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Aprender a morir

Antiética e indiferencia

“D

esde chico supe que quería ser médico y cuando terminé la carrera tuve un concepto muy claro: nunca lucrar con mi profesión. Esto lo aprendí de una madre generosa y un padre honesto, en un grupo de profesionistas en una ciudad de provincia y una convivencia realmente familiar. Eso seguro alimentó mi vocación de servir. Si bien nunca me faltó nada, nunca tuve de más. En lugar de comprar los libros de la carrera, que son muy caros, me hice amigo de los encargados de la biblioteca de la facultad”, evoca el doctor Roberto Olivera, cuya especialidad madre es la patología clínica, que hizo en el Hospital Inglés, y añade:

“Hay permiso pero no hay dinero, advertía mi madre. Había confianza de su parte y mía para ver cómo le hacía. Estudié medicina en la UAM, que escogí entre varias. No me preocupé por las calificaciones sino de aprender, y no faltaron los maestros que con el tiempo me consultaron. A los 40 dejé de ser ambicioso al darme cuenta de que siendo importante no era feliz. Decidí volver a empezar sin más ambición que ser yo mismo y con el menor ego posible.

“La patología clínica sirve para saber lo que tiene el paciente a partir del conocimiento de lo que le sucede a su organismo. Además he tenido muy buenos maestros y pacientes ejemplares. Leer es básico para vivir y más cuando se es un idealista y puedes inspirar a otros, a partir de ser sincero consigo mismo, con integridad para no mentirse a uno mismo y honestidad para no mentir a los demás. Junto con la misión, importa hacerla con el corazón.

“El tratamiento del covid −prosigue quien en los recientes dos años atendió por la pandemia a más de mil pacientes de forma presencial y a otros en línea o en forma digital− siempre fue preventivo de inflamación para prevenir trombosis y problemas respiratorios quitando la inflamación. Pero como no había información científica de que ese fuera el tratamiento adecuado, no se autorizó, aunque su costo fuera menor a mil pesos utilizando medicamentos de patente. La gente ganaba, pero se privilegió a las farmacéuticas, y no se llevaron estadísticas confiables sino cifras de justificación. Ninguna precisó la relación covid-alcohol, tabaco, drogas o estrés. Ahora se habla de nuevas variantes para omitir hablar de nuevos negocios. ¿Para qué vacunar a los niños si las vacunas no funcionan en adultos? La antiética resurge con nuevos bríos ante la indiferencia de unos y otros”, concluye el doctor Olivera.