Opinión
Ver día anteriorMiércoles 10 de noviembre de 2021Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Gobernabilidad
L

a constante irrupción de conceptos ligados al pueblo y, en especial, a esa parte de los desposeídos es de reciente aportación. Y lo es por obra y empuje de la presente administración. El complemento de tal irrupción se encuentra en otro concepto, el de la desigualdad como triste realidad existente. Juntos han cambiado no sólo el día con día de la política, sino su horizonte mismo. Para quienes claman por enjuiciar a López Obrador y su equipo de trabajo, por ser una completa nulidad, hay que ponerlos frente a esta dualidad básica. Durante la larga noche neoliberal, con su modelo concentrador, el discurso y demás componentes de la narrativa excluyó nombrarlos y, por tanto, a sus referentes de carne y hueso. Súbitamente, ocuparon el lugar que les corresponde en el quehacer público. Y de ahí no se han bajado ni contrariado durante los tres años transcurridos del sexenio actual.

Hablar es gobernar, declaraba orondo un ex presidente del país. En efecto, algo o mucho de ello se compagina con la labor de conducir a una nación. Habrá que añadir, a tal sentencia, otra parecida: estar es gobernar. Este par adicional de frases se enraíza, con todo rigor, en la cotidiana labor del presidente López Obrador. Se le ve trajinar por la República sin descanso y todas las mañanas aparece en el estrado de palacio para informar, para polemizar, para aclarar o introducir sus puntos de vista de cara a la disputa que se está llevando a cabo. Es por esto que preguntarse el porqué de su aceptación entre la población; o cómo es posible que, en medio de la polarización desatada, pueda infundir respeto entre la mayoría de la gente, pueda ser hasta tachado de baladí. Ciertamente, buena parte de la respuesta se debe a que día con día no para de retocar la suerte de los marginados, clamar por mejorar su estado y acercarles instrumentos de salida. La constante preocupación que tiene por encontrarse con pueblo y atender la pobreza, atenuar el abandono secular y buscar el bienestar para todos, lo lleva a entrar en empático contacto con esas desvalidas capas sociales.

Muy pocos asuntos, del quehacer político, se ignoran en las mañaneras o en los puntillosos recorridos sobre el terreno. Se forma así una íntima relación con lo fundamental de un gobierno: su capacidad de, efectivamente, gobernar.

La opositora crítica constante, con flagrantes escenarios terminales que incluyen, con frecuencia inusitada, pronósticos de derrota, de crisis, de tragedia finalista, chocan de frente con la perseverante tarea presidencial. Y, sobre todo, con sus posiciones basadas en los afanes de justicia. Trátese de visitar a los agredidos mormones del norte, de iniciar un programa de agua para La Laguna, pedir perdón a los pueblos yaquis, o la pavimentación de carreteras para los municipios abandonados. Es por ello también que todos los seudoanálisis de su carácter, de su personalidad o de su íntima coherencia no logran mellar el apoyo popular. Poco importa, por lo demás, que esos ejercicios de crítica lleguen a extremos de insulto plagado de coraje. Es por eso también que la disputa desatada sobre la iniciativa de reforma eléctrica tiene y, acrecentará, la comprensión y apoyo de la sociedad. El solo recuerdo de esos tiempos pasados, ya idos por fortuna, donde la opinocracia calló cuando se llevaron a cabo las famosas reformas que salvarían a México se aparejan con apoyos a AMLO. Y se callaron por la sencilla razón que les convenía, fuera por coincidir con ellas o porque les interesaba de manera personal. El caso está que, además de evitar la crítica, manifestaron su completo acuerdo. El despejar lo escondido tras las falsas promesas de mejorar precios de combustibles y de la energía o limpiar el ambiente acudiendo a las reglas del mercado, va penetrando en la conciencia ciudadana. Y lo hace a pesar de la franca desventaja comunicativa con el sistema establecido.

Es notorio, por otro lado, el afán de la oposición para agrandar, desviar o malinterpretar cualquier opinión o hecho que pudiera contrariar la marcha del país o de alguno de los programas federales. Una frase del embajador Ken Salazar al visitar palacio se torna, de súbito, en inminente enfrentamiento con el presidente Biden o en condena a la reforma eléctrica. Traslucen así una forma de regocijo, además de infantil y poco patriótico, bastante alejado de las complejas relaciones entre las dos naciones. De esta torcida manera, la oposición y sus muchos aliados difusores no mellarán el apoyo popular a un presidente que afianza, en lo cotidiano, la gobernanza de este país. Pero sí incidirán en la rispidez de la polarización actual.