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Movimientos en la pospandemia
S

on meses recorriendo el continente: México, Colombia, Río de Janeiro, Ecuador, Bolivia, Argentina. En todos se observan de forma directa situaciones similares, que se suman a los datos que van llegando por otros canales. A grandes rasgos: desarticulación y degradación de las relaciones sociales; violencia estatal, paraestatal y narco; gran dificultad de movimientos y pueblos para construir.

Tal vez este resquebrajamiento sea la forma en que se nos presenta la tormenta sistémica, agravada por el caos climático y el derrumbe de los estados-nación. No es sencillo establecer un relato abarcador, pero existen situaciones comunes más allá de las diferencias entre geografías.

Los motivos por los que se están rompiendo nuestras sociedades son diversos, y abarcan tanto lo material como lo espiritual.

La pobreza crece de forma permanente y constante, consecuencia de la voracidad del capital más concentrado que lleva a la población a situaciones de vida insostenibles. Mientras, los gobiernos atinan sólo a gestionar la pobreza con políticas sociales que buscan domesticar a las clases populares y pueblos originarios y negros.

La acumulación por despojo/cuarta guerra mundial contra los pueblos forma parte de este modelo empobrecedor pero, sobre todo, permite explicar las violencias, los desplazamientos forzados, el robo de tierras y la ocupación de territorios por las bandas armadas que, al violentar pueblos, favorecen los planes del capital.

El narcotráfico es una de las formas que asume el derrumbe del sistema, pero debemos tener claro que es utilizado por los poderosos contra todo movimiento organizado, como lo enseñan las experiencias de Colombia y México. El narco no fue directamente creado por el capital y los estados, pero una vez surgido han aprendido a direccionarlo contra nuestras organizaciones.

Los gobiernos progresistas que gestionaron todos los países que estoy visitando y ahora lo hacen en Colombia, aceleraron el declive al profundizar el extractivismo pero, a la vez, al desorganizar a los movimientos. Esto lo hicieron por una doble vía: apropiarse del discurso y de sus modos de hacer, mientras lanzan a las bandas armadas contra los mismos pueblos y sectores sociales que pretenden ablandar con políticas sociales.

Ambas políticas son complementarias y están destinadas a facilitar el ingreso del capital especulativo en los territorios de los pueblos, para convertir la vida en mercancías.

La fase de descomposición de nuestras sociedades, vínculos entre abajos y pueblos enteros, está entrando en una fase aguda al impactar incluso en comunidades rurales que antes parecían casi inmunes a estos modos destructivos y violentos del capital y los estados, que trabajan codo a codo para cumplir esos objetivos. Estamos ante características estructurales y sistémicas del capitalismo, no frente a desvíos puntuales.

En la medida que estamos ante procesos relativamente recientes, los pueblos y sectores sociales no hemos encontrado todavía los modos de frenar y revertir la destrucción. En este punto algunas consideraciones.

La primera es constatar la gravedad de la situación, el grado elevado de descomposición no sólo de las organizaciones, sino de las bases sociales en que se referencian y arraigan. Porque el panorama puede resumirse así, en casi todas las regiones: sociedades y comunidades en descomposición y organizaciones amenazadas o cooptadas por el sistema. Ambos hechos son enormemente destructivos.

La segunda es la reflexión sobre los caminos para seguir siendo lo que somos: pueblos y sectores sociales que resisten y construyen. El EZLN ha adoptado la resistencia civil pacífica para enfrentar a las bandas armadas y para seguir construyendo el mundo nuevo. Es un camino muy difícil, que requiere voluntad y disciplina, constancia y capacidad de afrontar la violencia y los crímenes sin caer en actitudes individualistas.

Creo que los modos adoptados por el zapatismo, sin duda consultados y decididos por las bases de apoyo, pueden servirnos de referencia en toda América Latina, porque enfrentamos problemas similares y porque debemos sacar conclusiones de las guerras decididas por las vanguardias, que costaron la vida de cientos de miles de personas de los pueblos originarios, negros, campesinos y sectores populares.

No repetir errores es sabiduría. En diversas intervenciones, el EZLN ha colocado como ejemplos las guerras en Guatemala y El Salvador. En ellas, y esto va por mi cuenta, la actitud de las vanguardias no benefició a los pueblos, que pagaron decisiones que no habían tomado con miles de muertos, para luego entrar en procesos de paz sin consultarlos, pero salvando los intereses de los dirigentes y cuadros.

Entiendo que los de abajo nos debemos, en estos momentos difíciles, un debate en profundidad sobre los modos de enfrentar la guerra de arriba. Sin rendirnos ni vendernos, pero tomando los caminos que permitan eludir la guerra y seguir construyendo sin caer en provocaciones.