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Pandemia
Regresa el código sanitario rojo a ciudades de Rusia

Ni con la autoría de vacunas logran acelerar la inmunidad de grupo

Corresponsal
Periódico La Jornada
Martes 26 de octubre de 2021, p. 14

Moscú. La capital de Rusia, igual que otras seis entidades federales de este país, comenzó esta semana con una realidad que se creía ya superada –el completo cierre de toda actividad pública por la emergencia– y que, como balde de agua fría con más de mil fallecidos cada día, cayó encima de sus habitantes.

Este obligado retorno al confinamiento, al menos durante los siguientes nueve días, pone de relieve que la situación es realmente grave y, más allá del habitual discurso triunfalista de las autoridades, aún queda mucho para alcanzar aquí el 80 por ciento de la población vacunada o que superó la enfermedad, requerido para tener la inmunidad de grupo que convierta la pandemia en algo no más peligroso que una gripe de temporada.

Si todo sigue como hasta ahora en Rusia, en lo que se refiere a contagios y vacunas, se necesitarán cinco años para llegar a un cierto equilibrio que neutralice los efectos de la pandemia, en opinión del experto Andrei Lomonosov.

A la fecha, de acuerdo con estadísticas moscovitas, sólo 33 por ciento de la población está inmunizada y esto, como ya se ha apuntado en múltiples ocasiones, es una gran paradoja para un país que presumió tener, antes que nadie, la primera vacuna contra el coronavirus, que registró cuatro fórmulas y que casi a diario alardea de la firma de contratos para vender sus biológicos a otros países y que –por la falta de infraestructura para producir las cantidades prometidas y los problemas para que sus inmunizantes se fabriquen en otros países– acaba incumpliendo los plazos de suministro.

A todo esto, su biológico más promovido en el exterior, la Sputnik V, puede ser igual o mejor que cualquier otra elaborada en otro país, pero nunca peor, y quienes han recibido el esquema completo pueden sentirse realmente protegidos y, en caso raro pero no imposible de contagiarse, como podría suceder con cualquier otra vacuna, la enfermedad casi siempre transcurre rápido y sin complicaciones.

No se puede decir lo mismo de la otras vacunas rusas, la Epi-Vak-Korona, que se destinó al consumo interno sin tener capacidad para fabricarla de modo masivo, sin hablar ya de que su eficacia ha dejado muchas dudas, y la Kovi-Vak del centro Chumakov, que se comenta es muy buena pero no hay en ningún lado. La Sputnik Light de refuerzo, es eso: una recomendable tercera inyección después de seis meses de estar inmunizados con Sputnik V.

En ese contexto, en Rusia –salvo en Moscú, San Petersburgo y otras urbes que como escaparate tienen Sputnik V para quien quiera ponérsela– hay escasez del producto, una tradicional desconfianza hacia cualquier tipo de biológico y pocos creen lo que dicen sus autoridades, a falta de una campaña eficaz y clara para explicar las bondades de inocularse.

Habitantes reacios a la inoculación

Muchos rusos no quieren vacunarse cuando saben que cualquier persona ya inoculada, pero que tenga previsto asistir a una reunión o acto público con su presidente, Vladimir Putin, que asegura haberse puesto la Sputnik V, aún tiene que pasar 14 días de cuarentena en un hotel o sanatorio que pertenece a la Oficina de la Presidencia rusa.

No sorprende que dos terceras partes de los ciudadanos aún tengan dudas sobre inyectarse la fórmula contra el Covid o no, y cuando las autoridades obligan presentar certificados de vacunación para no perder el trabajo o para realizar actividades de ocio en sitios como restaurantes, se produce el círculo vicioso de corruptelas y muchos venden todo tipo de salvoconductos falsos para hacer su agosto (en octubre y cualquier otro mes).

Esto lo explicó ayer mejor que nadie, el académico Aleksandr Guinzburg, director del Instituto Gamaleya, que inventó la Sputnik V: Si alguien dice haber recibido nuestra vacuna y cae enfermo de Covid, como demuestran nuestros datos, desgraciadamente es una persona que, en realidad, o no se puso ninguna vacuna o compró el certificado de inoculación, un certificado falso.

Guinzburg, tras señalar que es fácil comprobar si alguien se inyectó o no su fórmula, lamenta que estas personas que compran el certificado gastan su dinero y de alguna manera pagan para enfermarse y morir. Se engañan y ponen en riesgo mortal a los demás, desde familiares y compañeros de convivencia.