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Ver día anteriorDomingo 12 de febrero de 2023Ver día siguienteEdiciones anteriores
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¿La fiesta en paz?

Adiós al centralismo taurino, bienvenida una regionalización imaginativa que anteponga al toro y se olvide de gastados esquemas

A

ntes de que en México fuera instaurado el neoliberalismo, esa nefasta lógica de la desigualdad sustentada en el poder financiero global y sus aliados nacionales, cuyo resultado es una sociedad globalizada que aumenta la desigualdad entre los países, ya la tradición taurina de México acusaba vicios que acabarían debilitándola.

El periodismo taurino había dejado de ser referencia de profesionalismo desde mediados de los años 40 del pasado siglo, cuando nadie cuestionó por qué razón Manolete y Arruza nunca alternaron en México, o al morir el primero ningún medio osó nombrar a Lupe Sino, pareja sentimental del maestro de Córdoba, ni menos cuestionar quién heredó la enorme fortuna acumulada por el ídolo. Transcurrido el tiempo se sabría que la madre y hermanas de Manolo recibían una modesta mensualidad, mientras el apoderado Camará y Álvaro Domecq, amigo del diestro, disponían de aquel patrimonio.

El discurso racional sobre el tema de la tauromaquia se fue perdiendo cuando empezó a difundirse el cliché de que el toro mexicano era el mejor del mundo y los taurinos a creérselo, mientras la crítica especializada se olvidaba de la afición para halagar a empresas, ganaderos y toreros destacados, y éstos a descuidar una sociedad cada día más agringada, cayendo en autocomplacencia, cerrazón e indiferencia hasta hoy, en que cualquier juez seudohumanista ordena el cierre de la plaza más importante del continente, a ciencia y paciencia de la poderosa empresa, de la crítica especializada y de autoridades omisas o en añeja combinación.

Ante panorama tan desolador y la ofensiva inmovilidad de los corresponsables de que la Plaza México permanezca cerrada por tiempo indefinido –el sainete justiciero más reciente: un tribunal colegiado y dudosos jueces dieron entrada a un amparo en favor de un ex funcionario corrupto y lavador–, un viciado sistema de justicia se embarulla pero no se cansa de seguir como el tío Lolo, mientras una ciudadanía tan agraviada como impotente continúa a la espera de una justicia más sustentada y menos payasa, en lo taurino y en lo demás.

Secuestrada hace tres décadas por dos empresas tan acaudaladas como antojadizas e insensibles –si las autoridades se desentienden de la fiesta de los toros, sus promotores confunden autorregulación con caprichos–, con una gestión de espaldas a la afición, sin el propósito de promover el surgimiento de figuras nacionales e ídolos populares a partir de la valoración, motivación y confrontación de diestros con méritos; sin interés en recuperar al público taurino, formarlo e informarlo sino, por el contrario, manipularlo hasta convencerlo de que su propuesta de espectáculo es la única fiesta de los toros y no una versión degradada.

Cuando aludo a una regionalización imaginativa no me refiero sólo a la obligada experiencia y visión de quienes pretendan estimular y reposicionar el espectáculo taurino en distintas regiones del país, sino sobre todo a la impostergable obligación de romper con esos añejos vicios y gastados esquemas que convirtieron a la Plaza México en rehén de un grupúsculo de animalistas ignorantes pero subsidiados, precisamente ante la falta de sensibilidad e imaginación de las dos últimas empresas del coso de Insurgentes.

Arena Mestiza es el nombre del programa semanal sobre la fiesta de los toros y la charrería que Sergio Martín del Campo, entusiasta y exigente aficionado de Aguascalientes, acompañado de su hermana, la MVZ Lupita, ofrece a los aficionados como urgente respiradero en medio del enrarecido ambiente que nos sofoca.

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