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El realismo mágico y lo exotizante parecen términos erróneos: Helmut Dosantos
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▲ Fotograma del documental.Foto cortesía de Fulgura Frango
Especial para La Jornada
Periódico La Jornada
Domingo 12 de junio de 2022, p. 8

Un ojo atávico que atraviesa los milenios nos observa potente y fijamente desde el ojo de un cráter. Lentamente, va tomando forma en la gran pantalla en tanto la cámara se va aproximando a un ritmo cansino, semilento, casi sin voluntad para revelarlo. Los juegos de la luz y de la roca, de las oquedades y de los estratos trazan esa pupila alargada, el iris blanquecino y una cornea grisácea y estriada nos mesmerizan: la orografía y pareidolia pueden lograr un profundo y arrebatador efecto en nosotros.

Pero no sólo hay retinas que aparecen ante el espectador del largometraje documental Dioses de México (México-Estados Unidos, 2022), el debut como realizador del italiano Helmut Dosantos pues hallamos ramificaciones vegetales o de hongos microscópicos en una planicie, mosaicos perfectamente cuadriculados y blancuzcos en terrazas trazadas en la sierra, riachuelos que hierven ante la luz de sol, arena que repta sobre las dunas como neblina, sí, pero sobre todo personas de todas las innúmeras culturas, oficios, razas, lenguas y climas que conforman la pluri y multi nación que es México.

Lo mismo descubriremos a los salineros popolocas de la Sierra de Puebla en Zapotitlán que a los mineros independientes o buscones que explotan el antimonio en San Luis Potosí; unos huahuas huastecos girando en una cruceta de madera; un muxe juchiteco emergiendo del lodo seco; dos amantes abrazados desnudos; diversos ancianos que con hatos de hierbas o de ramas entre piedras, arbustos o ríos; pescadores cargando sus presas movidas por el viento, hasta completar medio centenar de retratos en blanco y negro de entre 25 y 40 segundos de duración buscando un ritmo adecuado para transmitir la esencia de los personajes y los lugares retratados.

Contradictoriamente, aunque este sea un trabajo que apabulla y conmociona por su espléndida fotografía y que haya sido despojado de todo diálogo y voz en off , Dioses de México resulta, a la vez, una espléndida obra sonora que conjunta sonidos, risas, chiflidos, música tradicional, graznidos, cascabeleos, cabalgatas, aleteos, explosiones, incendios, mazazos en un meticuloso diseño sonoro de Nico Ascoli, pues como bien apunta Dosantos: la película es realmente una sinfonía del México rural, porque hicimos un trabajo muy capilar con el sonido durante toda la película.

En el rodaje grabábamos más sonido que imagen. Llevamos muchos micrófonos, de toda gama, de muy buena calidad y un equipo de sonido específicamente para poder grabar frecuencias muy pequeñas en el desierto que los aparatos que normalmente se utilizan para cine no captan. La idea era crear un universo sonoro fuera de cuadro que realmente te define lo que ves en pantalla. Este proyecto es una película sonora a 70 por ciento y 30 de visual, sin quitarle el poder a la imagen, explica el guionista, director de cine y productor .

Proyección y exposición en el MNA

Luego de su paso por el 12 Festival Internacional de Cine UNAM como parte de la sección Ahora México y de otros encuentros fílmicos como True/False, Santa Bárbara y Docaviv, este largometraje producido por Fulgura Frango y Narvalus Films, se exhibirá en su versión extendida de 139 minutos en el Auditorio Jaime Torres Bodet del Museo Nacional de Antropología (MNA) el 15 y el 16 de junio, para acompañar a la exposición fotográfica integrada por fotogramas impresos en gran formato que permanecerá en la galería del recinto de Avenida Reforma, en Chapultepec, entre el 13 de junio y el 3 de julio. En Estados Unidos será distribuida por Oscilloscope Laboratories.

Más que una mirada ajena, la película le significa al director el deseo de alguien que viene de fuera y se enamora de la tierra visitada, por conocerla más profundamente y poder contribuir al conocimiento y al descubrimiento de lo que encuentra. Por ello, le parece negativo un término como el de mirada exotizante, pero que puede definir un concepto real: nosotros nos acercamos de una manera amorosa y con admiración hacia lo que estamos viendo y experimentando, pero lo que vivimos y lo que se refleja proviene realmente de convivir con esta gente.

Esto lo llevó a tomar la que quizá fue la decisión estética principal: hacer una película sin diálogos, para que fueran las mismas miradas o actividades físicas de los personajes las que los definan y presenten ante el público, para que no sea solamente el público el que observa a alguien sino que el observado sea el observador, que el personaje no sea objetualizado sino que sea más activo. De hecho, la mayoría de las tomas en los capítulos a color, que son los más narrativos, se ha discutido qué filmar, cómo filmarlo, para que ellos se sintieran representados y que nosotros no contáramos tonterías desde su punto de vista, explica el productor de Tony Driver, Atlantide y coproductor de Noche de fuego, de Tatiana Huezo.

Otro término que le parece desafortunado, si no es que erróneo, que se emplea para referirse a las comunidades campesinas e indígenas es el de realismo mágico, una etiqueta que ha sido creada por una necesidad de definir ciertas cosas pero de lo que su filme carece por completo.

Hubo libertades que me di en un par de tomas como la escena del muxe que obviamente no tiene nada que hacer ahí en una laguna lodosa, pero fue una imagen alegórica para representar a un ser dual que brota de la tierra y una figura mesoamericana que es parte de la cosmogonía local, pensando que los hombres al inicio provenían de la arcilla o del maíz, dependiendo la cultura, para cerrar un capítulo y complementar al torito con cohetones en las salinas, al inicio de la película, la imagen de un minotauro, que proviene de la mitología mediterránea y representa la introducción de mi viaje personal a todo este mundo mexicano que para mí era desconocido, una guía al inframundo por medio del laberinto que es un descubrimiento de la vida, de las diferentes identidades y realidades culturales de México, cierra el realizador que prepara un western para filmarla en el norte de México.