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¿La Fiesta en Paz?

Adolfo Lugo Verduzco, ejemplo de congruencia ganadera

A

dolfo Lugo Verduzco se recibió de abogado en la UNAM, obtuvo una maestría en administración pública por el Instituto de Estudios Sociales de La Haya, en los Países Bajos, y una especialidad en la Escuela Nacional de Administración de Francia. En la vida política no fue menos: senador de la República entre 1982 y 1986, gobernador de Hidalgo entre 1987 y 1993, dirigente nacional del PRI entre 1982 y 1986, así como director del Instituto de Estudios Políticos, Económicos y Sociales, todo dentro del Partido Revolucionario Institucional, al que sirvió con una lealtad sólo comparable a su disciplina y discreción, que en toda militancia lo más difícil es darse cuenta y guardar silencio.

Pero don Adolfo también tenía los ojos bien puestos en la lejanía, como dijera González Martínez, y en 1973 quiso darle a su terruño, Huichapan, una jerarquía y un renombre ganadero, el cual consiguió con creces y supo mantener contra viento y marea, a pesar de las claudicaciones que ya se multiplicaban entre no pocos criadores de bravo: el criterio suicida de disminuir la bravura en aras del toreo de salón con toro o más bien su aproximación; el exhibicionismo como forma de exposición. En todo caso y gracias a esa congruencia, el hombre fue elegido presidente de la Asociación Nacional de Criadores de Toros de Lidia (ANCTL) para el periodo 2003-2005, lapso en el que supo defender en diferentes escenarios nacionales y extranjeros su inexcusable postura ganadera de bravo.

No me brindó Lugo Verduzco su amistad, sino quizás algo igual o más valioso: su conversación, elegante y lúcida, sabedor de que en el medio taurino iban quedando pocos interlocutores con los cuales reflexionar en voz alta con honestidad, sin tapujos ni falsas amabilidades. En memorables comidas, sin militantes ni taurinos, solía el personaje compartirme pensares y sentires que reflejaban una sensibilidad más o menos sofocada por la inercia de las instituciones públicas y privadas, por la sordera o ceguera de sus miembros.

Lo peor que le puede ocurrir a un partido político es su falta de autocrítica y la vigilancia oportuna de su desempeño, sentenciaba en medio del temerario triunfalismo tricolor imperante. En materia taurina, su lucidez no era menor, pues insistía en la preocupante desviación de la bravura, so pretexto de darles a los públicos, cada día más desinformados, diversión en lugar de emoción. Si al toro de lidia se le disminuye su bravura, a la fiesta de los toros se le está disminuyendo su capacidad de emocionar, de atraer a propios y extraños. Uno puede exponer sus puntos de vista, pero hay demasiados intereses en juego, de dentro y de fuera, comentaba con un dejo de frustración.

Hoy, cuando débiles argumentos intentan defender aquí la fiesta de los toros de frívolos enemigos externos con intenciones políticas más que ecológicas, bueno es recordar algunos argumentos que Lugo Verduzco expuso, a nombre de la tradición ganadera mexicana, en escenarios internacionales como la séptima Feria Mundial del Toro, celebrada en Sevilla en febrero de 2004, sin nacionalismos estridentes ni postraciones acomplejadas:

Sevillanos y mexicanos han sabido rencontrarse en los ruedos, siguiendo la ruta misteriosa de la tauromaquia, gracias a la fina sensibilidad de dos públicos y a la presencia motivadora de un toro bravo de origen común aunque de temperamento diferente, resultado de una geografía, una historia, una idiosincrasia y un modo de ser y de sentir la vida y la fiesta. Descanse, don Adolfo, de tanta sordera y tanta ceguera, enquistadas como maldición en la mentalidad de los neotaurinos.