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El ajuste de cuentas
I

ndependientemente del grotesco triunfalismo con que los capitostes de Va por México festejaron sus pérdidas tras la jornada electoral del 5 de junio, la realidad terminó por imponerse y el jefe explícito de todos ellos, Claudio X. González, por medio de su membrete Mexicanos contra la Corrupción señaló al del PRI, Alejandro Moreno, y colocó el pulgar hacia abajo. Por lo visto, en el cónclave de la reacción oligárquica se decidió colocar al campechano como chivo expiatorio del desastre y hasta su antecesor en el timón de ese partido Roberto Madrazo encontró una piedra para tirarle. Al parecer, el bando de Latinus y del Señor X. descubrió que el lastre de la infortunada coalición debe llamarse Alito y que su sacrificio podría darle un aliento a la oposición política.

Aunque resulte casi inconcebible que a estas alturas se sigan engañando, lo cierto es que los dirigentes reales de la reacción aún no parecen darse cuenta de que los dirigentes formales –Marko Cortés, Jesús Zambrano y Moreno– no habrían podido hacer gran cosa para evitar las derrotas del día 5 por la simple razón de que ni el PAN ni el PRI ni lo que queda del PRD han sido capaces de formular un proyecto de país distinto al que enarbola la Cuarta Transformación (4T), ni de presentar a los electores de las entidades en disputa propuestas estatales derivadas de una visión nacional. La traición a México cometida por esos tres partidos al rechazar la reforma eléctrica aceleró la pérdida de confianza en ellos por la sociedad mayoritaria y se les revirtió en la pérdida de cuatro de las gubernaturas en juego –Quintana Roo, Oaxaca, Hidalgo y Tamaulipas– y en un avance espectacular de Morena en Aguascalientes y Durango, únicas plazas que pudieron conservar.

A la hora de la derrota, uno de los manotazos de ahogado fue el intento por sembrar la perversa idea, vía comentócratas y redes sociales, de que Morena es el nuevo PRI, muy precariamente argumentada en el hecho de que el partido de la 4T ha asimilado e incluso postulado a elementos procedentes del otrora poderoso tricolor. Pero no: esos ex priístas trabajan para el programa político, económico y social de Morena, no para el del PRI, que se reduce, por cierto, al retorno a los tiempos de Salinas, Zedillo o Peña. La idea no sólo es absurda, sino también autodestructiva para quienes la propalaron, porque al pretender descalificar de esa manera al partido gobernante la derecha opositora se descalifica a sí misma, pues el PRI sigue siendo uno de sus componentes principales.

Algo más: si se observa el cúmulo de irregularidades, atropellos y violaciones a la legalidad electoral perpetrado por los gobiernos estatales de Aguascalientes, Durango y Tamaulipas, se verá con nitidez que el PRIANRD aplica con fluidez y naturalidad las técnicas de defraudación a la voluntad popular que diseñaron los priístas de viejo cuño, incluida la manifiesta parcialidad de las instancias electorales y su falta de voluntad para sancionar tales prácticas.

En la primera de esas entidades los brigadistas de Morena sufrieron allanamientos, detenciones arbitrarias, amenazas, robo de computadoras, teléfonos celulares, material electoral y hasta de chalecos identificadores –usados posteriormente por Acción Nacional con propósitos difamatorios– y hubo robo de urnas y compra de sufragios en favor de la candidata oficialista, Teresa Jiménez, todo ello documentado en foto, en video y en denuncias ante la autoridad ministerial. En cualquier entorno democrático, ello tendría que llevar a la anulación de la elección. En Tamaulipas la mapachería fue similar; hay constancia de que el panismo entregó a los vendedores de sufragios números de serie para que los escribieran en la boleta a modo de comprobación para que posteriormente pudieran cobrar los 500 pesos que les ofrecieron por cada voto. Con todo, los mecanismos del fraude no alcanzaron para contrarrestar la avalancha de votos que selló el destino de la mafia que ha gobernado la entidad. En Durango, sólo en la región lagunera, fueron allanados 17 domicilios de activistas de Morena.

En suma, los dos triunfos sucios de la oposición no contribuyen a equilibrar ni de lejos sus cuatro derrotas limpias y el ajuste de cuentas ha comenzado. A los líderes residuales perredistas ya nadie voltea a verlos ni para echarles la culpa del fracaso, de modo que se ha decidido defenestrar a Alejandro Moreno, en una operación de control de daños que no parece tener un buen futuro: fomentar un conflicto intestino dentro del tricolor no puede conducir más que a la destrucción anticipada de uno de los componentes de la coalición, a nuevas derrotas el año entrante en los únicos bastiones que le quedan: estado de México y Coahuila y a un nuevo éxodo de cuadros.

La 4T, por su parte, tiene el camino libre a condición de que actúe con sensatez, que no vuelva a ensimismarse en grillas internas y que sea capaz de renovar su programa para el periodo 2024-30.

Twitter: @Navegaciones