a atender la propuesta de paz presentada por Pekín hace casi un mes, y reiteró su agradecimiento por la actitud equilibrada e imparcial de su vecino del sur en torno a la guerra en Ucrania, una postura especialmente valiosa para Rusia cuando encara una embestida de Estados Unidos, sus aliados y satélites (categorías que por momentos se confunden), dirigida a destruirla en los terrenos militar, económico, financiero, político y propagandístico. Casi desde el inicio de lo que Rusia todavía llama operación militar especial contra Kiev, gobiernos y medios occidentales han oscilado entre denunciar la complicidad de China con Rusia o sembrar la discordia entre estos aliados estratégicos aduciendo un descontento chino con la imprudencia de Putin. El encuentro de los dirigentes de estas dos potencias nucleares desmiente dichas especies y envía un poderoso mensaje: que sus líderes tienen plena conciencia de enfrentar a un enemigo común, es decir, al peligroso empecinamiento estadunidense de conservar el papel hegemónico del que ha gozado desde el final de la Segunda Guerra Mundial y, ante todo, desde el colapso de la Unión Soviética en 1991.

Lo que está en juego es nada menos que la posibilidad de construir un mundo multipolar, el cual sin duda será perfectible (como queda claro por los muchos pendientes internos y prácticas indefendibles de Moscú y Pekín), pero es en todo punto preferible al descarnado unilateralismo estadunidense, el cual usa la democracia, los derechos humanos y la herencia de la Ilustración como lemas huecos para imponer al resto del mundo los intereses de sus grandes corporaciones.