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Normales rurales, un siglo
Cien años sosteniendo un sueño educativo frente al asedio del Estado
U

n siglo se cumple el 22 de mayo de la fundación de la primera Normal rural. Un siglo de asedio y embestidas contra ellas por las fuerzas del Estado: los gobiernos, los empresarios, el clero, los hacendados. Con distintas excusas, en diferentes campañas, se construyó meticulosamente la leyenda negra para justificar su meta: acabar con las normales rurales. Un siglo lleno de relatos de resistencia muchas veces heroica, valiente y decidida conscientemente, que calificó César Navarro, profesor formado en ellas y dedicado a su análisis, de esencia de la estirpe insumisa del normalismo rural.

Más de un siglo cumplió ya la publicación del Programa del Partido Liberal Mexicano (1906), y para vergüenza del sistema educativo contemporáneo, muchas de las propuestas sociales y educativas del proyecto magonista continúan vigentes: “multiplicación de escuelas primarias, en tal escala que queden ventajosamente suplidos los establecimientos de instrucción clerical; obligación de impartir enseñanza netamente laica en todas las escuelas de la República, sean del gobierno o particulares (…); declarar obligatoria la educación hasta los 14 años, quedando al gobierno el deber de impartir protección (…) a los niños pobres, que por su miseria podrían perder los beneficios de la enseñanza; pagar buenos sueldos a los maestros de instrucción primaria; prohibir absolutamente el empleo de niños menores” ( Regeneración número 11).

Aun cuando formalmente se mantienen los principios que debían orientar al Sistema Educativo Nacional, en realidad éste sigue caracterizándose por una profunda desigualdad estructural, inequidad y exclusión. Basta señalar que 48 por ciento de nuestras escuelas básicas son unidocentes y/o incompletas. Asentadas justamente en comunidades rurales e indígenas, atendidas muchas veces por promotores capacitados en tres meses y con salario mínimo en condiciones muy precarias. Son esas precisamente las escuelas que deberían ser atendidas por normalistas rurales, profesores con excelente y adecuada preparación, pleno derecho y que conocen las carencias y problemas de las comunidades rurales. ¿Son necesarias las normales rurales a 100 años de su fundación?, se preguntan reiteradamente los investigadores educativos, sin siquiera pensar en que son parte y solución para las lacerantes condiciones de pobreza y abandono a que han sido sometidas de forma cínica y extrema estas comunidades y estas normales rurales, sobre todo desde la implantación neoliberal.

La creciente mercantilización y privatización que nos acarreó, aderezada de múltiples concepciones eficientistas y competitivas, muy exitosas por cierto, han impregnado la educación con diferentes y profundas plagas difíciles de extirpar, peor aún si se insiste en no reconocerlo. La privatización de las normales corrió vertiginosamente: aproximadamente 40 por ciento son privadas y religiosas; la matrícula ha descendido en 20 por ciento. Las normales rurales particularmente han visto descender su matrícula a mil 750 alumnos de ingreso anual, y se siguen poniendo trabas desconcertantes a su entrada, cuando deberían fortalecerse y ampliarse porque representan, hoy más que nunca en el país de la mayor desigualdad, una posibilidad real de empleo fructífero y transformador en el campo. Un camino verdadero para asentar la población campesina, defender el medio ambiente y fertilizar de esperanza a las comunidades abandonadas.

Las luchas y movilizaciones de los normalistas rurales en defensa de su herencia y existencia encarnan la apuesta por la supervivencia de sus escuelas, su futuro como maestros rurales, la preservación de su proyecto educativo popular, la resistencia para que sigan abiertas las escuelas públicas para los más marginados y excluidos. Todo esto está ligado secularmente a las aspiraciones de cambio social en nuestro país; sin embargo, siguen acosadas y reducidas por los sistemas de exámenes estandarizados que se imponen eficientemente para el ingreso, egreso y obtención de una plaza. En realidad, deberían premiar y estimular que los jóvenes campesinos sigan buscando una formación y profesión docente, en pleno compromiso con sus comunidades, cuando las condiciones de abandono del campo y la migración constante prevalecen devastadoramente.

Junto con los campesinos, agredidos y expropiados por gobiernos y caciques, los normalistas rurales, en complejas y duras batallas no siempre victoriosas, pero siempre enconadas y alevosas, aprendieron el valor de la solidaridad, el compromiso y la fraternidad, la movilización, pero sobre todo de la organización asamblearia, el consenso, el debate, la formación política, la coordinación de las acciones solidarias, la autonomía y renovación de los liderazgos.

Así surgió en 1935 la Federación de Estudiantes Campesinos Socialistas de México (FECSM) en el congreso celebrado en la Normal rural de San Roque, Guanajuato. Surgió como una organización estudiantil que reflejó la cohesión ideológica, política y organizativa existente en las normales rurales y reivindicó su composición de clase: estudiantes campesinos socialistas. Característica inusual en las organizaciones estudiantiles de México. Sin duda, éstos han sido factores decisivos para la permanencia de la FECSM en un ámbito en el que es inexistente la tradición de organizaciones estudiantiles estables, representativas e independientes. Con su modo de ser resistente y radical, la FECSM es la organización de más larga vida en el país (César Navarro, 2015).