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8M: recuperar las calles con alegría y dignidad
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ada año, cientos de miles de mujeres y niñas diversas, desde Colombia hasta India y desde Yakarta hasta Argentina, nos reunimos el 8 de marzo en las calles de nuestros barrios, ciudades y comunidades para manifestar el enojo, el coraje y la rabia que tenemos sobre lo que vivimos todos los días en nuestros espacios: la violencia feminicida. También nos encontramos para recuperar las calles a través del canto, baile, gritos, risas y alegría emancipadas de cualquier prejuicio y estereotipo social que nos limite a disfrutar la vida en dignidad.

En México, de acuerdo con el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi), de 2016 a 2021 creció en 4 por ciento la prevalencia de los diversos tipos y modalidades de la violencia en la vida de las mujeres a escala nacional. Asimismo en 2021, la Encuesta Nacional sobre las Dinámicas de las Relaciones en los Hogares (Endireh) reportó que los principales ámbitos de violencia para las mujeres se concentran en el comunitario (45.6 por ciento) y de pareja (39.9 por ciento).

A pesar de los esfuerzos por parte del gobierno federal por atender la violencia feminicida mediante mecanismos como la Alerta de Violencia de Género contra las Mujeres o las reformas realizadas a la Ley General de Acceso a las Mujeres a una Vida Libre de Violencia, sin políticas públicas integrales y eficientes de prevención, atención y reparación hacia la violencia de género, la problemática continuará.

La violencia de género es una problemática que nos afecta a todos, a cada persona, a través del sistema patriarcal convertido en expresiones de machismo, misoginia y sexismo, pues es una estructura social que promueve la discriminación, jerarquización y división por cuestiones de sexo y género en los distintos contextos. Por lo cual erradicarla se convierte, sí, en una lucha utópica, pero no imposible, y combatirla, una posibilidad de transformar las condiciones sociales a una vida en equidad y dignidad.

Para esto se necesitan bastantes cosas pero, al mismo tiempo, pocas. A escala gubernamental es menester transitar de la capacitación a la sensibilización de las personas funcionarias en cualquiera de sus ámbitos de acción. Se necesita fortalecer la perspectiva de género y el enfoque de desvictimización para colocar a las víctimas y sus necesidades en el centro de las decisiones institucionales para atender la problemática.

Y sobre todo, se requiere tener la voluntad política, desde quien es persona de primer contacto hasta quien determina un amparo, para garantizar una vida libre de violencia para las niñas y mujeres en el país.

En cuanto a lo personal y comunitario, nos corresponde ampliar las voces de cada mujer y niña en nuestros espacios, rescribir la historia social, transformar las narrativas en nuestros hogares y redes y, mantener la memoria social viva por quienes ya no se encuentran en esta vida. Esto implica reflexionar cómo nos relacionamos con las otras, les otres y los otros, desde dónde dialogamos y construimos comunidad y, cómo accionamos para combatir la violencia de género contra niñas y mujeres en la cotidianeidad.

Y si esto se resuelve, ¿dejaremos de marchar y protestar? ¿La violencia de género contra las niñas y mujeres desaparecerá? ¿La igualdad se logrará? La respuesta es incierta, pues no únicamente tendremos que erradicar la violencia de género en nuestra comunidad e instituciones de gobierno, sino en nuestras dinámicas personales íntimas y en los vínculos con nuestras personas cercanas.

Es decir, volver de lo individual a lo colectivo y hacer de lo personal, político. Hacer lo personal político sería continuar arropando las luchas de mujeres y niñas diversas a través de la organización y articulación hasta conseguir verdad y justicia para ellas y nosotras. Sería unirnos a través del grito y la voz por cada compañera que está privada de su libertad y de su vida hasta lograr que sea reconocida, escuchada, liberada y recordada.

Sería acompañarnos desde la emoción y la vulnerabilidad que somos como niñas y mujeres, como personas, como humanas. Sería reconocernos entre todas, todes y todos como personas en condiciones de equidad para consolidar una vida sin violencia, en libertad y dignidad.

Como sociedad tendremos que transformar nuestros espacios individuales y colectivos en lugares seguros y libres de violencia de género, promoviendo la equidad mediante el reconocimiento de nuestras voces: las luchas y acciones de niñas y mujeres.

Como niñas y mujeres, nos tocará recuperar la alegría, la felicidad y la dignidad a través del arte en resistencia, la lucha combativa y la organización social desde las calles hasta nuestros hogares. Que cada año seamos más niñas y mujeres las que protestemos por las batallas ganadas contra la justicia patriarcal y no por la impunidad. Que seamos más personas recuperando nuestra digna rabia y ternura radical protestando por logros hacia una vida en equidad. Y que la memoria y la dignidad continúen vivas por nosotras y por quienes ya no están.