Opinión
Ver día anteriorSábado 9 de abril de 2022Ver día siguienteEdiciones anteriores
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añana, por primera vez, un presidente mexicano pondrá su mandato a revisión en las urnas y los ciudadanos asistiremos a validar un compromiso con el proyecto de futuro colectivo que simboliza. Lo que sucederá este domingo es una creación neta de legitimidad a la mitad de un sexenio. Será la primera vez que se refrende la facultad de gobernar de un Presidente de la República y, también, en que los ciudadanos reafirmen su responsabilidad en la construcción del interés general y de la continuidad en el futuro del país, eso que llamamos soberanía. Tiene esa profundidad y su valor no puede ser leído desde la despolitización. Los mismos que amenazaron con revocar el mandato del Presidente allá por el pandémico 2020, que luego llamaron a quitarle la mayoría en el Congreso, ahora anuncian que no participarán en este acontecimiento histórico. Están en una deriva solitaria.

La lógica de quienes se abstendrán de votar, es difícil de seguir. La más clara es que no acudirán a las urnas que ha escondido el INE porque el resultado no les conviene. Si uno no concurriera a las urnas porque el resultado no será el que a uno le satisface, muchos jamás hubiéramos votado. De paso, esta postura que, repito, es la más clara que pude encontrar en los voceros del PRIAN, sentencia que no somos ciudadanos los que iremos a las urnas, sino seguidores del obradorismo. Aquí está la raíz del malestar de esa oposición del sabotaje diario: que los ciudadanos se autonombran y no, como suele suceder en la realidad, los ciudadanos son los que ejercen sus derechos. Es curiosa la paradoja de quien se apropia del término ciudadanía, pero llama a no ejercer un derecho constitucional. Podría decirse que son lo contrario: idiotas que, según Hannah Arendt, era el término que en la Grecia antigua se usaba para quienes, pudiendo participar en asuntos públicos, se abstenían de hacerlo, preocupados por el minísculo planeta de la intimidad y las cosas domésticas. Como trampa retórica, los opositores idiotas dicen que la revocación existe como un OVNI suspendido en el cielo, sin historia, sin contexto y que su lógico contrario, la ratificación en el mando, constituye un truco para fortalecer al poder. Lo que jamás voltean a ver estos críticos fijos del obradorismo es a los 9 millones que firmaron la petición de la revocación ni a los millones que han promovido la consulta. Para ellos, sólo existe una persona, Andrés Manuel López Obrador, un mago, un demiurgo. Lo hemos escrito aquí mismo: el obradorismo no es la persona sino lo que hay entre quienes lo apoyan. Su construcción colectiva combina la lucha contra el fraude electoral, el uso faccioso de los magistrados –como en el desafuero del Jefe de Gobierno en 2005– y, ahora el combate a la corrupción y el encomio de la integridad. Es esa construcción de un nosotros que la oposición no puede todavía leer porque han caído en la despolitización que promovieron desde hace décadas. Ahora ya no pueden diferenciar entre quejas y demandas; ni entre ciudadanos y pobres; entre leyes e instituciones y estabilidad eclesial; ni entre ratificación de un mandato en urnas y la popularidad o el ego de una persona. No encuentran lo específico de la política y lo político, se les ha perdido, y ahora lo confunden con datos económicos o simple superación personal.

Para ellos, los ciudadanos no son los que se constituyen al momento de ejercer un derecho político, sino los que reciben el dinero de programas sociales o los que se dejan engañar por quien, según esto, despierta la mediocridad. Están tan sumidos en la despolitización que, cuando ven una creación neta de legitimidad, es decir, la producción de la facultad de gobernar y la ratificación de la confianza social, creen que es como quien llama a un teléfono para votar por la mejor voz de un programa de concursos. Confunden popularidad con ratificación. En una, simplemente existe simpatía o atracción por una persona. En la otra, hay confirmación de confianza de que la autoridad haga lo que prometió. Pero hay más en este mecanismo democrático: validación de un imaginario de futuro, un nuevo arraigo republicano y plebeyo, una comprobación colectiva del nosotros. Para ellos, todo se reduce al ego del titular de la autoridad, cuando no a caprichos. La despolitización es no poder ver lo público y tratar de asemejarlo, de torturarlo, para que quepa en categorías individuales, de carácter, de sique, de voluntad.

Uno de los mensajes que más me llamó la atención en la fallida marcha del PRIAN para llamar a no votar mañana domingo fue una señora que aseguró: Estamos luchando contra un dragón, es prácticamente un demonio. No pude sino presumir una semilla religiosa: la lucha de San Jorge contra el dragón. Como sabemos por Pegaso, el ensayo sobre la mexicanidad de Guillermo Tovar y de Teresa, el dragón, además de significar el paganismo en la religión católica de Europa, eran los indígenas en el imaginario novohispano. Una mezcla entre la serpiente emplumada de Mesoamérica y la caballería medieval trajo consigo esa metáfora a los labios del antiobradorismo. Llamar al movimiento cultural de la 4T como un animal mitológico, síntesis del león, la serpiente, y ave de presa, es una medida del miedo de este sector de la población a algo que, por ser político, parece infranqueable. Lo asocio a los discursos de la derecha católica tras la toma de protesta del actual Presidente: le llamaron brujería al acto de recibir un bastón de mando indígena, entre humos de copal. Según esa versión, la lucha de la oposición ha llegado a un grado mítico, de videojuego, mientras la soberanía hace fila y deposita un voto para el futuro.