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Sobre una cultura de paz
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oy la violencia nos abruma. Nos invade una sensación de inseguridad que nos lleva a que la paz sea un anhelo lejano y fuera de nuestro alcance. Nos sentimos desvalidos y víctimas, deseando que alguien realice cambios para tener un ambiente que nos permita vivir en paz. Es momento de hacer un alto y reflexionar sobre la posibilidad de atisbar nuevos caminos para convertirnos en agentes de una vida pacífica. Por ello, nos ha parecido pertinente proponer unas consideraciones acerca de la cultura de paz, tal y como han sido propuestas por Johan Galtung. Para lo cual echaremos mano de unas reflexiones oportunas del doctor Rodolfo Loyola Vera, destacado intelectual queretano.

Cuando hablamos de cultura para la paz, podemos observar que ésta es consecuencia de una cultura, de una forma de vida que genera ciertas condiciones. La paz no es algo que podamos asir o traer a nuestra vida. Emerge como una consecuencia de la acción humana. Es indispensable solucionar las desigualdades sociales y establecer una democracia que desmonte las estructuras en las que prevalece la ausencia de justicia. Esta es una tarea de proporciones inmensas, que resulta abrumadora para la mayoría de los ciudadanos. Desde esta perspectiva, un camino más transitable es mirar a nuestro entorno y reflexionar sobre lo que nos es posible realizar.

De acuerdo con Galtung, la violencia siempre surge de conflictos no resueltos. Así pues, una primera aproximación hacia la paz es la ausencia de violencia. Entonces, si deseamos tener una cultura de paz, debemos aprender a identificar y a no sólo resolver conflictos, sino a transformarlos.

De aquí, Galtung define la paz como la capacidad de manejar los conflictos con empatía, no violencia y creatividad. El primer paso que podemos dar es identificar los conflictos en los que nos encontramos inmersos en nuestra propia familia, con nuestros vecinos y donde transcurre nuestra vida cotidiana. Nuestra cultura actual es violenta. Está fincada en la descalificación, que nos lleva a negar la legitimidad de las intenciones y acciones de quienes nos rodean.

La violencia se materializa en una lucha contra los que no comparten nuestra visión del mundo. Desde esta perspectiva, francamente maniquea, el conflicto es irresoluble, y el resultado es una violencia sorda y normalizada. Así, la frase de Sartre el infierno son los otros, se vuelve significativa y nos lleva a una lucha contra quienes obstaculizan nuestro bienestar. Galtung propone la empatía como primer paso para abordar el conflicto; sin embargo, parece ser necesario un paso previo: la humildad.

Es decir, el reconocimiento de nuestras propias limitaciones para abrir espacio para legitimar las intenciones de aquellos con los que estamos en conflicto. Tenemos a la mano la forma de explorar esas intenciones: el diálogo. Es importante considerar que derivado del clima de polarización, aunado a la impunidad e injusticia que reina en nuestra sociedad, en buena parte de la ciudadanía existe un resentimiento que anima a la venganza.

Es urgente comenzar un proceso de reconciliación basado en el diálogo entre los cercanos, con quienes estamos en relación: familiares, vecinos y colaboradores. Nuestra civilización se ha movido entre concepciones extremas del ser humano: el individualismo, por un lado, y el mesianismo, por otro. Ninguno de éstos ha ayudado a construir una cultura para la paz. El individualismo engendra la competencia y el mesianismo, la pasividad expectante que aguarda a quien restablecerá el orden perdido.

Es necesario comenzar a reconocernos como seres que requerimos de un contexto nutricio para nuestro desarrollo. Somos interdependientes y requerimos cooperar para construir mejores condiciones de vida. Martin Buber en su libro Yo y Tú, expresa: “No existe ningún Yo en sí, sino sólo el Yo de la palabra básica Yo-Tú…”, y más adelante dice: relación es reciprocidad. Mi Tú me afecta a mí como yo lo afecto a él. De igual modo, Leonardo Boff, en su libro Saber cuidar, nos dice: “… el ‘yo’ se constituye exclusivamente a través del diálogo con el ‘tú’”.

Otro asunto que debemos abordar es sobre el uso generalizado de la metáfora de la lucha. Luchar por la paz contraviene uno de los principios que marca Galtung: el uso de medios pacíficos y, aun cuando la lucha sea metafórica, su marco conceptual lo traemos al terreno de la paz: enemigos, violencia, ganadores, perdedores, armas. Es un contrasentido. La propuesta para la construcción de una cultura para la paz, comienza con el reconocimiento de nuestra interdependencia, y que a través de procesos de diálogo, con una actitud de colaboración y un deseo común de mejorar nuestras condiciones de vida, podemos construir opciones viables, independientemente de la precariedad de nuestra situación actual. Alternativas para una mejor relación, sanando las heridas del pasado desde el respeto y el reconocimiento de nuestra dignidad y legitimidad de nuestras intenciones.