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Tumbando caña

Willie Colón, arquitecto de la salsa

D

esde sus comienzos en la música, la imagen de Willie Colón se asoció a la del chico intrépido, sagaz y temerario que –a la fuerza– se abrió un espacio entre los grandes nombres de la música caribeña, en el complejo mundo del Nueva York de los años 60. Willie Colón aparece en la escena musical neoyorquina precisamente en la época de furor de los ritmos latinos, en los que dominaban Tito Puente, Tito Rodríguez, Charlie Palmieri, Eddie Palmieri, Noro Morales, Larry Harlow y Ray Barretto, entre otros. Con apenas 15 años, era un trombonista incipiente y un director de orquesta perspicaz. Su orquesta, La Dinámica, estaba formada por músicos adolescentes e inexpertos, con quienes pretendía imponer sus ideas musicales motivadas por las influencias del Caribe, las viejas canciones puertorriqueñas que le enseñaba su abuelita Toña y la música estadunidense que escuchaba en la radio.

Al inicio fue censurado por su estilo fuerte y estridente e incluso llegó a ser acusado de inarmónico por quienes ostentaban la veteranía en el ambiente de la música latina, mismos que lo tachaban de loco porque en la intención de buscar nuevas sonoridades desafinaba, a propósito, el instrumento.

El apodo de El Malo estaba asociado a su capacidad interpretativa en el trombón. Un buen día, incómodo por el sobrenombre, decidió sacar provecho y le dio otro enfoque, lo relacionó con la actitud de un hombre rudo, agresivo, malandroso, conocedor de las calles… de manera que el público lo empezó a identificar como El guapo del barrio o El malo del Bronx.

Willie Colón llegó al trombón tras escuchar a Barry Rogers tocando en la orquesta de Joe Cotto. Ya había tomado clases de flauta, clarinete y trompeta, pero cuando escuchó a Barry soplar el instrumento quedó prendado: “Aquello sonaba como un elefante, un león, un animal… y pensé ‘ese es el instrumento que quiero tocar’”. Y se dedicó a él de tiempo completo hasta lograr los mejores sonidos.

Con ese instrumento, a su estilo, criticado por muchos, consolidó el llamado Sonido de Nueva York, que para Willie Colón no depende exclusivamente de la música cubana. El que diseñó es un sonido bravo, duro, áspero, hiriente, de calle, uno que refleja la bravura de los barrios.

Su primer disco para la Fania Records, El Malo (1967), contenía esas ideas, por lo cual no fue apreciado por los músicos veteranos que no entendieron el concepto. Le dijeron que su sonido era raro, no comprensible y que su orquesta era demasiado aficionada, sin mayores pretensiones y de sonido terrible.

Hubo de pasar un tiempo para acallar esas voces y darle la razón a Willie. El Malo, un trabajo que se distinguía por arreglos atrevidos que destacaban una explosiva mezcla rítmica de calipso, bomba, son montuno, guaguancó, bugalú, shing a ling, guajira, mambo y jazz, mezclados con los ritmos hirientes y ásperos propios del trombón; fue un éxito de ventas y Willie con el buen Héctor Lavoe empezaron a destacar como las figuras principales del incipiente fenómeno salsero.

A raíz de lo logrado, se convirtió en el productor y arreglista de la Fania Records para los trabajos con Héctor Lavoe; en siete años grabaron juntos 10 álbumes. Durante el tiempo que duró la unión, el sonido de Willie Colón se abrió paso sin tregua y Héctor Lavoe se destacó como el cantante de los cantantes.

El secreto del éxito fue establecer puentes con diversos géneros musicales, trastocar los patrones rítmicos establecidos para marcar el compás del nuevo tiempo de la salsa, con composiciones modernas que oscilaban entre el sonido de las raíces de la música puertorriqueña al sonido fuerte y agresivo del mundo urbano, con la base rítmica afrocubana en buena medida.

Las portadas de sus discos, diseñadas por el director de arte de la Fania, Izzy Sanabria, eran muy imaginativas y provocadoras: en Cosa nuestra (1969) aparecía en un muelle con la funda de un arma bajo el brazo junto a un tipo enrollado en una esterilla con una gran piedra atada a los pies; en Lo mato (1973) se le veía encañonando a un hombre mayor; la carátula de La gran fuga (1970), que simulaba un cartel de se busca, fue tan impactante que la gente creía que Willie Colón estaba preso y llamaban a la policía para ver cuánto había de recompensa.

Estas producciones estuvieron, a su vez, matizadas por canciones que trataron temas de la marginalidad, con todo y sus señas de peligrosidad, como se escucha en Lo mato, El día de mi suerte, Te conozco, Se chavó el vecindario, Juana Peña, Barrunto, Piraña, Todo tiene su final o la clásica Calle Luna y Calle Sol: Mete la mano en el bolsillo / saca y abre tu cuchillo y ten cuidao /Pónganme oído en este barrio / muchos guapos lo han matao.

(continuará)