Editorial
Ver día anteriorMartes 10 de mayo de 2022Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Los motivos de Moscú
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recedida por toda suerte de especulaciones sensacionalistas de los gobiernos y los medios occidentales, el gobierno ruso conmemoró ayer el 77 aniversario de la victoria sobre la Alemania nazi. Para frustración de analistas y expertos occidentales que esperaban algún mensaje espectacular, el discurso del presidente Vladimir Putin no introdujo cambio alguno en la postura de Moscú en torno a la guerra en Ucrania sino que se centró en argumentar las razones que lo llevaron a ordenar la operación militar especial que tiene lugar en ese país vecino.

Más allá de que la Federación Rusa haya lanzado el 24 de febrero una invasión injustificable y lamentable en territorio ucranio, debe reconocerse que ese acto bélico habría podido evitarse si los países integrantes de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) no hubieran sido tan insensibles a las legítimas preocupaciones rusas por la seguridad de sus fronteras, si Estados Unidos no hubiera visto a Moscú como un enemigo tras la caída de la Unión Soviética y si los gobernantes occidentales no se hubieran empecinado en ampliar hacia el oriente la Alianza Atlántica, al punto de rodear Rusia con bases e instalaciones militares. Sean verdaderos o falsos los señalamientos de Putin de que el gobierno de Kiev planeaba hacerse con armas nucleares, lo cierto es que Washington y Bruselas miraron hacia otro lado ante las atrocidades perpetradas contra las poblaciones de etnia rusa del este de Ucrania e impulsaron la integración de gobiernos rusófobos y, para colmo, con componentes filonazis.

Este último dato se vincula directamente con la conmemoración de ayer, en la que Rusia recordó la dolorosa victoria sobre el fascismo que cobró a los pueblos soviéticos –incluido el ucranio– decenas de millones de muertes y una destrucción material incalculable. Un agravio adicional es la narrativa implantada por los gobiernos y los medios occidentales que minimiza, o incluso omite el protagonismo de las naciones que integraron la extinta Unión Soviética –Rusia y la propia Ucrania, entre ellas– y sugiere, contra todo rigor histórico, que la caída del Tercer Reich fue básicamente resultado del desembarco aliado en Normandía.

Por lo demás, la desconfianza rusa hacia Occidente se origina en acontecimientos muy anteriores a la Segunda Guerra Mundial: desde los intentos de conquista suecos y teutónicos del principado eslavo de Nóvgorod en el siglo XIII hasta la mencionada invasión nazi de 1941, pasando por la fallida incursión napoleónica y la expedición militar de 1918 lanzada con el propósito de destruir a la naciente Rusia soviética y en la que participaron Estados Unidos, Inglaterra, Australia, Canadá, Checos-lovaquia, Finlandia, Francia, Grecia, Italia, Japón, Polonia, Rumania y Serbia.

Con estos antecedentes, es claro que una condición ineludible para desactivar la actual guerra en Ucrania pasa necesariamente por abandonar el absurdo militarismo de la OTAN ante Rusia, ofrecer a ésta garantías de seguridad en sus fronteras occidentales y construir soluciones pacíficas para las poblaciones de Ucrania que se reivindican rusas. Por desgracia, Washington y Bruselas han hecho todo lo contrario: atizar el conflicto bélico mediante envíos masivos de armas al gobierno de Volodimir Zelensky y aislar, bloquear, sancionar y satanizar a Moscú. Tales medidas prolongarán innecesariamente el sufrimiento de la población ucrania y, eso sí, dejarán cuantiosas ganancias a las industrias armamentistas de Estados Unidos y Europa occidental.