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Relatos del ombligo

La Reforma de los nombres y significados

E

l paseo de la Reforma, avenida que es querencia natural de los capitalinos, tiene más direcciones que las físicas a las que podemos llegar trasladándonos a través de su cauce; es vialidad y patrimonio que nos lleva al pasado, nos muestra el presente y nos conduce a un futuro que como nación queremos construir. Es, pues, un paseo que en cada uno de sus cruces, glorietas, edificios, bancas y monumentos, refleja el avance, retroceso o estancamiento que como resultado de los momentos históricos de nuestro país vivimos. Es una avenida cuyo dinamismo responde a la realidad nacional y en ella nada puede ser estático, porque, de ser así, significaría que los mexicanos estamos inmóviles. Nada más alejado de la realidad actual.

Reforma lleva en su nombre un claro ejemplo de cómo la avenida se adapta a nuestro diario acontecer, no sólo por el significado de la palabra, que es el de modificar algo con el fin de mejorarlo, o lo que representa en la historia de México, la Segunda Transformación del país con lo que, entre muchos derechos más, se reconoció la igualdad y libertad del pueblo, se suprimieron los fueros eclesiásticos y militares en los negocios civiles, y el registro del estado civil quedó a cargo de empleados de gobierno, no de la Iglesia, garantizando así la ciudadanía; la avenida se llamó de origen Paseo de la Emperatriz, lo que tiene un significado totalmente opuesto al de hoy.

A los pocos meses de su arribo a Veracruz, Carlota de Bélgica, segunda y –afortunadamente– última emperatriz de México, comenzó a tener una versión belga de lo que aquí llamaríamos como el mal del jamaicón; es decir, le invadió la nostalgia a los castillos, mejillones y cervezas de su tierra, pero sobre todo a los paseos que hacía por la avenida Louise, en su natal Bruselas, de palacio al Bosque de la Cambre. Maximiliano quiso consentir a su esposa quien aparte de melancólica era –con motivos de sobra– celosa, por lo que tuvo la idea de matar dos pájaros de un tiro y mandó a construir una avenida que emulara la que tanta añoranza le causaba a Carlota y, además, por la que pudiera apreciar desde lejos el regreso –sin compañía femenina– de su amado a casa.

Maximiliano no vio culminado el proyecto del paseo fífí decimonónico imperial, y las caminatas de Carlota no fueron tan largas como hubiesen querido; él fue fusilado y ella cobró locura. La avenida fue renombrada como El Paseo Degollado en honor al General José Nemesio Francisco Santos Degollado, leal colaborador del Presidente Benito Juárez quien, antes de ello, fue editor y escritor de La Voz de Michoacán, publicación que imprimía obras de autores europeos que inspiraron a los mexicanos para construir a la nación. Posteriormente la avenida fue llamada con el nombre que hoy la conocemos: Reforma, en un claro ejemplo de que nadie sabe para quién trabaja.

No resulta difícil imaginar a los conservadores de finales del siglo XIX aventando espuma por la boca ante el cambio de nombre del paseo que, durante años, fue exclusivo para la corte del segundo imperio (sí, en minúsculas). La reacción de quienes preferían una monarquía a una República (esa sí en mayúscula) debe haber sido muy similar a la de quienes actualmente se convulsionan de enojo ante la posibilidad de que Tlalli, u otra representación de una mujer indígena, ocupe el lugar que tuvo la escultura de Cristóbal Colón.

Mover una estatua y colocar otra en su lugar no representa olvidar la anterior, sino enfatizar que fue removida por un significado que responde al sentir y pensar de la actualidad. Por eso, por ejemplo, la mal llamada Estela de Luz, mejor conocida como suavicrema, debe permanecer en su lugar hasta que se erradique a esa hermana perversa de la impunidad llamada corrupción y, entonces, se coloque en su lugar una representación de ese triunfo para mover a la estela de abusos a otro sitio en el que permanezca como recordatorio.

Hoy, en el Paseo de la Reforma, avenida cuyos monumentos fueron durante décadas exclusivamente de hombres, se reconoce a las mujeres que nos dieron patria colocando sus esculturas. Ahí también se busca visibilizar una parte de la historia que durante siglos no ha sido difundida, la Resistencia Indígena que desde hace 500 años se mantiene porque continúa vigente. Mover el monumento de Cristóbal Colón a otro sitio para colocar la escultura de una mujer indígena en su lugar no borra ni desconoce su llegada al continente (algo que él nunca supo), así como el nombrar Reforma a la avenida de la emperatriz no eliminó ni ignoró al segundo imperio.