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Debemos vivir en constante terapia: Álex Reyes
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roveniente de San Luis Potosí, lugar de nacimiento de Alfonso Reyes, el joven escritor, Álex Reyes, nacido en 1997 es un alumno muy distinguido de la Universidad Autónoma Metropolitana Iztapalapa. Asistí a una de sus clases y pude comprobar que muchos alumnos lo siguen con admiración, no sólo por la erudición de sus conceptos, sino por la bella expresión en su cara juvenil.

Nacido en Cerritos, a los 24 años cumplidos, publica su primera novela y ya forma parte de los jóvenes escritores que aparecerán en una antología de cuentos de terror. Por lo pronto ya tiene un máster en creación literaria y sus compañeros buscan su consejo y su buen juicio.

–Llevo dos años viviendo en la Ciudad de México. Por la pandemia regresé a San Luis Potosí a escribir mi novela Destrózame la vida. El título viene de la carta de suicidio de Virginia Woolf dirigida a su esposo Leonard Woolf. En la última línea, la escritora dice: No puedo seguir destrozando tu vida por más tiempo.

Álex me tiende un manuscrito que saldrá a la luz muy pronto y me explica que puedo conservarlo. Tiene 227 páginas y su título escalofriante espanta a la mujer de casi 90 que soy. Alego que el título se parece al de la novela de Ángeles Mastretta, pero Álex no se inmuta:

–La novela es, hasta cierto punto, angustiante. En Destrózame la vida no hay un atisbo de luz porque es una novela atravesada por dos temas, la maternidad y la locura.

–Pero en la maternidad suele haber luz…

–Ni en la maternidad ni en la locura hay luz. La madre no quiere a la cría e intenta destruirla. Emma Setién y su madre Lidia son dos de los personajes femeninos. Lidia, quien vivió con una madre indiferente, tiene trastorno bipolar. Desde el inicio, su madre la intoxicó con medicamentos y le hizo la vida imposible.

–¿Cómo se te ocurrió un tema que tiene tanto que ver con el sicoanálisis?

–Porque hablo de mi experiencia, de lo que me ha tocado vivir en mi sicoanálisis. En algún momento de mi vida conocí a una mujer que maltrataba a su hija, que tenía trastorno bipolar. Cuando la niña de seis o siete años tenía un episodio maniaco la golpeaba y la dejaba tirada en el suelo. Éramos vecinos. Un día fui a ver a la niña y me di cuenta de que tenía unos hámsteres amarillos cerca de la ventana, y la hembra acababa de parir y se estaba comiendo a las crías. Esa imagen de la madre que intenta tragarse a sus crías me hizo escribir esta novela. La hámster lo hacía porque no podía alimentarlas a todas.

–¿Con esta imagen intentas probar el rechazo de la mujer a la maternidad?

–Sí, la premisa es que la maternidad no le es dada a todas las mujeres y que tampoco está mal que no quieran a sus crías, porque finalmente el rechazo es parte de su naturaleza. Las gatas y las perras también se las comen cuando nacen con algún defecto. En biología, las células que fagocitan son las que se comen a las otras; las que tienen fagocitosis y se comen a las demás.

–¿Cómo escogiste un tema que no tiene nada que ver con la juventud, la felicidad, la alegría?

–Porque como escritor y periodista en San Luis Potosí me tocó ver cosas atroces: accidentes, cadáveres, violaciones. De ahí surgió un cuento ya publicado que se llama El rompecabezas humano. Trata de una muchacha que fue secuestrada por el narco, que regó sus pedazos en el pueblo El Cerrito, de San Luis Potosí.

“Sentí que en esta novela no podía haber un atisbo de luz. El único momento en el que se puede ver una luz es casi al final, cuando el padre de familia acepta haber tenido una niña especial. Mi escritura tiene que ver con la culpa. Su esposa tiene trastorno bipolar, suspende su medicamento y cae en depresión, le dan episodios maniacos, empieza a enloquecer y él culpa a la niña porque su mujer no puede medicarse mientras está gestando. Nace la niña y la madre sigue ensimismada sigue empeñada en conservar todo el cariño del hombre y dejar a su hija a un lado. Intenta hacerla infeliz en todo momento.

Hay un momento clave en la novela: Emma, la niña, le regala un dibujo a su madre y ella se lo rompe en la cara y le mete las manos en agua caliente porque no sabe dibujar. Días después, en una pelea en el patio entre Augusto (el padre) y Lidia (la madre), la niña Emma se abalanza a los pies de su mamá, ésta se va de lado y cae a una cisterna que no tiene agua y se golpea el cráneo y muere.

–¡Ay, qué horror!

–La niña tiene que abrirse paso en la vida sabiendo que fue la asesina de su madre, así lo confirma su padre: Tú la mataste.

–¿Por qué se te ocurrió, habiendo tantas situaciones horribles en el campo de la literatura, añadir una más en tu novela?

–Porque por lo que he experimentado y leído, me doy cuenta de que se habla de las enfermedades mentales sin conocerlas; todo tiene su parte oscura y encubrir la oscuridad en la que vivimos también es un error. ¿Cómo puede abrirse paso en la vida una persona con una condición mental distinta a los demás, si no está medicada? Emma, por ejemplo, también tiene una bebé y hace todo lo posible por amarla, aunque nace con una deformidad en el cráneo

En mi novela defiendo a Emma, la hija que va a terapia y se prende de la linda hija del terapeuta, Aída, hasta que se la roba. Eso se llama núcleo sicótico; todos podemos desarrollarlo a través del estrés o algún trauma a lo largo de nuestra vida.

–¿Todos sus personajes están mal de la cabeza?

–El padre le dice a Emma, su hija: Bájame el pantalón. Emma tiene que sobrevivir a las constantes violaciones de su padre. Al final de su vida, Emma decide lanzarse de un puente...

–Álex, ¿por qué necesitaste escribir ese tipo de historias tan duras?

–Porque siento que la gente esconde gran parte de lo que vive. Hay mucho estigma sobre las enfermedades mentales. Las violaciones entre padre e hijo, madre a hijo, siempre han existido, pero mantenemos el secreto por miedo al qué dirán.

“A lo mejor la novela puede ser una luz para alguien: ‘¿Sabes qué?, a mí también me pasó, mi papá también me violó y yo no podía decir nada porque él tenía el poder y tuve que cargar con eso toda mi vida’. La novela apela a que se abra esa luz para las personas que han vivido esas atrocidades y las silencian por miedo al qué dirán.”