Opinión
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La muestra

Los reyes del mundo

E

n un barrio pobre de Medellín, Colombia, un grupo de cinco adolescentes, entre 11 y 19 años, eligen la calle como un vasto territorio propio. Ellos imponen allí su ley a partir de gestos de delincuencia menor que en rigor son sólo actos de travesura y malicia, como apagar a tiros de revolver los focos del alumbrado público.

Los reyes del mundo (2022), tercer largometraje de la realizadora colombiana Laura Mora Ortega (Matar a Jesús, 2017), aborda el tema de la violencia de modo novedoso en una Colombia posterior a los acuerdos de paz entre el gobierno y la guerrilla, desde la perspectiva de un relato en el que paradójicamente predominan la ingenuidad, la buena fe y el rechazo instintivo de la brutalidad en el ánimo de sus cinco protagonistas jóvenes. Cuando el mayor de ellos, Rá (Carlos Andrés Castañeda), descubre que acaba de heredar el terreno de una abuela desaparecida, él y sus cuatro amigos deciden partir al lejano pueblo de Niché para reclamar legalmente el predio en virtud de un decreto de restitución de bienes a las víctimas de despojos perpetrados por los paramilitares.

La cinta de Laura Mora, subtitulada en español por las dificultades del lenguaje coloquial paisa que utilizan los protagonistas, oscila entre un realismo duro y la fantasía onírica a que se libra el joven Rá en su odisea por un mundo rural de fuertes contrastes con el bullicio urbano y los peligros a los que él está acostumbrado. El tema central es aquí la orfandad espiritual de esos adolescentes, misma que se ilustra de modo emotivo en la escena en un burdel donde las trabajadoras sexuales bailan, consuelan y gratifican a los jóvenes imberbes como si fueran madres sustitutas que en ellos encontraran, a su vez, a hijos tal vez perdidos o a los jamás engendrados.

Foto
▲ Promocional del filme de Laura Mora, quien aborda la violencia de modo novedoso.

En este road movie de iniciación juvenil, cargado de simbolismos, los personajes afrontan realidades tan ásperas como la mezquindad burocrática, el racismo hacia uno de ellos, afrodescendiente, los desplazamientos forzados, la violencia social endémica y un clima generalizado de suspicacia e intolerancia que acentúan la sensación adolescente de soledad y desamparo.

Una colaboración notable en la recreación de atmósferas líricas y opresivas es la del cinefotógrafo David Gallegos (El abrazo de la serpiente, Ciro Guerra, 2015), y un acierto más, la música siempre sugerente y efectiva del mexicano Leonardo Heiblum. La cinta conquistó la Concha de Oro en el pasado Festival Internacional de Cine de San Sebastián.

Se exhibe en la sala 1 de la Cineteca Nacional a las 15:45 y 21 horas.