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Sergio Pujol y el desafío de escribir la primera biografía de Gato Barbieri

El músico vivió mucho más tiempo fuera de su natal Argentina y conserva su vigencia, destaca el autor en entrevista con La Jornada

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▲ Leandro Gato Barbieri nació hace 90 años en Rosario, Argentina, y falleció en Nueva York el 2 de abril de 2016.Foto cortesía de Editorial Planeta
Especial para La Jornada
Periódico La Jornada
Lunes 2 de enero de 2023, p. 6

Un sombrero es un casi como una máscara, dijo alguna vez Leandro Gato Barbieri, saxofonista nacido el 28 de noviembre de 1932 en Rosario, Argentina.

La biografía de Sergio Pujol, Gato Barbieri, un sonido para el tercer mundo, novedad bibliográfica de Editorial Planeta, no busca quitar el sombrero al enigmático protagonista, ya que las diferentes existencias musicales de Gato son suficientemente ricas, y capturarlas supone un desafío: “El mayor obstáculo está en el tema mismo: un músico que vivió mucho más tiempo fuera de Argentina, que tuvo y conserva una vigencia internacional; si bien no sé había escrito un libro sobre Gato, el obstáculo era combinar fuentes escritas y testimonios orales.

“La pandemia llevó a la gente que estaba en sus casas a mantener comunicación con todo el mundo; me facilitó levantar el teléfono, llamar a Beverly Hills y hablar media hora con Lalo Schifrin, pero Gato anduvo por todas partes, vivió y giró por todo el mundo; todo lo que tenía que ver con la recepción crítica y su relación con el público fue complicado.”

Ir tras los pasos de Gato Barbieri supone contar una historia muy particular, en la cual uno de los trabajos es conectar los diferentes giros en su estilo, que pueden parecer opuestos a la primera escucha. Hay un Gato de años formativos en Buenos Aires, donde aun con un acceso restringido a las novedades musicales, se coció el disco B.A Jazz (1961), con resultados que trascendieron la mera reverencia a los tótems jazzeros.

Dentro de la historia, muchas veces se toma a las grandes orquestas como un obstáculo fijo que los músicos más creativos han tenido que saltar para lograr mayor expresividad, omitiendo que era un formato no solo propio del jazz, sino que las big bands reinterpretaron la música popular de su época: “En muchos otros países, salvo en Estados Unidos, tocar en una orquesta de jazz era un entrenamiento para aprender otras músicas, algunas cercanas, como los ritmos latinos, y otras más alejadas, como sambas o milongas, repertorio de la música argentina interpretada por orquestas.

“Se formó escuchando a Charlie Parker, las grandes orquestas también, pero sobre todo los combos con menos integrantes, como los de Charlie Parker con Dizzy Gillespie, Lee Konitz, Sonny Rollins y John Coltrane. Esa formación la obtuvo en Buenos Aires, cuando dejó la ciudad ya era un músico completo desde el punto de vista técnico; llegó a Europa con la experiencia en esa trama cultural tan interesante, incluyendo una participación en la adaptación cinematográfica del cuento de Cortázar sobre Parker, El perseguidor.”

Vivencias con Don Cherry

En Roma, Barbieri fue reconocido como discípulo de Coltrane. Al tiempo que trabajó en la orquesta de la RAI, para mantenerse, logró tocar y grabar con Don Cherry y su grupo: La experiencia con Don Cherry se vincula con el pensamiento de izquierda y con la idea de descentralizar el jazz como práctica cultural, sacarlo un poco de su eje tradicional vinculado a las raíces culturales de Estados Unidos, especialmente de los afrodescendientes. Cherry decía que por la cantidad de integrantes de diferentes partes del mundo que formaban parte de sus grupos, estos se asemejaban a la Organización de Naciones Unidas (ONU), expresión que tomó Dizzy Gillespie 20 años después. Obviamente, no tiene nada que ver con la ONU; rescataba la idea de que el jazz, para evolucionar, necesita insumos no estadunidenses, lo cual no significaba dar la espalda a las raíces de ese país. Cherry admiraba a músicos tradicionales, como Sidney Bechet, pero pensaba al jazz como una lengua en la que cabe la música del mundo.

Ese roce con músicos que empujaron los márgenes de su tradición musical le sirvió para pensar su trilogía, trabajos donde conjugó una visión personal de folclores latinos: The Third World (1969), su disco para el sello Flying Dutchman, es diferente a lo que había grabado y tocado hasta ese momento.

“No es fácil fijar un punto en el que cruzó un umbral y se abandonó el pasado. Su relación con Don Cherry marcó a fuego a Gato, pero después de haber grabado free jazz muy duro empezó a conducir sus propios grupos y proyectos con la vista puesta en el tercer mundo y luego más precisamente en Centro y Sudamérica; el giro está entre 1968 y 1973, sus años más creativos; incluso, Chapter 3 (1974), con Chico O’Farrill roadmovie ambiciosa, por momentos parece un gran ensayo, su música produce esa sensación, ese es su gran aporte, no tanto algo que puede interpretar cualquiera, sino la composición improvisada; se escucha el proceso de improvisación del jazz, pero con un enfoque original.

“Han pasado muchas cosas desde ese momento; hoy estamos acostumbrados a la hibridación musical. Ahí está su punto de inflexión, y al final de su vida volvió a esos años, aunque nunca lo abandonaron; podría estar editando discos como Trópico (1978), Ruby Ruby (1977) o discos aún más comerciales, pero en vivo volvió a ese periodo”.

Se puede concluir que en su última etapa Barbieri fue todos esos Gatos, el free jazzero que participó en una historia de reverencia a los grandes y expansión de los límites, el que encontró en el folclor su forma más personal y el que realizó concesiones comerciales para escapar de las deudas.

Todas esas encarnaciones tuvieron un punto en común más allá de la música: un sombrero negro. Gato Barbieri murió en Nueva York el 2 de abril de 2016.