Opinión
Ver día anteriorDomingo 12 de marzo de 2023Ver día siguienteEdiciones anteriores
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(Mal)Tiempo mexicano
N

arcoEstado; Estado fallido; gobierno narcotizado; podrían añadirse más adjetivos: el hecho es que con tanto juego de palabras éstas pierden su valor y la política acentúa su degradación. No hay modo de entendernos con cargo al lenguaje, supremo acto de hegemonía de la especie que ahora menospreciamos, y desde el poder constituido despreciamos.

Mientras tanto, los braveros de siempre convocan a los sheriffs para que al estilo americano reinauguren la cárcel de Cananea. Lo malo, que puede devenir peor, es que, desde aquí, sin prudencia ni templanza, sin descanso, se canta Nuestro México febrero 23 y se sueña con un aeroplano que Villa pueda pilotear de nuevo.

La comunicación entre gobernantes y gobernados, y entre el gobierno y el exterior y sus poderes, se enturbia. Enfrente, el torbellino.

Con fe, nos dicen, puede haber esperanza y la caridad hará lo propio: sanar heridas o atenuar dolores, aunque las medicinas hayan hecho mutis para sepultar todo hálito de razonable optimismo.

Las angustias y reclamos de los padres de niños con cáncer están con nosotros a diario. Un inclemente recordatorio de nuestro declive histórico, que sin excusa daña a los más débiles y lleva a los más vulnerables a la desesperanza.

Por lo demás, en este nefasto proscenio no hay alivio para nadie y el privilegio monetario o político no funciona ni como salvoconducto temporal. Aquí todo el mundo muere, como ordena el argumento en las célebres novelas negras. Maldición que se ha deslizado al corazón de la sociedad que, para sorpresa y desencanto de muchos, es aupada por el propio partido gobernante.

Al poco hurgar en el ámbito de la salud no encontramos datos ni razones sino el testimonio de una infamia vuelta criminal por la incuria de los responsables y la obstinación negacionista de los encargados; un puñado voluntarioso que está, nos dicen, para sanear nuestra maltratada vida pública y hacer realidad inconmovible el mando del pueblo y por el pueblo.

Las escalofriantes crónicas de Héctor de Mauleón no dan tregua. Con frialdad señalan que hay muchos Matamoros y Nuevos Laredos en el horizonte de esta patria adolorida.

Las mujeres buscadoras convierten el 8 de marzo en día del dolor y de la ira, pero aquellos escalofriantes relatos de los periodistas del averno criminal no dejan de sorprendernos por la profundidad y la extensión de la diaria tragedia.

Para los observadores foráneos, de aquí arriba o de la vieja Europa, éste no es más un drama, tragicomedia como la llamara José Agustín. Vivimos una tragedia y todo lo que pueda hacerse para sortear este infernal escenario, que no sólo es el del crimen organizado, sino de todos y para todos, dependerá de que podamos ir más allá de marchas y concentraciones defensoras de la democracia o del justo y heroico momento del 8 de marzo que queremos dure y se reproduzca. Tiene que haber un despertar ciudadano que tenga a la vida, su respeto y cuidado, como valor supremo, y haga de la salud un derecho universal. Despertar ciudadano que exija responsabilidad de los gobernantes, que ponga a la seguridad como deber indeclinable de los encargados, que haga del cuidado y protección de la comunidad toda, de sus niños y jóvenes, adultos y viejos, compromiso comprobable e impostergable.

No hay otra manera, no hay atajos, mucho menos otro camino. El mexicano tendrá que ser tiempo de reconstrucción de instituciones maltratadas y de relaciones humanas cosificadas.

El derecho y los derechos no son, no deben serlo, exigencias genéricas. Su defensa y ejercicio son cruciales para la vida y la supervivencia de una comunidad que tiene historia y sí, de qué enorgullecerse.