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Despertar en la IV República

Liberales y conservadores: ¿demasiado lejanos?

C

onversar con los jóvenes sobre la historia ilustra. Parece que les importa un rábano la lucha entre liberales y conservadores del siglo XIX, algo tan lejano para ellos como la Edad de Piedra. No sólo no les interesa el tema, sino lo desconocen. Sienten muy poco interés por la historia patria. No se les ha enseñado bien y tampoco piensan que les sea útil para sus vidas.

En cierta forma el triunfo de los liberales fue un milagro: se enfrentaron al partido conservador que quería regresar al autoritarismo colonial y mantener el poder de la Iglesia, que había aumentado después de la Independencia. Además, tuvieron que vencer al ejército profesional y a la idea popular que veía a los conservadores como defensores de la fe y a su lucha como una Guerra Santa y a los liberales como sacrílegos, ateos y destructores. La Iglesia financió la guerra y además avivó el odio popular con una propaganda calumniosa. Después de ganar una guerra de tres años, vencer a un imperio y al mejor ejército del mundo, los liberales establecieron un gobierno e impusieron por la fuerza de las armas unas leyes, probablemente en contra de la voluntad de la mayoría.

La indiferencia juvenil de hoy respecto de esas viejas luchas se debe en gran medida a que las instituciones liberales fueron adaptadas e impuestas durante décadas. Hoy, por ejemplo, la separación entre la Iglesia y el Estado que dio lugar a las más sangrientas batallas es algo natural y no despierta discusión alguna, y mucho menos una rivalidad como antaño. Hay un fenómeno social que ha contribuido a estos cambios y es el debilitamiento de la fe religiosa, en particular de la católica. Según el último censo, ha descendido de más de 90 por ciento de creyentes a 77 por ciento, y el número de personas arreligiosas se ha duplicado de 4.6 de la población a 8.1 por ciento. Vivimos en una sociedad cada vez más laica y descreída. Esto no es algo necesariamente bueno, pero obedece a una tendencia mundial a favor de una sociedad laica.

Pero la pugna actual entre liberales y conservadores subsiste, aunque ya nada tiene que ver con los problemas religiosos. Ahora está centrada en los problemas de la desigualdad y la pobreza y cómo solucionarlos. Los partidos históricos parecen resurgir y renovar sus programas. Esto puede favorecer a nuestra democracia.