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Mar de historias

Verdad y mentiras

A

l verse despedida del taller mecánico donde trabajaba y ante la imposibilidad de conseguir un nuevo empleo, Elsa decidió montar en la estancia de su departamento un comedor público. Forman su clientela oficinistas de la zona industrial y varios de sus antiguos compañeros del taller, entre quienes se encuentra Marcos Bonilla, un hombre de aspecto avejentado y de carácter hosco, con quien sostuvo una breve relación amorosa que con el tiempo se ha vuelto una amistad franca.

I

Marcos encuentra ocupados todos los lugares frente a las dos mesas corridas. Se dispone a salir, pero Elsa se acerca a saludarlo.

Elsa: –¿Ves lo que te pasa por llegar tan tarde?

Marcos: –Iba saliendo para acá cuando llegó El Manix a dejarme su coche. Le urge que se lo tenga listo para el viernes.

Elsa: –Se me hace que otra vez anda de movida.

Marcos: –No sé ni me importa. Tengo prisa y no puedo esperarme a que se desocupe un lugar. Mejor me voy y a la pasada me compro algo en el Oxxo.

Elsa: –Si quieres puedes comer allá adentro. (Sin esperar respuesta se dirige a la cocina, adonde Marcos la sigue.)

II

Elsa: –Otra vez llamó Eusebio. Me pidió que si venías te dijera que le urge hablar contigo, que lo llames. Por ahí apunté su número. Al ratito lo busco.

Marcos: –Ni te molestes: no pienso llamarlo.

Elsa: –No te entiendo. Eusebio estuvo meses fuera de México. Te alegró que regresara y ahora no quieres ni devolverle las llamadas. Es tu único hermano, creo que deberías…

Marcos: –¿Hablarle? No vale la pena; ¿para qué? Piensa que soy un hablador y un pinche mentiroso. No creas que invento: me lo dijo con todas sus letras la noche que lo invité a cenar. (Apaga el cigarrillo en un plato.) Fuimos adonde él quiso, gasté lo que no tengo y, ¿para qué?

Elsa: –No lo tomes tan en serio. Piensa que a lo mejor quiso hacerteuna broma.

Marcos: –Hay cosas de las que nadie puede hablar en broma. Además, me llamó mentiroso, y sabes mejor que nadie que eso no lo soporto.

Elsa: –Ay, bueno, yo nomás decía. (Suena el celular que lleva en la bolsa del mandil.) De seguro es Eusebio: ¿qué le digo?

Marcos: –Que no me has visto, que ya me morí o lo que se te ocurra, pero no me lo pases.

Elsa: –Y luego por qué te llaman mentiroso.

III

Elsa: –No comiste nada. ¿Te molestó que llamara tu hermano, verdad?

Marcos: –No, pero se me fue el hambre. ¿Hay café? Se me antojó echármelo con un cigarrito. ¿Puedo fumar?

Elsa: –Pero en la ventana, porque si los clientes notan que estás fumando, ¡pa’ qué quieres! (Ve que Marcos aspira la primera bocanada.) Fumas con tantas ganas, que se me antoja.

Marcos: –¿Quieres una fumada?

Elsa: –No, me costó mucho trabajo dejarlo y no pienso volver a empezar.

Marcos: –Volver a empezar, así se llama una canción que le gustaba mucho a mi mamá porque la había bailado con mi jefe en una boda. Se querían, no entiendo que se hayan separado.

Elsa: –¿Te llevabas bien con ella?

Marcos: –Sí, mucho, hasta que me puso a trabajar en la tienda de su hermano Félix… ¡Viejo cabrón!

Elsa: –¿Por qué le dices tan feo a tu tío?

Marcos: –Porque era un abusivo y un puerco, por eso. Cuando iba a la trastienda a buscar refrescos, él bajaba dizque para ayudarme, pero en realidad lo hacía para tener chance de agarrarme.

Elsa: –¿Cómo que agarrarte?

Marcos: –Sí, me agarraba. (Se lleva la mano al pecho y al bajo vientre.) ¿Entiendes o necesitas más?

Elsa: –¡Qué horror! ¿Se lo dijiste a tu madre?

Marcos: –Miles de veces, pero nunca me creyó. Veía a su hermano como un ángel y a mí como a un huevón que inventaba pretextos para no ir a trabajar. Eres un asco de niño, me gritaba cuando se lo decía.

Elsa: –Si me hubieras hablado de esas cosas, pienso que nuestra relación habría sido menos difícil. No te imaginas cuánto lamento que nunca me lo hayas dicho. ¿Por qué?

Marcos: –Me propuse olvidarlo, fingir que nada había ocurrido, pero hoy hiciste que lo recordara todo. (Sonríe con amargura.) Una tardecita mi madre se presentó en la tienda. Pensé que iba a comprar algo, pero no: fue a contarle a su hermano lo que yo decía de él y a ordenarme que le pidiera perdón. Lo peor fue que obedecí. Yo era un chamaco, y cuando eres niño nadie te cree.

Elsa: –Y él, tu tío, ¿cómo reaccionó?

Marcos: –Se hizo la víctima, lloró porque yo, a quien veía como a un hijo, le inventara cosas tan horribles. Entonces, mi madre, furiosa porque yo hiciera sufrir a su hermano, se puso a golpearme con todas sus fuerzas… Mejor ya me callo. ¡Hay más café?

IV

Elsa: –Y a tu hermano, ¿se lo dijiste?

Marcos: –No quise asustarlo hablándole de cosas que yo mismo no entendía pero, desde luego, notó un cambio muy fuerte en mí. Me lo reclamaba, pero nunca le expliqué nada. Debí seguir callando, pero la noche que lo invité a cenar y hablamos de cuando éramos niños, me dijo que guardaba un rencor hacia mí porque, desde que había empezado a trabajar, dejé de prestarle atención y a tratarlo como a un hermano, y todo porque yo sí ganaba dinero y él no.

Elsa: –¡Qué cosa más injusta!

Marcos: –Me lastimó mucho, y para que no siguiera odiándome, le confesé el motivo de mi cambio hacia él. Fui sincero, le dije todo. ¿Sabes cuál fue su respuesta? Que mi madre tenía razón al decir que yo era un soberano mentiroso y que así iba a seguir por el resto de mi vida.