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Evitar la típica película social, el objetivo de La jauría: Andrés Ramírez
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▲ El director colombiano ganó el Gran Premio de la Semana de la Crítica en el certamen francés.Foto Afp
Especial para La Jornada
Periódico La Jornada
Jueves 26 de mayo de 2022, p. 8

Cannes. La jauría, del colombiano Andrés Ramírez Pulido, se alzó con el Gran Premio de la Semana de la Crítica, sección paralela del Festival de Cannes dedicada a los jóvenes talentos.

El realizador, de 32 años, también recibió el premio SACD al guion por este filme, sobre el círculo vicioso de la violencia en Colombia a través de un grupo de jóvenes pandilleros en rehabilitación. La Jornada conversó con él.

–La Jauría es la continuación natural de sus dos cortos anteriores muy exitosos. ¿Como fue pasar al largometraje, lo cual requiere de un lenguaje más extendido y asumir riesgos mayores?

–Ha sido un proceso muy orgánico, pues están sistemáticamente conectados esos cortos. Es sobre adolescentes en la ciudad donde vivo. En estos proyectos hay un ancla: la reflexión sobre la figura paterna en la infancia y la adolescencia, y cómo transitamos ese abandono o ese amor, que nos transmiten ellos. Creo que la gran diferencia entre los cortos y el largo es el punto de vista, dónde me posiciono con la cámara, mi mirada y la puesta formal de la película.

–La violencia que se muestra en tu película tiene mucho de sicológico, ¿eso la diferencia de otras cintas colombianas?

–Sí. Hay un tipo de exploración sicológica, energética y espiritual. Una de mis intenciones era no anclar la cinta a un hecho concreto histórico o geográfico de la violencia en Colombia, porque ya tenemos per se una historia grande sobre esta tragedia. La violencia está impregnada en todos los lugares, en nuestra cultura y en la naturaleza humana, obviamente. Quería alejarme de eso y hacer una historia de ficción. Así retrato Colombia, a través de estos jóvenes en una ciudad concreta, priorizando la ficción, con ciertos tintes de drama y creo que esto dialoga muy bien con la realidad, sin nombrarla como tal.

–Cree en el determinismo?

–Considero que la violencia es como un ente, un espíritu que toma cuerpo de diferentes maneras y busca encarnarse en nosotros. Creo que hay algo de violencia en todos los seres humanos. Hay contextos sociales y culturales que son como caldo de cultivo de muchas cosas. Me sucedió algo bonito cuando comencé a pensar en la película. A estos chicos no los conocí en la calle, sino en lugares similares al que retrato, en donde se realizan procesos de desintoxicación de drogas o pagan algún delito. Aquí no había barreras. Más bien nos hicimos amigos y empecé a ver la humanidad suya y la mía como un espejo.

–Creo que uno de los méritos es que sale del estereotipo común del delincuente y estos personajes tienen una relación casi amistosa, con cierta ternura…

Otra perspectiva

–Cuando escribí la película tenía en mente el imaginario sobre los chicos delincuentes. En el proceso de investigación y escritura, al mismo tiempo, comencé a tener encuentros con los chicos que iban a interpretarla, y conocí a Eliú, el protagonista. Vi que se relaciona con la violencia de otra manera. No es el adolescente típico al que le atrae. No es la ley del más fuerte ni nada de eso, pero está implícita en él. Es como un pequeño animal que se defiende y hay una pulsión muy grande. Entonces empecé a irme a un lugar no seguro, tanto en el casting como en el guion, y creo que eso da un poco de miedo. Quería alejarme de la típica película latinoamericana social.

–El odio, sobre todo en el núcleo familiar, ¿cómo se debe tratar y como permea este sentimiento en la sociedad?

–Soy de Bogotá. Y cuando filmé en Sibaguez –una ciudad pequeña entre mi ciudad y Cali–, empecé a conocer chicos y encontré como algo común el odio de ellos hacia la figura paterna. Todos me hablaban muy mal de su papá. Con mi padre no tengo una relación de odio, pero sí hay una semilla ahí. Mis cortos y esta película me ayudan a reflexionar. Fue la primera ecuación que encontré: un chico que odia a su papa y quiere matarlo, por error mata a otro y luego siente culpa y odio hacia los que lo persiguen.

–¿Es una especie de catarsis para los protagonistas?

–Fue un buen espacio para pensarlo, porque lo hablamos mucho. La preparación fue como una terapia para abrirnos todos.

–Como cineasta, ¿la emoción es más importante que la estética?

–Me gustan las películas que me emocionan, pero también que formalmente me propongan un viaje y jueguen con el lenguaje cinematográfico e intenten crear debates. Se puede hacer esa combinación.