Opinión
Ver día anteriorDomingo 6 de marzo de 2022Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Fantasías
H

ace poco más de una década, el novelista y cineasta francés David Foekinos llevó a la pantalla su éxito editorial La delicadeza ( La délicatesse, 2011), una historia romántica protagonizada por Audrey Tatou ( Amélie, 2001), en la que una joven sucumbía, de modo incomprensible para ella y sus amigos, al improbable encanto de un hombre que no correspondía a los modelos convencionales de apostura masculina. Más allá de su trama esquemática y previsible, la cinta tenía a su favor ser una exploración perspicaz del tema de la seducción amorosa. En Fantasías ( Les fantasmes, 2021), su tercer largometraje, dirigido de nueva cuenta en colaboración con su hermano Stéphane, el tono narrativo ha cambiado radicalmente. No se trata ya aquí de una incursión delicada y compleja en los terrenos del flirteo y la evolución sentimental en una relación de pareja, sino de constatar, con humor agridulce y algunas notas de sarcasmo, las dificultades que afrontan seis parejas para mantener viva la pasión y, de modo más imperioso aún, el simple interés sexual.

Dividida en seis episodios, como una típica película de sketches, al estilo de ciertas comedias francesas o italianas de los años sesenta ( Los siete pecados capitales, 1961, Vadim, Démy, Chabrol et al, o Los monstruos, Dino Risi,1963), los hermanos Foekinos abordan aquí, con acierto muy desigual, algunos de los fantasmas eróticos que alimentan diversos personajes en su intento por mantener a raya el tedio o la rutina en su actividad sexual, dentro o fuera del matrimonio. Se trata de personajes mayores de cuarenta años que en su vida de pareja han decidido experimentar, de común acuerdo, fantasías nuevas (cabe señalar que el término perversiones se evita cautelosamente), que los directores clasifican de modo estrafalario y divertido. Para hablar de atracciones irresistibles, uno de los episodios lleva el nombre rimbombante de Autagonistofilia, mismo que se refiere al impulso de ser visto por otras personas en el momento de practicar el acto sexual, una fantasía por lo demás harto común en tiempos de exhibicionismo erótico en las redes sociales móviles. La trama de este episodio, plagada de equívocos salaces y con la clásica fuga cibernética de una información comprometedora, vale sobre todo por la estupenda interpretación de Karin Viard en su papel de dominatrix improvisada.

Otro segmento lleva un título curioso, Dacrilofilia, en alusión a la excitación erótica que provocan las lágrimas ajenas. El personaje que intrepreta Céline Sallette, una esposa sin grandes esperanzas de quedar embarazada, goza sexualmente haciendo y viendo llorar a su cónyuge. Ese placer sutil y perverso es explotado aquí sin mayor fortuna, limitándose los cineastas a explotar los clichés más socrridos de un espíritu revanchista femenino. Más redondo resulta el episodio relativo a la Tanatofilia, en el que dos lesbianas crepusculares (Caroline Bouquet y Mónica Bellucci) compiten en perversidad al procurarse un fuerte estímulo sexual visitando a personas convalecientes o moribundas, asistiendo a funerales o al realizar, con falsa filantropia, un voluntariado social tanatólogo sólo para estar cerca del estímulo sexual que para ellas representa la inminencia de una muerte. El humor cáustico de este segmento tiene derivas éticas cues-tionables, como el voyeurismo ante el sufrimiento ajeno (el tipo de humor estúpido y malvado que distingue a Charlie Hebdo, la polémica publicación satírica francesa), aunque el coctel lésbico provocador que consiguen las dos actrices es sorprendente. En el episodio Ludofilia, una pareja –Denis Podalydès y Suzanne Clément– ensaya todo tipo de juegos (en esencia disfrazarse como figuras institucionales de poder) para romper con la monotonía de una pasividad conyugal compartida.

Otras dos historias, las menos afortunadas, se refieren al extraño gusto masculino de excitarse eróticamente con las hermanas de la mujer amada, y también, de modo aún más inusitado, el placer que una pareja de jóvenes experimenta aplazando indefinidamente una gratificación sexual mutua, apostando por la paradójica excitación que procuraría la abstinencia. Con mayor audacia y talento por parte de los hermanos Foekinos, también guionistas del filme, este último episodio habría sido sin duda el más irónico y pertinente en estos desventurados tiempos de pandemia.

Se exhibe en la sala 7 de la Cineteca Nacional. 16:15 horas.