Opinión
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Festín oaxaqueño de arte
L

a ciudad de Oaxaca es uno de los lugares de nuestro país que ofrece más riquezas culturales y gastronómicas, lo que no es poca cosa, porque tenemos decenas de sitios que, como se dice popularmente, no cantan mal las rancheras. En varias ocasiones hemos escrito sobre las distintas maravillas oaxaqueñas; hoy vamos a comentar sobre el arte que guarda de nuestro pasado prehispánico y el actual.

En viaje reciente tuvimos la oportunidad de acudir al Museo de Arte Prehispánico Rufino Tamayo, que muestra la notable colección que formaron durante más de 20 años el pintor y su esposa Olga. El criterio con que eligieron cada pieza fue fundamentalmente estético; con la mirada artística del pintor, cada obra se eligió por su belleza y calidad expresiva.

La pareja decidió donarla a Oaxaca, tierra natal del artista, y el gobierno estatal les cedió una hermosa casona del siglo XVIII, con un amplio patio, que fue restaurada por el propio pintor para este propósito.

El museo se inauguró en enero de 1974, con cinco salas, cuya museografía fue diseñada por Fernando Gamboa, quien tuvo el talento de identificar cada espacio con un color perteneciente a la paleta de la pintura de Tamayo.

Se muestran cerca de mil piezas que proceden de todas las culturas que florecieron en el enorme territorio de lo que hoy es México, realizadas lo mismo en cerámicas modeladas a mano que desbastadas en piedras de consistente dureza, fragmentos de pintura al fresco y notables trabajos de joyería.

Sin embargo, no es un museo de antropología, su vocación tampoco es historicista, es un museo de arte que muestra obras surgidas de la creatividad, talento y espiritualidad de los artistas anónimos de las distintas culturas a lo largo de muchos siglos.

A partir de la pandemia ha estado cerrado al público, pero por suerte dan visitas guiadas especiales. Tuvimos la fortuna de que nos lo mostrara con amor y pasión Enrique de Esesarte, hijo de Alicia Pesqueira, a quien el propio Tamayo nombró directora en 1974 y lo desempeñó hasta su fallecimiento en 2018. Tuvo la visión poco antes de su partida de crear un patronato constituido por personas de prestigio de diferentes ámbitos.

Es una asociación civil sin fines de lucro, conformada por 11 patronos amantes del museo, entre los que se encuentran las tres sobrinas y herederas de Tamayo.

Actualmente el patronato se encarga del mantenimiento y obras de remodelación, después de dos años cerrado por primera vez en su historia, y con vistas a su reapertura. Su presidente es el ex embajador de México en Estados Unidos, Carlos Manuel Sada Solana.

Buscan una coparticipación con el gobierno del estado y están en espera de la firma de un convenio. Es importante que se les brinde apoyo, respetando la autonomía del patronato conformado por ciudadanos comprometidos que cuentan con el apoyo de especialistas. Eso garantiza su permanencia y no queda sujeto a caprichos sexenales.

Después de la gratificante visita fuimos a visitar galerías para conocer el trabajo de los pintores oaxaqueños contemporáneos y nos llevamos gratas sorpresas.

Mencionaré sólo tres, aunque hay muchas más: el taller galería de Sergio Hernández, la de Jesús Villafán y Arte de Oaxaca –la más antigua de la ciudad–. Entre los pintores que más nos impresionaron destaco a Hernández, Arturo Vázquez, Guillermo Rito y Guillermo Brena.

El remate del paseo fue una suculenta comida, algunos optaron por la sabrosa del mercado y otros fuimos a Los Danzantes Oaxaca, uno de los restaurantes con más tradición de la ciudad. El espacio es espectacular y la comida acompañada de alguno de sus mezcales no tiene pierde.

Utiliza los mismos ingredientes de la comida tradicional, pero en nuevas combinaciones y formas. Platillos de no perderse: la degustación de cinco moles –amarillo, rojo, chichilo, negro y manchamanteles– acompañados de chochoyotas de plátano macho. La hoja santa con quesillo artesanal, queso de cabra, salsa de miltomate con chile meco, la tlayuda de camarones con salsa de chintextle, asiento, quesillo artesanal y col y la coliflor rostizada en mantequilla con pipián rojo vegano, huauzontle y pepita tatemada. El cierre fue con el flan de queso de cabra con lavanda, compota de fruta y salsa de chocolate.