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Diez años de un clásico
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▲ Imagen tomada del librillo de Tempest, álbum que propició el veredicto del comité Nobel de Literatura en favor de Bob Dylan en 2016.
 
Periódico La Jornada
Sábado 17 de septiembre de 2022, p. a12

Celebramos el decenio mágico de una obra maestra: Tempest, disco que propició el veredicto del comité Nobel, pues cuatro años después de que Bob Dylan publicara este prodigio de poesía, le fue otorgado el Premio Nobel de Literatura.

Tempest se inscribe en la línea de Love and Theft (2001) y Modern Times (2006), que el propio Dylan produjo con el seudónimo de Jack Frost.

La tetralogía se completa con Time Out of Mind (2010) y la línea se extiende a otros álbumes magistrales, entre ellos el bellísimo Together Through Life (2009), donde aporta una de las claves de su filiación literaria.

En la pieza de ese álbum titulada I Feel a Change Coming On, se retrata: “I’m listening to Billy Joe Shaver / and I’m reading James Joyce / Some people tell me / I have the blood of the land in my voice”.

Precisamente esa virtud, la de enaltecer el tesoro lírico estadunidense, figuró en el acta del jurado del Nobel.

Los valores literarios de la obra de Robert Allen Zimmerman están demostrados ampliamente en su monumental producción: además del número de discos oficiales, él mismo se ha encargado de publicar varios volúmenes de la serie Bootlegs, con grabaciones inéditas, tomas alternativas y muchos materiales poco conocidos que generosamente ofrece al público, en detrimento de la piratería.

Las citas literarias en toda su obra no se limitan a Joyce y la lista es interminable. Llaman la atención referentes cultísimos, autores que pocos leen, como Tucídides, y que el músico nacido en Duluth, Minnesota, devoró en la inmensa biblioteca del departamento de unos amigos adinerados, pero alivianados, que le dieron asilo en Greenwich Village cuando el joven Zimmerman decidió dejar el terruño para subirse al pináculo del planeta.

Los conocedores se deleitan con el siguiente símil: el traslado de Bob Dylan desde su natal Duluth hacia Manhattan es semejante al éxodo de William Shakespeare desde Avon hacia Londres.

Precisamente el título del disco que hoy reseñamos, Tempest, es completamente shakesperiano, aun frente a los fuertes rumores de la prensa del corazón que en su momento difundieron la especie de que se trataba del canto del cisne del músico de Duluth, porque el dramaturgo de Avon escribió The Tempest como su opus final. Muy divertido, el propio Dylan salió a acallar rumores con un cuasi chistorete: “Shakespeare escribió al final de su producción The Tempest, yo solamente escribí Tempest”, dijo sonriendo con malicia, y añadió: son obras diferentes.

Conocido por su mutismo y su gran sentido de la ironía, Bob Dylan también soltó otro chistorete cuando la prensa del corazón lo atacó inmisericorde aduciendo graznidos en su canto y lagunas cansinas en su música.

Tranquilos, les contestó sin verlos Dylan, mi música no es nada; las palabras son la clave. Y en efecto, la obra de Bob Dylan es esencialmente poética.

Si hacemos a un lado la amable ironía del autor de Chronicles, observamos que es otra de sus maneras de burlarse de sus adversarios, pues en el disco que hoy nos ocupa, Tempest, tenemos un ejemplo de música de enorme calidad, riqueza y variedad.

El disco se inicia con Duquesne whistle, pieza bailable, cantábile y llena de lo propio de Dylan: el pleno dominio de las alegorías, las figuras retóricas, las metáforas, los juegos de palabras, las aliteraciones, el discurso simple y contundente y muchos momentos de gran complejidad literaria. Hay pasajes en toda la obra de Dylan enigmáticos, insondables, intraducibles, muy a lo James Joyce, muy a lo William Shakespeare.

El silbido de Duquesne es muchas cosas a la vez: para empezar, es el espíritu poético que encierra en sí mismo el silbar de un tren a lo cerca o a lo lejos, y Duquesne es al mismo tiempo una pequeña ciudad de Estados Unidos, como metáfora o símil del Duluth natal del autor (otra pieza del disco, Scarlet Town, es, asimismo, una metáfora del terruño), y también es un tren, un sueño, una mujer.

Canta / escribe / describe Dylan:

I wake up every morning with that
woman in my breast
Everybody’s telling me she’s gone to
my hea

Esa mujer escondida en el corazón del poeta, dormida sobre su pecho, en realidad, dicen los demás, solamente está en su cabeza.

Lo polisémico es lo de Dylan, aunado al ritmo intrínseco de sus versos, que tienen una música interior por sí solos, pero en este disco se eleva a la condición de obra maestra.

