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El Senado y yo
E

n mi vida política me he cruzado con el Senado en algunas ocasiones; la Cámara Alta, el cuartel de invierno de las nulidades políticas, como alguna vez se le llamó; la Cámara que exige una edad mayor y de la que se espera más prudencia y sabiduría, reflexión y serenidad.

Cuando llegué como novel diputado federal a la XLVIII Legislatura, tuve mi primer contacto con un asunto relacionado con el Senado; subí a la tribuna parlamentaria para objetar la elección de un senador priísta por el Distrito Federal (en ese tiempo la Cámara de Diputados fungía como colegio electoral de los senadores de la entidad) y se trataba nada menos que de don Martín Luis Guzmán, candidato por la voluntad de Luis Echeverría, quien premiaba al escritor con un cargo político, entonces tranquilo y bien remunerado.

Desde las filas del Partido Acción Nacional (PAN), por aquel tiempo mi partido, aduje que el ilustre autor de La sombra del caudillo, El águila y la serpiente y Memorias de Pancho Villa no podía ser senador por haber adquirido, cuando vivió en España, entre 1925 y 1936, la nacionalidad española. Me contestó el abogado regiomontano Santiago Roel; subió a la tribuna con libros y documentos, para acreditar que el escritor había recuperado su nacionalidad y podía ser senador; mi respuesta fue inobjetable, el novelista más importante de la Revolución Mexicana, en efecto, según los documentos exhibidos, había recuperado la nacionalidad, más no la ciudadanía, que perdió por haber servido al gobierno español, sin permiso del Congreso mexicano, en varios cargos, entre ellos, el de secretario del presidente Manuel Azaña. Como probó Roel, era mexicano nuevamente, más no ciudadano. En el debate teníamos la razón, pero éramos minoría y la votación fue 200 contra 20.

Al correr del tiempo intenté ser candidato al Senado por el PAN. Gané por una diferencia mínima a mi contrincante, pero, al no haber alcanzado la mayoría calificada, el Comité Nacional se inclinó por la candidatura del maestro Vicencio Tovar. En 1994, ya fuera de Acción Nacional y como miembro del Foro Doctrinario y Democrático, participé como candidato ciudadano postulado por el PRD disputando al PRI la senaduría; perdimos la elección y no alcanzamos la primera minoría. Otra vez mi tropiezo con el Senado me dejó un mal sabor de boca.

No olvido que un amigo del PAN, aquel partido de ciudadanos desinteresados y patriotas, que luchaban contra el invencible sin esperar mucho, pero convencidos de que se formaba ciudadanía, me había profetizado que volvería a ser diputado, pero nunca sería senador. Recuerdo bien a ese panista de infantería, don Palemón Núñez, un hombre modesto e inteligente, que trabajaba para una empresa que le pagaba poco, pero le proporcionaba para desempeñar sus encargos, una motocicleta muy grande y ruidosa, que manejaba con soltura y señorío; don Palemón tuvo razón, fui diputado otras veces, pero no fui senador.

Sin embargo, en dos ocasiones subí a la tribuna del Senado, en ambas circunstancias, por haber sido propuesto por el Presidente para ocupar un cargo que requería la votación de la Cámara Alta; estas historias son más recientes; participé en la terna propuesta al Senado y competí con personas talentosas y comprometidas con las causas de Morena. Aspiré a ser el primer fiscal de la República y no gané. Aspiré luego a ser ministro de la Suprema Corte. También perdí, pero en las dos oportunidades aproveché para exponer en esa alta tribuna a la que no llegué como senador, algunos puntos de vista y algunas opiniones políticas. En ambos casos quedé satisfecho con lo que dije y agradecido con quienes en votación secreta, así se exige para la elección de personas, lo hicieron en mi favor.

En la participación para ser fiscal, la Comisión de Justicia nos pidió un ensayo, el cual presenté para cumplir con la exigencia y aprovechando la naturaleza de ese género literario, recordé a uno de los personajes principales de la novela costumbrista de Manuel Payno, Los bandidos de Río Frío, que describe las dos o tres primeras décadas del México independiente. Recordé al coronel Relumbrón, poderoso personaje que era nada menos que el ayudante personal del presidente de la República, pero simultáneamente en secreto, el jefe de los bandidos, a los que les compraba lo robado y avisaba cuando iban a salir partidas de soldados a perseguirlos al monte, para que pudieran esconderse. Comparé al peculiar personaje con algún colaborador cercano del último presidente del neoliberalismo. Me di ese gusto.

En mi comparecencia como aspirante a ministro de la Corte me di otro par de gustos; cité al papa Francisco y su encíclica Fratelli tutti, y les recordé que ni la Junta de Coordinación Política ni los coordinadores de los grupos parlamentarios están por encima de su libertad y su conciencia, que ellos son representantes de la Federación Mexicana, no de sus partidos, ni de sus estados y mucho menos de sus gobernadores o de sus coordinadores, como sucedía en el pasado.