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La democracia acosada... por sus beneficiarios
A

nte los escenarios de degradación política que nos ha dejado la consulta, jornada que debería haber sido constitucional, únicamente nos queda apelar al postulado de que a la democracia sólo se defiende con más y mejor democracia. Por desgracia, no es ése el sendero que parece querer transitar el gobierno y su coalición política quienes, gracias a todo lo construido para democratizar al país, están hoy en la Presidencia de la República.

A la luz de la persistente negación de Morena de lo logrado en la construcción democrática, es indispensable seguir insistiendo: tras decenios de obcecación autoritaria ahora contamos con un sistema político plural y democrático; erigido gracias a la movilización de miles de ciudadanos y organizaciones que hicieron del reclamo democrático una exigencia, una condición indispensable para seguir juntos y poder hablar así de una república.

Cierto es que a muchos no satisfizo lo logrado, ni las formas como evolucionó a lo largo del tiempo y del territorio; su devenir ha sido desigual y combinado, diría Trotsky, pero también mostró un litigio cívico político, muchos años soterrado por el autoritarismo, que se apoderó del imaginario y la práctica colectivos. Pronto sus resultados, alcanzados gracias a procedimientos codificados y acotados incluso hasta el exceso, fueron aceptados por los contendientes, por los ganadores y los perdedores. Por esto es que podía hablarse de una democracia en curso, germinal, al decir de José Woldenberg, cuyos frutos podían apreciarse sin necesidad de caer en absolutismos.

Para muchos, ni la cuestión económica ni la social merecieron mayor ni oportuna atención. La democracia, encarnada por los congresos locales y el de la Unión, omitió ambas cuestiones. En el mejor de los casos se trató de una pésima lectura de las historias del Estado social y del propio capitalismo. Se entendió mal el papel que el Estado puede jugar dentro del propio capitalismo, así como las potencialidades que pueden desplegar cuando logran algún tipo de emulsión dinámica y constructiva.

Con la democracia, tan germinal como la queramos, sus actores o agentes principales pusieron al Estado y al activismo democrático en pausa al imaginar que otros, como los mercados o las multinacionales, podrían hacerse cargo de sus tareas primigenias. Así llegamos en 2018 a esta revocación del rumbo adoptado por la primera alternancia y que los siguientes gobiernos ilusamente quisieron convertir en pensamiento y camino únicos.

Lo que se hizo desde los gobiernos y los órganos colegiados representativos hasta los organismos constitucionales autónomos, mayormente vinculados con la gestión económica y social, fue jibarizar a la democracia entendida como conjunto complejo que no puede sino involucrar a todos los circuitos y sistemas de la formación social. Desde estas prácticas nefastas ha derivado el vaciamiento político y social de la democracia en estreno, así como el alejamiento de la política y los partidos respecto de las bases sociales; un progresivo extrañamiento de sus actores que comenzaron a actuar de manera aislada, incapaces de autorreproducirse y autocorregirse con cargo a sus propias fuerzas y dinámicas.

El presidente López Obrador ha propuesto un dirigismo vernáculo, centralizado no sólo en la figura presidencial, sino en su persona. No hay trama institucional o burocrática que module tal imagen, como tampoco puede haber oposición o crítica que no reciba del Presidente y sus cohortes la descalificación.

No se escapa nadie y ahora, para vergüenza de muchos, le ha llegado el turno a la ONU, como antes a la UNAM y otras universidades, a organizaciones de la sociedad civil o a reconocidos defensores de los derechos humanos. Con estas embestidas, el Presidente, acompañado con veneración por sus colaboradores, busca coronar aquella tarea de ofuscación y desfiguración de la política que acompañó los primeros pasos del momento democrático mexicano. La bifurcación entre política y vida social, quizá válida para elementales fines analíticos, ha probado ser letal para la vida democrática que requiere de amplios y permanentes intercambios.

La democracia ha sido puesta en riesgo por algunos de sus más poderosos actores y personalidades. Se ha llegado muy lejos en este camino de desarmar a la democracia. Llegó la hora de corregir.