La segunda pieza de Tempest, Soon After Midnight, ejemplifica lo anterior:

I’m searching for phrases
To sing your praises
I need to tell someone
It’s soon after midnight
And my day has just begun

Esa necesidad de contarle a alguien es otra clave de toda la obra de Bob Dylan. En este disco aparece esa frase puesta en primera o tercera personas: I need to tell someone, y es la vocación de aeda de Dylan en acción.

No solamente nos pone en escena historias de amor y desencanto, de gozo y desolación, de sueños y de figuras poéticas, sino que nos narra epopeyas enteras, a la manera de Homero, de acuerdo con su condición de aeda. En la antigua Grecia, el aeda era el que cantaba la poesía, y la bailaba, la representaba, la llenaba de polvo en las veredas y con ella recorría peligros y aventuras. Cuando se inventó la imprenta, el aeda enmudeció. La poesía perdió su voz. La poesía y la música, esas hermanas gemelas, se separaron. Empezaron su camino solas.

Ahora, Bob Dylan devuelve la voz a la poesía. Es un aeda moderno. Sus obras (que no canciones) se asemejan a las de William Shakespeare, no solamente por la riqueza de lenguaje (el léxico de Dylan es francamente asombroso), sino por su intensidad dramatúrgica.

Sus grandes temas: el amor, la supervivencia y la muerte se desarrollan en distintos tonos, atmósferas, escenarios, según sea el caso en cada episodio de su vasta obra.

En el segundo corte del disco, entonces, nos narra una historia que en realidad son varias en metáforas y alegorías encadenadas con variantes del verso central, en lugar del manido estribillo que usan casi todos los que escriben canciones:

It’s soon after midnight
And the moon is in my eye

Y luego:

It’s soon after midnight
And I’ve got a date with the fairy queen

Y esos requiebros de Cupido retumban cuando irrumpe en escena Eros:

I’ve got a heavy stacked woman, with a
smile on her face
And she has crowned, my soul with
grace
I’m still hurting from an arrow, that
pierced my chest
I’m gonna have to take my head, and
bury it between your
breasts

Los recursos dramatúrgicos, las innovaciones teatrales, los intríngulis escénicos de sus composiciones tienen recursos geniales y giros de humor y efectos fantásticos, por ejemplo narrar una relación de pareja muy intrincada, turbulenta, en el tono de un cuento de hadas.

El clímax del disco Tempest llega con las piezas antepenúltima y penúltima: Tin Angel, prodigiosa composición en 28 cuartetas con un total de 112 versos , que es prácticamente una ópera, y la pieza central del disco: Tempest, composición de 45 cuartetas con 180 versos sin estribillo, en 14 minutos de intensidad apabullante.

En Tempest, Bob Dylan narra el hundimiento del Titanic, pero así como en una obra posterior, Murder Must Foul, donde se ocupa del asesinato de John F. Kennedy, el aeda narra en realidad sueños, traza metáforas, arma alegorías y, ahora sí, tenemos de cuerpo entero el gran tema de toda la obra de Bob Dylan: la condición humana.

El narrador, el aeda, toma cuerpo de mujer, de cuerpo celeste y de figura evanescente:

The pale moon rose in it’s glory
Out on the western town
She told a sad, sad story

Y pone a la orquesta a sonar canciones de amor evanescente y coloca en escena al vigía del barco: dormido, soñando que el Titanic se hunde en el inframundo.

Hay pasajes absolutamente shakesperianos, como este, donde campea el Sueño de una noche de verano:

Cupid struck his bosom
And broke it with a snap
The closest woman to him
He fell into her lap

La tempestad es, en realidad, de palabras: backward, forward, far and fast/ they mumbled, fumbled, and tumbled.

Y ahora el narrador, el aeda, toma cuerpo de poeta del siglo XIV (sin duda, Dante Alighieri) y luego de pintor que, ante la escena, toma su libreta de bosquejos, cierra los ojos y describe la hecatombe (Miguel Ángel, en un giro imprevisto de la Sixtina bajo el océano) y todo este gran mural escénico, revestido con una música solemne a lo Purcell, como un monumental treno, un himno gigantesco.

Himno, la pieza final es uno de los himnos más hermosos que haya escrito Bob Dylan: Roll on John, homenaje a su amigo John Lennon, otro ángel caído, emboscado por la maldad humana, y el himno es una puesta en escena asombrosa por su capacidad musical de sintetizar toda la música de Lennon en un solo tono: al mismo tiempo pareciera que estamos escuchando la canción de Lennon titulada Mother, pero en realidad es una puesta en sonidos de La Piedad, de Miguel Ángel, como una metáfora del héroe sacrificado, ofrendado para redimir a los demás, pero igual pareciera que estamos escuchando Imagine, o cualquier otra o todas las canciones de Lennon, en una sola canción de Dylan.

He aquí, en toda su potencia y plenitud, la obra de Robert Allen Zimmerman, premio Nobel de Literatura.

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